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LA CRÓNICA | LAS ELECCIONES DEL 14-M
Columna
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Las elecciones más tristes de la historia

Soledad Gallego-Díaz

Las elecciones que se celebran mañana, domingo, son las más tristes y extrañas de la historia de la democracia española, con un país que se siente lleno de dolor y de rabia ante el peor atentado de su historia. Existe la posibilidad, además, que los ciudadanos vayamos a las urnas sin saber todavía a quien atribuir la masacre de Madrid. Saber quien ha sido el responsable no cambiaría, probablemente, el sentido del resultado electoral, pero eso no impide que sea una patente obligación del Gobierno de turno lograr que no lleguemos al domingo con esa incertidumbre.

Los expertos creen que en situaciones de conmoción, como la presente, los ciudadanos reaccionan de una manera muy cívica, acudiendo más que nunca a las urnas (es posible que el domingo se alcance el 80% de participación electoral), pero mantienen que el voto se reparte finalmente de una manera bastante proporcional, en relación con lo que estaba previsto antes de que ocurriera la catástrofe.

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En circunstancias traumáticas, afirman, es incluso difícil conseguir que los electores metabolicen una información nueva o extraña. Sólo mediante un gran esfuerzo de las autoridades públicas se consigue que absorban un nueva realidad. En medio de tanto dolor, es difícil valorar cuánto importa a los poderes públicos la información exacta o la certeza. Suele ser después, pasados el tiempo, incluso los meses, cuando cala entre la ciudadanía lo realmente ocurrido.

Si el atentado de Madrid fuera obra de Al Qaeda, los ciudadanos, quizás, tardaríamos mucho en asimilar esa información porque todo el mundo se siente más seguro pensando que se ha tratado del zarpazo de despedida de una organización, ETA, que está en sus últimas, por muy terrible que haya sido el golpe, que creyendo que se trata de la tarjeta de visita, y de presentación, de una organización nueva, potente y muy cruel, que augura una nueva era de pesadillas. Incluso ha dado la impresión de que esta era la actitud del Gobierno y que se resistía a aceptar la idea de que España podía enfrentarse ahora, además de a ETA, a otra organización terrorista todavía más infame y mucho más secreta.

La conmoción es tan grande que nadie, ni partidos políticos ni agentes sociales, puede introducir en el escenario, ni aunque sea a las puertas de unas elecciones, otra idea que no sea la unidad, el apoyo a las víctimas y el dolor, un dolor profundo y extendido que afecta a los sentimientos de millones de personas. Así lo han entendido también todos los candidatos, que dieron por cerrada la campaña electoral el pasado jueves y que se han retirado a un discreto segundo plano. Tanto Mariano Rajoy como José Luis Rodríguez Zapatero, los dos políticos que, de verdad, se disputan mañana la presidencia del Gobierno, han mantenido un tono institucional, de solidaridad y firmeza en el que parece imposible que los electores perciban diferencias. Todo lo que les separa quedó claro antes del jueves. De aquí al domingo solo veremos lo que les une. Los dos son conscientes, además, de que, gane quien gane, se va a enfrentar, inmediatamente, a una situación muy delicada.

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Es muy posible que el nuevo Gobierno que salga de las urnas el domingo tenga que analizar muchos hechos nuevos, revisar muchas cosas y hacer frente a muchos nuevos problemas. Porque si finalmente se trata de ETA, el atentado de Madrid indicaría que la organización terrorista, o una parte de ella, ha dado un nuevo giro hacia los atentados masivos e indiscriminados que quitaron el sueño a los Gobiernos socialistas. Y aunque se produjera una ruptura en el nacionalismo más radical y violento, ello no impediría, probablemente, una dura etapa de sangre y miedo. Todo ello, además, cuando el Gobierno de la nación y el Gobierno autónomo del País Vasco se encuentran absolutamente enfrentados.

Y si se trata de Al Qaeda, la noticia no puede ser peor para un país como el nuestro, que ya padece un terrorismo local, y que, además, tiene una amplia población inmigrante magrebí. Aunque nadie haya pronunciado todavía una palabra al respecto, habría que recordar muy pronto que lo primero que hizo George Bush tras el atentado del 11-S fue acudir a una mezquita y a un colegio islámico, para expresar, ante todo el país, su apoyo y reconocimiento a la población musulmana de Estados Unidos. La población musulmana de España se merecería, desde luego, el mismo y rápido apoyo, aliento y consideración.

Entre las cosas a revisar por el nuevo Gobierno estará, sin duda, la orientación de los servicios de inteligencia. 48 horas después de ocurrido el atentado, el presidente del Gobierno ha tenido que sentirse, como mínimo, muy incómodo ante la mortificante confesión de que no dispone de información fiable y suficiente. Ayer, en la conferencia de prensa oficial que celebró a última hora de la mañana, José María Aznar, no nombró ni una sola vez a ETA ni a Al Qaeda y no se sintió tampoco con fuerzas como para prometer al electorado que acudirá el domingo a las urnas cumplidamente informado. Sea quien sea el responsable del atentado, no podía haber imaginado una despedida más cruel para quien ha centrado sus ocho años en la presidencia del Gobierno de España en la estabilidad y la seguridad.

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