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Reportaje:MATANZA EN MADRID | Hospitales y cementerios

La metamorfosis de Mariana Sofromizin

Cuesta reconocer a Mariana Sofromizin dos días después del atentado. La mujer llorosa y asustada que apenas conseguía hablar a las diez de la mañana del jueves en el hospital Gregorio Marañón era ayer una joven alta y segura que salía a comprar útiles de aseo cerca del hospital de La Princesa. "Él se va a poner bien. Está muy bien", repite sin que haya que preguntarle nada. Él es Basile, su marido, un albañil rumano que iba en el segundo tren de los que explotaron.

La mujer no recuerda bien quién le dijo dónde estaba Basile el día del atentado. "Sería un médico o una enfermera, no sé. Yo estaba muy asustada. Él llamó para decir que estaba herido, pero que no sabía dónde le habían llevado. Hemos tenido suerte", añade confiada.

"A la una le encontré aquí", explica sin dejar de sonreír en un perfecto español muy alejado de los balbuceos del primer día que habló con los periodistas. "Tiene una herida muy grande en la cabeza, y algo en el pecho, pero me ha dicho el médico que en una semana estaremos en casa", añade. Sólo le preocupan los oídos de Basile. "Sangró, y le duelen", dice, pero se tranquiliza algo cuando alguien le explica que eso es normal, y que la mayoría de las veces es un efecto de la explosión que se pasa solo. "Eso es lo que quiero, que oiga un poquito", repite confiada.

Mariana y Basile llevan ya dos años en España. Viven en Coslada, con sus dos hijos, un chico de 12 años y una niña de 9. Una amiga los cuida mientras su madre acompaña a su padre en el hospital. "Ya tenemos papeles", afirma orgullosa.

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