De bien en peor
Todas las predicciones sobre la economía española para el año en curso son favorables. Los economistas, apostantes y seguidores de inversiones dan por hecho que el crecimiento será mayor (entre el 2,7% y el 2,8%, aproximadamente); que la inflación bajará hasta el 2,3% y que se seguirá creando empleo a una tasa anual ligeramente inferior al 3%, eso sí, según el patrón de precariedad, que alcanza límites grotescos en los contratos por días o incluso por horas. La economía es uno de los puntos fuertes del Gobierno, explican de forma genérica los propagandistas electorales y los columnistas políticos. No hay peligro de que se abra un debate político que ponga en cuestión ese punto fuerte de pretendida gestión del Gobierno.
En Europa hay 65 ocupados por cada 100 habitantes; en España apenas llegan a 58, y la renta 'per cápita' española es el 86% de la europea
Este año, como efecto de esa política económica tan alabada por sus autores, el crecimiento del PIB será un poco más de lo mismo: fuerte aportación del consumo y la construcción -al fin y al cabo, la política económica real de los gobiernos de Aznar ha consistido en allanar el camino a los promotores-, y una fuerte rémora del sector exterior, debido a la deficiente competitividad de los productores españoles, lastrados por el peso de una inflación que el azar o el tiempo se encargarán de moderar, pero que el Gobierno sólo vigila de lejos. El crecimiento de 2003 se consiguió gracias a la aportación de 3,5 puntos de la demanda interna y el drenaje de un punto, aproximadamente, del sector exterior. Este año, la resta del sector exterior será un poco menor si la recuperación de las economías francesa y alemana -la vieja Europa- se confirma y contribuye a reanimar las exportaciones españolas. Esta estructura de crecimiento no es precisamente la más recomendable para un país que vive en un entorno de economías con elevadas dosis de capital tecnológico y humano en la formación de los costes de los bienes y servicios; pero es la única posible cuando el último sostén del crecimiento es la drogodependencia monetaria. La economía española vive en un estado de drogodependencia monetaria, inflada artificialmente por unos tipos de interés inferiores en al menos tres puntos a los que sería necesario aplicar para corregir su tasa de inflación.
El crecimiento español, objeto de alabanzas y parabienes políticos, tiene una cara oculta poco agradable. España tiene hoy el 86% de la renta per cápita europea. Es verdad que durante los últimos ocho años se ha reducido el diferencial con Europa, pero, como ya es costumbre en los parámetros económicos del PP, no por méritos propios. Porque resulta que Europa ha crecido en los últimos tres años apenas a una tasa media del 1,2%, cuando en la segunda mitad de la década de los noventa crecía a ritmos del 2,7%. Además de ese diferencial de renta per cápita, España arrastra un inquietante diferencial de empleo. En Europa trabajan como media 65 de cada 100 habitantes; en España apenas llegan a 58 los ocupados sobre cada 100 habitantes. En cuanto a la inversión en tecnología, recuérdese que la media europea no llega al 2% del PIB, mientras que en España apenas se llega al 0,9%.
Por decirlo rápidamente, las condiciones económicas en Europa van a cambiar radicalmente -el 1 de mayo se incorporan a la UE los países del este de Europa- y la competencia de mano de obra más barata y mejor preparada no augura nada bueno para amplios sectores de la producción española. Los casos de deslocalización confirman que ya no hay argumentos para crecer sobre la base de mano de obra barata y productos sin valor añadido. Tampoco se podrá crecer sobre el cemento y el ladrillo, porque los precios ya no van a aumentar por encima del 15%, sino como mucho al 10% -y seguirán desacelerándose-, y porque el crecimiento de la edificación tiene ciertos límites. Pero como las empresas no invierten lo suficiente en capital tecnológico ni en formación, las fuentes del futuro crecimiento, ése que tiene que sustituir al ladrillo y al consumo impulsado por las rebajas fiscales, las fuentes del crecimiento futuro son más bien oscuras. O, por lo menos, los representantes del equipo económico del Gobierno no iluminan el túnel.
La conclusión provisional es que durante dos legislaturas no se ha avanzado en la sustitución del modelo de crecimiento; y que en apenas seis trimestres empezarán a pagarse algunas facturas de esta pérdida de tiempo. Pero, claro, eso ya será después de estas elecciones.
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