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Columna
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'Nada'

José Luis Ferris

El pasado sábado murió Carmen Laforet. Tenía 82 años pero en el fondo era una adolescente sensible, una muchacha nueva, hermosa, limpia, que ocultaba, tras la sonrisa escueta y lineal, la tristeza colectiva que le tocó vivir. Murió envuelta en una falsa senectud, disfrazada de anciana, haciéndonos creer que el cuerpo habitado por ella en los últimos años era carne de sí misma, decrepitud sin memoria de aquella jovencita que convulsionó la cultura oficial y malparida de una posguerra falsamente feliz.

La Carmen Laforet que el 28 de febrero cerró los ojos en un geriátrico madrileño, herida por la demencia, amparada en una realidad inexistente y extraña, poco tenía que ver con la joven Andrea que en 1944, con apenas 23 años, se metió en el submundo de una novela rompedora para ganar el Nadal y denunciar la desolación y podredumbre de los años dolorosos, difíciles y oscuros del franquismo. Aquel relato desmontaba la cínica realidad que propagaban los triunfadores y mostraba la otra, la incorrecta y oculta, la profunda y cotidiana en la vida común de aquellos años. Nada fue la novela -escrita por una mujer (otro hecho insólito para la época y el lugar)- que puso ante el espejo de la mentira la verdad del vacío, el desconsuelo, el desamparo del ser sin horizonte, condenado a vagar de la nada a la nada.

La muerte de Carmen Laforet es el adiós a una vida personal y la constatación de una obra ineludible, pero también un recordatorio oportuno para sacar de nuevo a la luz los asuntos pendientes con mujeres de semejante perfil, desde las olvidadas escritoras del 27 (de Concha Méndez o Ernestina de Chapourcin a María Teresa León) a artistas de la vanguardia como Remedios Varó o Maruja Mallo, sin olvidar a tantas otras que por ser mujeres y transgresoras en la época que les tocó vivir fueron, para nuestra vergüenza, deliberadamente borradas de la historia literaria o de los estudios de arte. No es de extrañar que un prolífico escritor y periodista como Edmundo González Blanco dijera en los años 30 que "las mujeres que son excepcionales son hombres, sin ir más lejos... Dánse errores en la naturaleza, y algunas veces los sexos están mal distribuidos".

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