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Columna
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Cambiar cuando todo va bien

Miguel Ángel Fernández Ordoñez

Hay un amplio consenso en que la pérdida de la mayoría absoluta del PP significaría un cambio positivo en la situación política -valorada hoy muy negativamente por los ciudadanos en las encuestas del CIS-, ya que obligaría a usar más el entendimiento que el enfrentamiento y permitiría un mejor funcionamiento de la democracia. Pero ¿qué efectos tendría sobre la situación económica que es valorada muy positivamente por los mismos encuestados? La idea predominante es que, dado que la situación actual es muy favorable, sería bueno no cambiar la política económica. Este razonamiento lo usó el PSOE en las elecciones de 1989 y seguramente le ayudó a conseguir una mayoría absoluta después de haber gobernado, como ahora el PP, dos legislaturas. Entonces la situación económica era también muy buena, incluso mucho mejor que la de ahora. El PIB estaba creciendo al 5% frente al 2,4% de ahora; el empleo estaba creciendo el 4%, un ritmo doble del actual; las ventas de automóviles estaban disparadas; durante los últimos años había disminuido el déficit público en tres puntos, y la deuda pública sobre el PIB -que hoy está por encima del 50%- se había reducido hasta el 40%. Incluso había indicadores más positivos, como el fuerte crecimiento de la inversión privada que hoy no levanta cabeza. Pero igual que ahora, ese crecimiento estaba basado en la demanda interna. Se observaban los mismos desequilibrios en los precios -el deflactor del PIB era, como ahora, dos puntos superior al europeo- y el déficit de la balanza corriente se había disparado, como ahora, al 3% del PIB.

La mayoría absoluta del PSOE le impidió atender los cambios que sugería la oposición hasta que el modelo se agotó. Y es que, en economía, un presente boyante no es siempre garantía de un futuro próspero. Los inversores que en enero de 2000 entraron en Bolsa porque estaba subiendo espectacularmente, perdieron la mitad de su patrimonio en pocos meses. En economía, el futuro depende de la solidez en que se asienta el crecimiento. Durante los últimos tres años hemos crecido más que Europa, pero la acumulación de desequilibrios -déficit exterior, pérdida de competitividad, endeudamiento- hará que, si no cambiamos de dirección, la economía española se encuentre en una situación sin salida. En algún sentido será aún peor que en los noventa porque, siendo ya imposible la devaluación, el ajuste no se podrá realizar en año y medio, sino que registraremos crecimientos enclenques durante años. El partido socialista tiene un buen programa para evitar esta debacle. Consiste en centrar las reformas en la productividad y en la mejora de la competitividad. La única forma de salvar el futuro es adoptar mejoras en la educación, extender el conocimiento del inglés, intensificar el uso de ordenadores, avanzar en la sociedad de conocimiento, potenciar la I+D, evitar el desplome de la burbuja inmobiliaria con la potenciación del alquiler, introducir competencia en mercados protegidos, entre otras medidas.

Si el PP obtiene mayoría absoluta, le será difícil girar rápidamente hacia estos razonables planteamientos debido a su dependencia de los intereses que defienden el modelo actual. En política uno sólo se vuelve razonable cuando está obligado a ello. Felizmente, por lo que dicen las últimas encuestas, parece que el elector español ha aprendido y no cometerá el error de 1989. Si el PSOE no hubiera obtenido entonces mayoría absoluta, hubiera tenido que hacer caso a lo que la oposición reclamaba sensatamente como la reducción del gasto público y otras medidas. Entonces hubiera sido bueno cambiar la orientación del Gobierno con algunas ideas de la oposición. Ahora, si el PP no consigue la mayoría absoluta, no podrá despreciar absolutamente a la oposición y se verá obligado a aplicar aquellas medidas más sensatas que están en el programa socialista, y eso será bueno para la economía. Porque en economía, cambiar cuando todo va bien puede ser lo más prudente. mfo@inicia.es.

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