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Tribuna:LA REFORMA DEL CENTRO
Tribuna
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El Rastro, adiós a una tradición

El autor critica en este artículo los planes del Ayuntamiento de Madrid de trasladar el tradicional mercado de la Ribera de Curtidores hasta los aledaños de Mercamadrid.

Me gusta el Rastro, aquí en el centro y ahora. Tal como es. Una mezcla de aficionados a mil temas, especialistas de sus propios gustos y recicladores natos de la pequeña historia de una ciudad, coleccionistas de cromos ávidos de primeras ediciones, buscadores de firmas desconocidas, incautos que pierden la cartera en un descuido y pequeños peristas de la pobreza.

Es verdad que durante trescientos años se ha ido formando y ahora es un espacio goloso situado en el centro de una ciudad en crecimiento. Ocupa un lugar demasiado apetecible para el dinero de los ambiciosos, que no comprenden que otros puedan vivir y haber envejecido desperdiciando ese potencial económico, y en una isleta donde no se aparca, se puede pasear o usar las aceras para algo que no sea el descanso del omnipotente coche de Madrid, uno de los más voraces del mundo. Es verdad que hay todavía muchos espacios libres y pisos para reformar, y aunque ya en los nuevos desarrollos inmobiliarios el metro cuadrado de vivienda está cerca del millón de las antiguas pesetas, ¿quién va a querer una casa con parking de la que no se puede sacar el coche los domingos, a menos que se haga antes de las ocho de la mañana?

Somos un eslabón en la cadena para no dejar perder la historia cotidiana
Se han empeñado en acabar con la zona sin contar con los vecinos ni los comerciantes

Lo que sobrevivió a unos cuantos monarcas, a dos repúblicas y un par de dictadores va a morir de un plumazo por intereses muy particulares. Es cierto que muchos nos miran con malos ojos, somos un mercado básico, no tenemos el estatus de los anticuarios honorables que garantizan con su palabra lo que venden; lo que se compra en el Rastro conserva el origen dudoso hasta que llega a las manos del comprador o sale en los catálogos de las subastas. No parecemos tan honorables porque sólo se compra y vende lo que se ve, a cuerpo cierto. No obstante, somos un eslabón en la cadena para no perder la historia cotidiana de Madrid. Fabricamos abuelas blasonadas para los que acceden al poder por sorpresa y precisan lucir una falsa casta, y ponemos sobre las mesas objetos que son prueba de la agudeza y el saber del comprador.

En la zona quedan algunos oficios -doradores, tapiceros, metalistas y restauradores de marcos, muebles y porcelanas- pero están desapareciendo. Ya no pueden vivir en el centro. Esto no es ni Roma ni Nápoles, menos Londres, Bruselas o Nueva York, ciudades del mundo desarrollado donde conviven con perfecta armonía tradición y modernidad. Aquí somos más ambiciosos y nos molesta que a la puerta de casa se encuentren esos señores, que no hacen ruido, ni huelen a comida o a bar. A lo mejor están demasiado cercanos a nuestros orígenes.

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Las ciudades evolucionan algunas veces a tenor de sus gentes en espacios naturales y otras a voluntad de sus administradores. En este último caso no hay que olvidar que la alteración de los lugares públicos con fines desconocidos o ideas preconcebidas puede engendrar monstruos; véase el efecto desastroso de esta mano visible en el Mercado Puerta Toledo. El Rastro sale en todas las guías de Madrid que se publican en el extranjero, y algunas veces hasta se citan comercios específicos de la zona. Es un buen paseo para quien llega a esta ciudad y quiere disfrutar del domingo callejeando, probando las famosas tapas y, en definitiva, conociendo el centro de la ciudad y su gente. Una zona que no es arquitectónicamente rica y, por tanto, susceptible de ser destruida, pero con carácter y tradición. Se llega a ella desde San Francisco el Grande, la plaza Mayor, la colegiata de San Isidro el Real, la catedral de la Almudena o el Palacio Real, realizando un recorrido sobre la única vista al infinito que tiene Madrid y que inspiró a Velázquez. El paseo desde el Rastro hacia los museos es una agradable caminata para los turistas, mucho mejor que el paseíto en autobús hasta Mercamadrid.

Se han empeñado en acabar con este mercado desde comisiones que no cuentan con los vecinos ni los comerciantes de la zona. Hay gentes que llevan más de tres generaciones viviendo del Rastro, hay unos cuantos comerciantes que lo han elegido para montar sus negocios porque les gusta y hay quienes han llegado a él por necesidad, pero todos son casos particulares y nadie se va a molestar en considerarlos. Es más fácil alimentar la opinión de tópicos y decir que es una zona insegura donde se vende lo robado o se roba. Pero eso sucede a tan pequeña escala que no tiene importancia en los índices delictivos de la ciudad, y aunque la tenga, de ello no son culpables las gentes del Rastro, sino los responsables políticos, que con su arbitrariedad van destruyendo la zona, permitiendo lo que aborrecen para luego achacárselo al mercado. Es una pena que acabemos con las tradiciones reales y literarias de una ciudad que cada vez se parece menos a sí misma. Sin embargo, ya existe un designado y una comisión para llevarlo a cabo aunque tal vez algunos podamos intentar parar este proceso.

Como aperitivo, recomendaría lo que Ramón Gómez de la Serna ya escribió para darlo a entender a quienes no han visitado jamás el Rastro. Pero suponemos que el juicio o el estilo del escritor están distantes de los que buscan los cambios. Para los que quieran percibir qué rápido se va perdiendo la esencia de ese mercado por la presión que sobre él se ejerce, sugeriría que contemplasen las fotos de Carlos Saura que acompañan a la reedición de El Rastro, de Gómez de la Serna, del 2001. No hace tanto.

Carlos Mejía Cabal es anticuario.

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