Una presencia muda y triste
Hombres y mujeres de todas las edades ofrecieron su calor a los familiares de las víctimas
Las bancadas reservadas a los familiares de las víctimas se fue-ron llenando de personas cabizbajas, casi ausentes. En los laterales de la nave central, cientos de hombres y mujeres se arracimaban para ofrecerles calor con una presencia muda y triste. Algunos lloraban. Otros portaban velas como las que riegan de cera la Puerta del Sol y Atocha. Muchos llevaban en la solapa cruces y vírgenes o caminaban a empellones con un rosario en las manos. Apoyada contra la reja de una de las capillas de la catedral de la Almudena, una mujer de unos treinta años vestida de negro lucía un cartel con una palabra, paz, y una paloma picassiana. Se llama Ángeles. "Lo fabriqué para la primera manifestación contra la guerra. Lo he llevado en todas las que se han celebrado. También en la del viernes. Y lo llevo hoy porque estoy en contra de todas las bombas, las que estallan en Madrid y las que estallan en Bagdad".
Del coro brotan las notas en un órgano que inunda todos los vacíos y que emociona a las personas. No se veían muchas corbatas ayer en el funeral concelebrado de la Almudena. Gente del pueblo, sin boato, que se acercaba en tropel vestida de semana para sentirse parte de una ciudad conmocionada y ofrecer su compañía a las víctimas. A Mercedes aún se le humedecen los ojos con el recuerdo. "Lo único que puedo hacer por las personas que han muerto es estar aquí y rezar", dice. "Gracias a Dios no ha fallecido nadie de mi familia, pero podría haber sido mi hijo o mi marido", apunta Soledad. Una joven de 19 años llamada Ana, y que estudia 2º de Psicología en la Universidad Autónoma, dice: "He venido para acompañar a los familiares". Ana es creyente y su ausencia personal es una compañera de clase que subió a uno de los trenes de la muerte. "Estoy sintiendo cosas que no había sentido nunca: pena, dolor y odio, y yo no quiero sentir odio, pero lo tengo aquí dentro y no me gusta".
Gregorio, un hombre de edad mediana, curiosea los movimientos de los agentes de seguridad y de alguna de las autoridades que van y vienen por el pasillo central en espera de la llegada de la Reina doña Sofía. "No soy creyente y no sé que por qué estoy aquí. Pasaba por aquí y he sentido una necesidad de entrar. Rezaré un Padrenuestro que es de lo único que me acuerdo y me iré". "Tengo varios vecinos muertos. Trabajo en el Pozo del tío Raimundo", dice Justo, que ayuda a marginados y jóvenes de la calle. "Cogieron el tren que venía de Alcalá de Henares y jamás llegaron a su destino. El sábado tuvimos una oración y otra ayer en Santa Rafaela". Ángel asegura que "toda España sabe lo que ha ocurrido" pero evita ser más concreto escondiéndose en una sonrisa maliciosa. Una pareja se coge de la mano con disimulo. Eduardo tiene 26 años y es Getafe y María 21 y es de Aluche. Él estudia Periodismo; ella, Derecho. "Ha muerto una de mis monitoras", dice María. "Antes cogíamos mucho el tren de cercanías pero ahora tenemos coche. Una mañana desayunas como cualquier otra, sales de casa, te subes al tren y de repente...". José Javier es músico. Canta en el coro de RTVE. "En la mañana del atentado teníamos ensayo. Se lo ofrecimos a las víctimas, pero el segundo ensayo lo tuvimos que suspender. Ha sido muy duro. No salen las palabras. Soy vasco y antiguo militante del PNV. Nos hemos quitado un gran peso al saber que no ha sido ETA. Pero creo que lo que ha sucedido en Madrid también afecta a ETA. Ya no nos cabe un muerto más". Jonathan es joven, 16 años, tiene el pelo rubio y parece exaltado. "Murió un compañero, Sebastián, que vivía en Pozuelo. El miércoles por la noche se fue a dormir a casa de un primo en Alcalá". Estudia en el instituto de San Juan de la Cruz. "Soy muy patriota. Nos están rompiendo España poco a poco. La gente que ha hecho eso se merece la pena de muerte". Roberto, que está a su lado, le sosiega: "Pasará el tiempo, pero lo sucedido va a quedar en la memoria colectiva para siempre".
Carlos es ecuatoriano y está junto a su mujer. Se ha situado lejos del altar pero detrás de un monitor de televisión para seguir la ceremonia. "En los trenes murió gente de muchos países, como Ecuador. Fue un atentado contra el mundo". Carlos lleva trabajando en España cuatro años y dice tener los papeles. Angelina y Alexandra son mexicanas. Llevan 27 años en España. "Nos sentimos españolas y el jueves nos sentimos más madrileñas que nunca, musita Angelina emocionándose. "Tengo mucha tristeza. Se tardará en superar lo ocurrido el jueves, pero jamás se olvidará".
En la puerta de Bailén, por donde se encaminó a todos los fieles por motivos de seguridad, hay tumulto. Teresa y Maite son de las más indignadas. Exigen que abran la puerta para poder ver. Pero en el templo ya no cabe un alma. Algunos tratan de convencerlas de los peligros de un exceso de aforo, otros afean su falta de resPeto, pero ellas siguen en su pelea personal aporreando la puerta de hierro. Dentro escapa el sonido del coro y del órgano y la voz de cardenal de Rouco Varela. Un sacerdote se asoma por un lateral y entona un rosario que ofrece por "la paz en España y en el mundo". Todos le acompañan en un murmullo de fervor. Todos menos Maite que exclama a voz en grito: "Y ahora no tratan de callar con un Rosario".
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