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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Zar Putin

El más serio rival de Putin en las elecciones presidenciales del domingo no va a ser ninguno de sus cinco teóricos competidores, sino la apatía de los rusos, que si votan por debajo del 50% alumbrarían unos comicios inválidos. Pero es poco probable que en una cita con las urnas con carácter de plebiscito la escasa participación prive al presidente ruso de una victoria arrasadora. La falta de contrincantes centra la atención exclusivamente en la magnitud del triunfo de Putin, que el año 2000 obtuvo la presidencia con el 53% de los votos en la primera vuelta.

Vladímir Putin, él mismo sacado hace cinco años de la oscuridad por Borís Yeltsin, ha utilizado este tiempo para hacerse incontestablemente con todas las palancas del poder con vistas a un segundo mandato. En estas elecciones, el conjunto de los 145 millones de rusos parecen valorar mucho más la estabilidad después de una década turbulenta y la relativa prosperidad, derivada en gran medida de los precios del petróleo, que el evidente retroceso de las libertades democráticas acontecido bajo su liderazgo.

Putin ha exprimido a fondo los poderes casi zaristas que le confiere la Constitución de 1993. El líder ruso ha asfixiado a los medios de comunicación hostiles, extendido ilimitadamente su control sobre los demás, liquidado a los acorralados oligarcas como alternativa de poder y aherrojado el control de las instituciones básicas. De manera que Rusia es un vacío cascarón de democracia en el que, por ejemplo, temas tan cruciales como la guerra de Chechenia carecen prácticamente de presencia en los medios de información masivos. O donde la televisión oficial ni siquiera menciona el reciente fracaso consecutivo de dos misiles balísticos en unas maniobras militares.

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Carecer de fiscalización efectiva es una desgracia para cualquier sistema político. La irrelevancia de instituciones democráticas básicas, como una oposición política o el control sobre el trabajo del Gobierno, hace inefectiva cualquier supuesta reforma. En la Rusia de Putin no se dan condiciones para objetivar y valorar con transparencia los éxitos o fracasos gubernamentales. Y las elecciones de hoy no van a aclarar el horizonte de la democracia postsoviética.

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