Morante abre el tarro del arte
La corrida de Sánchez Arjona estuvo a falta de un hervor y resultó blanda, noble y sosa. Pero suficiente para que los artistas lucieran sus maneras, estado de ánimo, su aquel, virtudes y limitaciones. Y fue entonces que Morante de la Puebla cogió el tarro del arte, lo destapó y se puso a derramar esencias; notas y aromas toreros, que nos supieron a gloria bendita.
Sucedió en el sexto toro, al que Morante saludó con seis lances de rodilla genuflexa de inconfundible sabor añejo, rematados con una media verónica de tal guisa, doblando la pierna de salida, esa que imprime hondura y crujiente regusto.
La faena de muleta comenzó con pases a media altura y un par de firmas de estupendo trazo, abrochados con un cambio de mano superior y un pase de pecho en el que los colores de las marismas nos dejaron destellos de luces que nunca se olvidan.
Arjona / Aparicio, Conde, Morante
Toros de Sánchez Arjona, desigualmente presentados, blandos y manejables; 2º y 3º, sobreros del mismo hierro. Julio Aparicio: silencio y pitos. Javier Conde: saludos y dos orejas. Morante de la Puebla: saludos y dos orejas. La Cubierta, 7 de marzo, media entrada.
Cuatro series por el pitón derecho y sólo una por el izquierdo, lado por el que no hubo acoplamiento suficiente. La tercera serie en redondo, la cintura rota que acompañaba el viaje tan templado, fue una maravilla para contemplar.
En su primero, inválido, Morante dibujó la verónica mecida en tres lances de guapa factura. En fin, qué bonitos los recortes y trincherillas del de la Puebla antes de tirarse a herir con el morrillo como ideal diana en ese sexto.
Javier Conde en su primero, ese derechazo desmayado, aquel pase de pecho sin enmendar terrenos de personal hacer, mirando de soslayo al tendido, o un recorte de tono aflamencado. En el quinto, noble, de suave embestida, ese realizar una faena de su particular marca registrada. Un trasteo que parece como inventado y que tanto gustó al público de Leganés.
Julio Aparicio no entendió a su primero, noblito, al que dio leves pinceladas muy tímidas. Y no quiso ver, oír ni comprender a su segundo.
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