La vida cotidiana: el nuevo centro de la política
Día sí y día también, los medios de comunicación difunden nuevos datos estadísticos acerca de distintas realidades sociales que tienen a las mujeres como protagonistas. Las cifras relacionadas con los índices de pobreza, paro, discriminación por razón de sexo, cambio en las necesidades del cuidado y la atención familiar, consumo de televisión por parte de la población infantil, gestión de los tiempos de trabajo, incremento de la violencia contra las mujeres, el desatino constante de la representación femenina en el discurso publicitario y tantos otros fenómenos parecidos nos están proponiendo dialogar con una Cataluña distinta de la que habitualmente se nos presenta y que expresa los desajustes sociales en términos clarísimos de discriminación femenina. Una Cataluña donde, a causa de la dinámica acrítica del anterior Gobierno respecto a sus propias políticas, cualquier problema quedaba zanjado con unas declaraciones, a partir de la creación de una comisión encargada de bajar la temperatura del conflicto, o bien desviando el problema hacia lugares menos costosos para el imaginario que se defendía. Pocas veces hemos oído que se aceptase, con medidas concretas o como mínimo con la valentía que da la voluntad de gobernar desde el diálogo realista, el reto de asumir que vivimos en una sociedad sumergida de pleno en un costoso cambio estructural. Y menos aún se había reconocido que este cambio, además, es un cambio que exige ser contemplado de manera precisa en la forma como se expresa y que sobre todo exige nombrar a quien paga el coste más alto por ello.
A pesar de la aún demasiado frecuente falta de perspectiva femenina de los indicadores que los revelan, los datos ya no pueden encubrir el hecho de que este cambio estructural se sostiene mayoritariamente sobre los reajustes diarios en la vida de cada día, cuya responsabilidad se sigue otorgando, por activa o por pasiva, a las mujeres. Este factor, que por la aceleración con la que se manifiestan las exigencias de adaptación, nos obliga a inventar nuevas formas de gestión de nuestra vida cotidiana, tanto en el ámbito de los trabajos remunerados como en el ámbito de los familiares, tiene sobre nosotras un elevado coste emocional, condiciona nuestra salud, nuestra promoción profesional, agota nuestro tiempo, nos hace vulnerables innecesariamente frente a un entorno competitivo inexpugnable e insensible a las necesidades reales, que invisibiliza la tarea civilizadora de las mujeres privándola de valor social.
Las políticas tradicionales, al no entender esta compleja y dinámica realidad, han comportado y están comportando un alto coste para la calidad de vida de las mujeres.
Y más si tenemos en cuenta que una de sus consecuencias es la imposibilidad de muchas mujeres para acceder en igualdad de condiciones a la plena participación en todos los ámbitos de la vida social, política, económica y cultural.
A la sombra de esta situación han existido desde siempre estrategias especialmente hábiles y conocimientos relevantes sobre las necesidades y sus soluciones, de la mano de los saberes femeninos puestos en funcionamiento para mantener una cohesión social que permita seguir viviendo. Redes de abuelas, hermanas, madres, amigas, vecinas, compañeras de trabajo y de asociación que, día a día, damos apoyo y cuidado, recogemos, trasladamos, alimentamos, enseñamos, resolvemos, acompañamos, compramos, creamos espacios de encuentro, discutimos, escribimos. Son, en realidad, auténticas prácticas que desafían la tendencia a considerar irresolubles los conflictos producidos por la falsa, pero validada, separación entre lo público y lo privado.
Tener en consideración la vida cotidiana y dar valor a la experiencia que tienen las mujeres en su gestión es una de las evidencias más relevantes del compromiso del nuevo Gobierno de Cataluña en la defensa de una forma distinta de entender la política y de manejar el timón de cambio en nuestro país. A partir de aquí podremos, conjuntamente, empezar a encontrar soluciones efectivas ante los nuevos retos de este mundo cambiante. Las instituciones tenemos la obligación de facilitar el camino para establecer un nuevo contrato social entre mujeres y hombres, y así conseguir una sociedad más justa e integradora. Un gran y estimulante desafío cuya resolución está en manos de todos y todas, si empezamos a pensar la política a partir de un paradigma que coloque en el centro la experiencia compleja de la vida cotidiana.
Marta Selva es presidenta del Instituto Catalán de la Mujer.
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