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Columna
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¡Taxi!

Hay toda una variedad gesticular en la acción de parar un taxi. Cada usuario lo escenifica de una manera distinta y sus particulares maneras revelan aspectos de la personalidad y hasta del estado de ánimo. Desde aquél que solicita el servicio con un gesto imperativo e incluso despótico, hasta el que lo hace con actitud suplicante pasando por esos otros que se dirigen al conductor como si fuera el chofer de su limusina el abanico de ademanes es enormemente amplio e interesante de observar.

Personalmente, tengo debilidad por esas damas que se sitúan al borde de la calzada y agitan la mano animadamente en el intento de acaparar toda la atención del taxista y eclipsar de paso a cualquier posible competidor. Resultan realmente encantadoras aunque capaces de matar si alguien les discute la apropiación del vehículo. Esto de pillar un taxi al asalto podría desaparecer de nuestras calles si, finalmente, prospera una de las ideas que maneja el Ayuntamiento de Madrid para racionalizar el servicio. Lo que están pensando es la posibilidad de obligar a los taxistas a recoger a sus clientes exclusivamente en las paradas habilitadas para ellos o bien en la dirección que indiquen previo aviso telefónico. Para los usuarios del taxi, la medida en principio no tiene más que inconvenientes porque no es lo mismo subir al primer vehículo que veas con el cartel de libre que estar obligado a buscar una parada. Al viajero, lo del teléfono tampoco le sale rentable ya que, en el mejor de los casos, el coche vendrá con algo más que la bajada de bandera. El cliente pierde, en teoría calidad, en el servicio lo que ocasionalmente podría disuadirle de utilizarlo. Este último aspecto sería realmente el único que afectaría negativamente a los profesionales del taxi que parecen haber rechazado la propuesta antes incluso de planteársela oficialmente. El sistema de paradas está pensado para evitar que los vehículos hagan kilómetros y kilómetros de vacío gastando combustible inútilmente. Ese movimiento estéril no solo contribuye a contaminar el aire que respiramos sino que incrementa, notablemente, los trastornos de tráfico. Estamos hablando de más de quince mil automóviles, muchos de los cuales operan las 24 horas del día y circulan de un modo diferente al resto de los automóviles. Cuando van de vacío, los taxistas suelen rodar por las calzadas laterales en las grandes avenidas, y en todas aquellas vías que se presten a parar de improviso. Intentan, como es lógico, mostrarse lo mejor posible y ponerse a tiro ante la clientela potencial de las aceras. La recogida de viajeros entorpece especialmente en los cruces y en los carriles-bus que quedan paralizados mientras dura la operación. Así pues a nadie puede sorprenderle que los responsables municipales traten de conjurar de alguna manera las consecuencias negativas que los modos actuales tienen para el tráfico. Dicho esto, creo que no va a ser fácil implantar una medida de esa naturaleza de forma generalizada. En primer lugar porque, al día de hoy, el del taxi es un sector muy complejo en el que resulta casi imposible aunar criterios y algo así requiere la complicidad de todo el sector.

En cambio, si sería posible -y entiendo que interesante- intentarlo de forma muy selectiva en el centro de la ciudad. Allí donde la saturación del tráfico adquiere tal nivel que justifica sobradamente cualquier intervención que reduzca la intensidad circulatoria. Es evidente que para ello habría que aumentar el número de plataformas donde tomar los taxis. Como el espacio en el Centro es un bien escaso, una posibilidad sería el ampliar los tramos de estacionamiento reservados a los hoteles y que cumplieran así una doble función.

Otra actuación imprescindible es la racionalización del sistema de radio taxi. En primer término, su implantación debería de generalizarse a todos los vehículos que operan en Madrid. Y, en segundo lugar, es necesario unificar las centrales de avisos. Ambas actuaciones reducirían al mínimo el tiempo que transcurre desde que se produce la llamada hasta que el taxi recoge al cliente con el consiguiente abaratamiento en el coste de la carrera. Madrid será, posiblemente, la capital europea con mayor número de taxis por habitante y, sin embargo, su funcionamiento dista mucho de ser el óptimo. La calidad del servicio no consiste sólo en poder cazarlo al vuelo.

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