Soldados a la fuerza
El Ejército de Resistencia del Señor ha secuestrado a miles de menores en los últimos 15 años
Cuando Alice cierra los párpados, se le aparece en pesadillas una muchacha que le clava un cuchillo en la espalda. Alice, que no se llama Alice, tiene 20 años y es una ex guerrillera. Fue capturada hace siete por el Ejército de Resistencia del Señor (LRA, en sus siglas en inglés), la guerrilla que aterroriza desde hace 18 años el norte de Uganda. Una chica del grupo trató de fugarse y los rebeldes idearon un escarmiento: la maniataron en el suelo, clavaron una bayoneta en la tierra y escogieron a 20 compañeras para que le atravesaran el cuerpo. Una cuchillada por persona. Alice dio la suya y ahora soporta el acoso de la memoria.
Los niños apresados por la guerrilla -Unicef calcula que superan los 30.000 en los últimos 15 años- aprenden en el cautiverio una mecánica sencilla: para sobrevivir hay que matar. Alice mató, ascendió a capitán y se casó por la fuerza con el comandante Chan Odonga, que le ordenó atacar Pajule, su aldea natal en Pader. Ahora ella no quiere regresar; allí todos saben lo que hizo. Es la táctica para quebrar los vínculos de sus secuestrados e impedir el retorno. Alice fue liberada en 2002 por orden del jefe del LRA, Joseph Kony, que decidió desembarazarse de varias viudas. Su marido había sido ejecutado por orden de Kony, que le acusó de buscar a sus espaldas la negociación con el Gobierno de Uganda. "Cuando murió empecé a pensar en la fuga. Él decía: 'Si huyes, mataré a tus padres. Sé quiénes son'. Pero era el único que los conocía. Con su muerte me sentí libre". Alice aprende ahora costura en un centro católico de Gulu. El misionero comboniano José Carlos Rodríguez Soto, el padre Carlos, abona sus estudios junto a otros 30 chicos con el dinero de las donaciones.
"Cuando murió empecé a pensar en la fuga. Él decía: 'Si huyes mataré a tus padres"
En Lira, a unos 120 kilómetros de Gulu, Els de Temmerman dirige el centro Rachele para recuperación de niños ex guerrilleros. Son 112 y entre ellos hay madres con bebés nacidos en cautividad. Moris ha cumplido 10 años. Su mirada destila tristeza. La guerrilla asaltó el 4 de febrero su campamento de desplazados en Abiya. "Oímos disparos y nos escondimos; después salí de la cabaña y ardió. Dentro estaban mi madre y tres hermanos". Moris narra su tragedia como si fuera de otro. Se salta un episodio que no desea recordar: fue él quien prendió la chabola por orden de los asaltantes.
El Ejército de Uganda presenta el rescate de estos niños como un éxito, pero cuando en la batalla los mata, la prensa local olvida su edad y los califica de rebeldes. Cuando un infante es liberado, se le conduce a un cuartel donde le interrogan sin que nadie avise a los padres. Cuando concluyen las indagaciones, los entregan a Child Protection Unit (CPU, centro de protección de niños). Allí, en teoría, los cuidan, pero muchos de estos niños denuncian que en los cuarteles y en los CPU les presionan para que se alisten en el Ejército. Estos centros están asistidos por la ONG local Gusko, cuya presidenta es la ministra de Seguridad, y por la ONG World Vision, próxima a la derecha cristiana de EE UU.
En Gulu, la sección danesa de Save the Children financia a Gusko. Gabriel Oling-Olang, director adjunto en esa ciudad, presume de los avances: "Han mejorado mucho las cosas; ahora los niños sólo están dos días en los cuarteles". Rebecca Symington, representante de Unicef en el norte, da otra versión. "La media de estancia se sitúa entre 12 y 15 días, y hasta tres meses en los distritos de Kitgum y Pader". Unicef rechaza que los interrogatorios se realicen en cuarteles.
Betty tiene 22 años. Llegó en febrero a Rachele. Fue secuestrada con 14 años. Huyó en mayo de 2003 después de haber pasado más de seis años en las bases del LRA en el sur de Sudán. Betty tarda en contar su verdadera historia. Fue una de las 50 esposas del jefe de la guerrilla. "Escapar desde Sudán es imposible. Kony nos decía: 'Si no os matamos nosotros, os matará el SLRA
[la guerrilla cristiana del sur de Sudán, en guerra contra el norte musulmán y enemiga del LRA]'. Aproveché una incursión en el norte de Uganda para huir. Sé por otros chicos que se han fugado después que Kony ha prometido cortarme en pedazos". Betty le recuerda como un hombre "como cualquier otro" que "habla con los espíritus" y que no se entregará "porque sabe que, si vuelve tras firmar una paz, la gente le matará" en venganza.
Los centros de recuperación en el norte de Uganda, como los de Rachele, Gusko y World Vision, tras conservar los niños durante un mes, los envían con sus familias a las mismas aldeas donde fueron capturados. El peligro de un segundo secuestro es elevado. Y a menudo, esos parientes ya no viven en las aldeas vaciadas por el Ejército, que impone el traslado a campamentos protegidos. En esos campos, donde se hacinan hasta 60.000 personas, los chicos carecen de atención sanitaria y educación. En Lira, una fuente humanitaria sostiene que muchos acaban como niños de la calle dedicados a la delincuencia. "Sé que un mes es poco y que no es una buena idea devolverles a sus aldeas cuando la guerra sigue, pero son miles los secuestrados y no tenemos capacidad para mantenerlos", dice De Temmerman.
El padre Carlos cree que los misioneros combonianos han perdido una oportunidad de crear un centro especial, como el del javeriano Chema Caballero en Sierra Leona. El padre Carlos se dedica a rescatar niños de la guerrilla, les abona estudios y se preocupa por su reintegración. Emma, que no se llama Emma, tiene 17 años. Estuvo siete con LRA. Escapó junto con Baña, el muchacho que le secuestró y del que está enamorada. Baña, de 20 años, tiene problemas en Gulu porque el Ejército trata de reclutarle. Antiguos compañeros en la guerrilla, ahora enrolados en las Fuerzas Armadas, le visitan y le advierten de los riesgos que corre. El chico está bajo una gran presión. El padre Carlos les ha pagado el autobús para que se trasladen a otro lugar del país menos peligroso donde un segundo misionero les comprará un trozo de tierra con la que comenzar una nueva vida.
Ninguno de los ex guerrilleros reconoce haber matado ("íbamos a por comida", dicen). La experiencia del padre Caballero en Sierra Leona, que trabaja desde hace tres años con niños guerrilleros, es que éstos necesitan dos meses para coger confianza y contar su pasado, el verdadero, el que está lleno de muerte y violaciones. Después pasan por una depresión que dura un mes, y a los tres de llegar es cuando están preparados para comenzar un auténtico proceso de restauración emocional. Nada de esto sucede de momento en Uganda.
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