La inseguridad nubla la vida nueva en Irak
Las mafias dificultan la reconstrucción de Irak, abierto al consumo y carente de servicios
Antenas parabólicas, cafés Internet y teléfonos móviles han inundado Irak desde la desaparición del régimen de Sadam. Pero nada simboliza mejor los cambios en el pasado año que los plátanos. Artículo de lujo durante la década del embargo, ahora llenan los mercados y, a mil dinares el kilo, están al alcance de casi todos. También miles de electrodomésticos han llegado a las tiendas una vez suprimida la tasa del 400% con que se penaban las importaciones. La confianza se aprecia en el consumo y en la fiebre constructora en el país. Sólo una sombra oscurece el entusiasmo: la inseguridad.
Secuestros, extorsiones, asaltos sexuales y tiroteos aleatorios tienen acogotada a la población. Pocos se atreven a salir de casa, excepto para lo estrictamente necesario. Y es que el inicial vacío de poder fue rápidamente aprovechado por mafias y delincuentes. "Sadam abrió las puertas de las cárceles poco antes de la guerra", recuerda Alí Abdulhadi, que ve en el actual caos un último regalo envenenado del dictador. Otros no son tan complacientes con los ocupantes. "Lo han hecho francamente mal", asegura Nemir Haddad, para quien todo ha sido un despropósito, desde no frenar los saqueos hasta disolver el Ejército y la policía, para luego volver a contratar a la mayoría de sus miembros ante la urgencia del traspaso de poder.
La impunidad empieza a lastrar el futuro. Milicias de signo religioso han tomado cartas en el asunto y, aunque en un principio han ayudado a mantener el orden, su creciente poder dificultará deshacerse de ellas cuando la policía asuma el control. "Sin seguridad, no hay inversión", advierte Pat Lowry, uno de los numerosos contratistas de EE UU que han desembarcado en Irak para hacer negocios y reconstruir el país. Lowry denuncia que muchas empresas consiguen contratos, cobran y dejan todo en manos de socios locales que muchas veces carecen de capacidad para ejecutarlo.
Además, la delincuencia está dificultando la rehabilitación de las infraestructuras. "Roban los cables de alta tensión para vender el cobre", se duelen responsables de la Autoridad Provisional de la Coalición (CPA). "La libertad recién adquirida ha permitido que algunos abusen y saboteen", admite Hazim Alainichi, del consejo municipal de Basora, "pero nosotros seguimos invirtiendo, y eventualmente, la gente dejará de ver la propiedad pública como algo del Estado, y el Estado como un enemigo".
Al llegar a Amara, la capital de la provincia de Misán, una gran pancarta en inglés pregunta: "¿Dónde están nuestras necesidades, el agua, la electricidad?". Un año después de la ocupación, la mayoría de sus ciudadanos se quejan de la precariedad de los servicios públicos. El sonido de los generadores va y viene en las ciudades al ritmo de los cortes eléctricos. El agua potable aún no alcanza a toda la población. Y continúa habiendo colas en las gasolineras.
"Es normal", admite Jason Impey, asesor político de la CPA para la provincia de Basora, "la gente no nota cuando funcionan las cosas, sólo cuando faltan". Impey asegura que en la capital del sur de Irak "el abastecimiento de electricidad supera ahora los niveles de preguerra con cerca de 24 horas al día". En Bagdad la situación ha mejorado, pero no tanto. Además, todo el mundo teme la llegada del verano. "La gente se ha lanzado a comprar frigoríficos, televisores, aires acondicionados... La demanda se ha duplicado y la producción no crece al mismo ritmo", advierte Collin McBride, un experto irlandés que trabaja para la CPA.
Igual sucede con la gasolina. Las autoridades insisten en que no hay desabastecimiento, pero las estaciones de servicio no dan abasto. "En un año han entrado en Irak 1.325.000 nuevos coches", explica un funcionario, "y sin embargo, no se ha aumentado el número de gasolineras". Basora, una ciudad que supera el millón de habitantes, sigue teniendo sólo ocho. Eso, sin contar la mayor movilidad de los iraquíes, que ahora pueden viajar por el país sin restricciones.
Da igual cuáles sean las explicaciones para las carencias o que 500.000 antenas parabólicas, prohibidas con Sadam, se hayan extendido como champiñones sobre los tejados. A Abbás, un jubilado que esperaba con expectación la llegada de los americanos, no le cabe en la cabeza que "un país que ha sido capaz de llevar al hombre a la Luna, no pueda arreglar esto". A las afueras de Kut sigue derribado el puente sobre el Tigris que hace un año volaron los hombres de Sadam para frenar el avance americano. Sólo hay un pontón en el que alterna el tráfico en dirección a Basora y el que se dirige a Bagdad. Los camiones taponan la carretera durante kilómetros. Pero los envíos de las empresas internacionales no pueden arriesgarse a los asaltos. No hay policías a la vista. Unos mercenarios británicos descienden de sus vehículos y, a punta de Kaláshnikov, abren paso a su convoy. Los iraquíes se preguntan por qué los extranjeros utilizan unos métodos que a ellos les están pidiendo que abandonen. Irak no será un país normal mientras los camiones requieran escolta armada para llegar a Bagdad.
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