El sondeo sale de la cocina
El esperado sondeo de Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) salió ayer de la cocina y fue servido con pericia hostelera: mayoría absoluta del PP, pero ajustada, para que no se confíe su votante y el domingo 14 se vaya a buscar espárragos. Y dos amenazas inquietantes para reforzar esa sensación: el PSOE aumenta seis escaños, que son los mismos que tendrá Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) en un espectacular aumento, puesto que hasta ahora sólo contaba con uno.
La primera cosa que llama la atención a los especialistas en desentrañar este tipo de criptogramas -no todos los que presumen de ello lo son- es que este sondeo ha estado mucho más tiempo en la cocina de lo habitual, debido quizá a que entre el 24 de enero y 15 de febrero, que es el plazo en el que se realizó el trabajo de campo, se producía un desajuste hacia el PP en las intenciones de voto. Es decir, el efecto en los votantes de la reunión del líder de ERC con ETA tendría distintas intensidades de enero a febrero. La segunda, es la distinta participación que maneja el sondeo, que la fija en una estimación del 75,1%, mientras que a la pregunta "¿Piensa Ud. ir a votar en estas elecciones?" son el 71,4% de los consultados los que tienen decidido hacerlo. Pero estos porcentajes se impregnan de significado cuando se contrastan con la participación de las elecciones de 2000, en las que el electorado votó en un 68,7%, con una extraordinaria movilización del voto del centro derecha, mientras que millón y medio de votos asignados al centro izquierda se quedaron en casa.
Con el volumen de participación estimada por el CIS, a no ser que se haya producido un vuelco ideológico o la reasignación haya sido hecha con los mismos parámetros de 2000 (no por la ideología, sino por el recuerdo de voto), ese 6,4% más de votos (o 2,7% si se compara con el 71,4% que han manifestado la intención de votar) sólo puede pertenecer al espectro político del centro izquierda. Ello puede producir un baile de escaños en circunscripciones como Tarragona, Navarra, A Coruña, Lugo, Las Palmas o Alicante, lo que traducido a escaños en criterios de experto podría suponer la pérdida de hasta 15 diputados para el PP.
Acaso eso explique que el PP haya sacado el mastín en la campaña (un furibundo José María Aznar), incluso que el refrenado Mariano Rajoy haga llamadas a la corrupción del PSOE y corresposabilice a José Luis Rodríguez Zapatero. Por lo menos una cosa parece clara: la percepción electoral de 2004 respecto a los dos grandes partidos no es la misma que en 2000, cuando un vibrante PP conducido por un Aznar todavía atemperado en las políticas de pacto con CiU lidiaba contra un descuartizado PSOE con un objetado Joaquín Almunia al frente.
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