Un cuento de la España que va bien
Pues, señor, érase una vez un descampado, en lo que más tarde sería la calle de Concha Espina de Madrid, donde el Estado decidió en 1950 levantar, próximos al campo de fútbol de Chamartín, tres bloques con 126 viviendas para sus funcionarios. Durante algunos años aún pasaban las ovejas por delante. Allí se alojaron y allí viven desde hace más de medio siglo una serie de familias, pagando escrupulosamente su alquiler.
Un buen día de 2003 -ahora por la calle ya no pasaban ovejas, sino más bien tiburones de las finanzas y otros animales- , el dueño oficial (Patrimonio del Estado) decidió poner esos pisos a la venta, para lo que tomó dos medidas: una, solicitar el desorbitado precio de más de tres mil euros por metro cuadrado, aunque los gastos de construcción de esos pisos están más que compensados por lo abonado desde 1950, y dos, expulsar antes de la venta a todo vecino "en situación irregular", es decir, a hijos o parientes cohabitantes con el inquilino original, si éste tuvo la mala ocurrencia de morirse después de la Ley de Arrendamientos de1995, que fija en un máximo de dos años la subrogación en alquiler.
Ni cartas, ni llamadas, ni ruegos, ni la propuesta de una fácil solución amistosa y social -extender la oferta de compra a los ocupantes reales- dieron el menor resultado. Ante la perspectiva de una sabrosa especulación, el mismo Estado que celebra bodas privadas en El Escorial se mostró en este caso inflexible: fallecido el inquilino después de 1995, hay que desahuciar a los familiares que osen seguir viviendo en los pisos. Aunque hayan nacido en ellos, como es mi caso, cuando aún pasaban ovejas por la calle de Concha Espina. ¿Quién va aquí bien?-
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