El 'dardo' en el corazón, 2
Empecé a conocer en serio algo de la grámatica española cuando tenía unos catorce años; me llevaban de la mano los profesores del instituto José de Churriguera de Leganés.
De los autores de los libros de texto de aquellos años no recuerdo casi a ninguno. Pero a Fernando Lázaro Carreter sí que le recuerdo. Con él conocí lo poco que sé de la lengua castellana. Desde sus libros, me enseñó a sonrojarme con mi desconocimiento y me alentó a conocer los misterios de las palabras, las oraciones, las expresiones.
Cuando apareció con sus dardos en EL PAÍS, no podía evitar asomarme con cierto temor, pues sabía que, de nuevo, me pillaría en alguna palabra mal dicha, alguna expresión mal utilizada o alguna patada a cualquier parte del diccionario y me volvería a sonrojar. Pero era tan didáctico, tan ameno y tan lúcido en sus artículos como en los libros de texto de mi adolescencia. Y desde su columna, como entonces en sus libros, me animaba a seguir estudiando y cuidando el lenguaje. Uno desde su ignorancia hace lo que puede.
Pero ahora, ¿quién nos va a dardear?
Mi agradecimiento más profundo a mi profesor don Fernando Lázaro Carreter.
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