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Reportaje:

Una dura existencia bajo plásticos

Tres centenares de inmigrantes, la mayoría subsaharianos, viven en condiciones infrahumanas en una finca de Lepe

Al anochecer, cuando se apagan las hogueras, la luna y las estrellas sirven de lámparas a las 60 chabolas levantadas de forma improvisada por un grupo de 300 inmigrantes en la finca de El Chorrillo de Lepe (Huelva). Pero el frío es irreemplazable. Sin mantas, sin abrigos, pasan el resto de la noche, en grupos de cuatro, con los huesos helados desafiando al tiempo. La mayoría son subsaharianos aunque también proceden de otros países africanos. También hay un grupo más reducido, alrededor de 30, entre búlgaros, rumanos y polacos. Salvo contados casos, el resto vive en una situación irregular, sin documentación. Este asentamiento, que se incrementa conforme pasan los días, ha duplicado su población en un mes de 30 a 60 chabolas. Constituye el segundo campamento de inmigrantes irregulares más numeroso de la provincia. El de Palos de la Frontera, Moguer y Mazagón alberga a 500. Huelva Acoge estima que puede haber más de 1.000 inmigrantes en esa misma situación repartidos por distintas localidades freseras.

Han llegado un año más al inicio de la campaña agrícola a la caza de un trabajo en los campos de fresas que inundan esta localidad. Pero sus manos, sin papeles, no valen al empresario. Les será muy complicado encontrar hoy un empleo en los tajos. Mientras tanto, albergan esa esperanza que les impulsa cada mañana, a las 7.00, a plantarse en la plaza del pueblo para ver si hay un hueco para ellos.

El asentamiento está ubicado a unos 20 metros de un complejo de almacenes industriales de Lepe y no muy lejos del centro urbano. En ese mismo lugar hay una zona de ocio con salas de cines, restaurantes, pubs y supermercados, a donde acuden cuando el estómago aprieta en busca de lo que sobra entre la basura. Un montículo de tierra que cruza un arroyo seco y una masa espesa de hierba los aísla del pueblo. No se ven. Parece un pequeño poblado de nómadas asentados junto al río, en este caso el río lo constituyen los invernaderos cargados de fresas rojas a escasos metros del campamento que recogen cada mañana otras manos.

Son las 10.00. Esta semana no ha habido suerte. No han encontrado trabajo, aunque algunos sólo llevan semanas en Lepe. El campamento está en plena ebullición. Fuera no hay trabajo, pero dentro hay muchas cosas que organizar. Algunos preparan el almuerzo en una pequeña hoguera. Hoy toca arroz. Monhamede Fall, de 20 años, senegalés, aprovecha el fin de semana para lavar la ropa en un pequeño cubo que ha encontrado. El agua la toma prestada de la fábrica de plásticos Polisur. Monhamede Fall alcanzó la costa española en patera junto a un grupo de africanos. Recuerda que fue una noche fría y oscura pero que no tuvo miedo. En un español muy pobre, más por señas que por palabras afirmó: "El mar estaba en calma. Yo quería venir a España. Allí trabajaba en una fábrica de jabón y tenía un salario miserable. Un amigo me dijo que aquí había trabajo".

Masi Sako, procedente de Mali, de 23 años, no sabe leer ni escribir. Su nombre lo apunta en la libreta Amin Maroco, marroquí de 24 años, uno de sus compañeros en la chabola. Relata que la vida en el campamento es muy dura. Todos comparten la misma miseria frente al fuego. "Cuando llueve, no se puede dormir. No tenemos mantas, hace frío. Es horrible", afirma. A la hora de comer el drama se repite: "Buscamos la comida en los contenedores. Comemos naranjas y sobras. Vamos al pueblo, buscamos en la basura", indica. Sako, como la mayoría de sus compañeros del campamento también atravesó el estrecho en patera: "Mis padres no querían y yo cerré la puerta y me aventuré a venir a Europa. Allí los sueldos son muy bajos".

Las condiciones infrahumanas en que viven estos inmigrantes ha obligado por tercer año consecutivo a la Junta a poner en marcha a través de Cáritas un plan humanitario, que comenzará a aplicarse previsiblemente esta semana. La Consejería de Asuntos Sociales ha destinado a esta organización una subvención de 190.000 para atender a este colectivo. Su portavoz, Gonzalo Revilla, afirmó ayer su desacuerdo con esta medida: "Estamos dolidos por esta situación que se repite un año más sin que nadie ponga remedio. Las bolsas de comida y las mantas no son la solución. No queremos dar limosna y convertir a estas personas que vienen a buscarse la vida en mendigos". Revilla subrayó que el plan de emergencia es "un parche" provocado por "una ley de extranjería, una política de migración y una contratación en origen inadecuadas". Y fue tajante: "Ésta no es nuestra filosofía de trabajo".

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