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Reportaje:

La Residencia recobra creadores españoles en Roma

'Diez artistas en el Gianicolo' cuenta la historia de jóvenes allí pensionados, cuya amistad sobrevivió a la Guerra Civil

La Guerra Civil española no pudo romper su amistad. Su amistad se anudaba en torno al arte. El arte les retuvo cuatro años en Roma. Y Roma fue el hogar donde ellos soñaron un mundo ideal, distinto y mejor del que les tocó vivir luego en España o en el exilio. Hoy, aquellos 10 artistas ya desaparecidos, pensionados entonces en el corazón de Italia entre 1923 y 1927, reviven en la Residencia de Estudiantes en una exposición memorable de pintura, escultura y arquitectura digna de ser visitada.

Su ideación comenzó hace una década en la mente de Adolfo Blanco, arquitecto y comisario de la muestra. Es hijo del arquitecto del mismo nombre, miembro de aquel prodigioso grupo del que formaron parte los alarifes Francisco García Mercadal y Emilio Moya; los pintores Joaquín Valverde, Eugenio Lafuente, Timoteo Pérez Rubio y el también grabador Pedro Pascual; el músico Fernando Remacha y los escultores Vicente Beltrán y Manuel Álvarez-Laviada. Son los Diez artistas en el Gianicolo, que así se subtitula esta exposición cuidadosamente diseñada por Patricia Reznak en el edificio de ladrillo, obra de Antonio Flores, donde se plasmara el ideal didáctico de la Institución Libre de Enseñanza.

Francisco García Mercadal halló los módulos racionalistas en la arquitectura del Mediterráneo

Los destinos de estos diez españoles convergieron un buen día de 1923 en San Pietro in Montorio, una de las colinas más bellas de Roma. A muy poca distancia de la Academia Española de Bellas Artes -fundada bajo el mandato presidencial de Emilio Castelar-, donde habrían de convivir cuatro años, se alza el templete de Bramante. Fue canon arquitectónico del Renacimiento. Mandado instalar allí por los Reyes Católicos, es, desde los albores del siglo XVI, el emblema de la presencia cultural española en Italia. A la sombra de tan magna insignia -restaurada hace unos años por Antonio Sánchez Barriga-, los 10 españoles aterrizaron en 1923 en la ciudad del Tíber con la misión de construirse a sí mismos como artistas.

No eran los primeros, ni serían los últimos de los españoles allí pensionados; pero trabaron un grupo sin etiqueta generacional cuya libérrima entidad les facilitó la absorción de cuanta creatividad hacía estremecer a las vanguardias de Europa desde sus nodos enclavados en Berlín, Viena y París. Aquel asombroso empuje había irradiado sus primeros destellos desde la pupila parisiense de Picasso. Luego rugiría desde Como en los manifiestos futuristas de Marinetti, para trenzarse con los trazos metafísicos de Chiricco en Múnich y discurrir desde Livorno con la esencial elegancia de Modigliani hasta encauzarse hacia Roma. Y allí, un grupo de jóvenes artistas españoles se dejaba malear por tan feraz tempestad de influencias. Aquella estadía romana aceleró el brotar de su talento.

Así, el arquitecto García Mercadal empleaba su tiempo en estudiar la arquitectura del Mediterráneo, donde hallaría los más elementales módulos de la escuela racionalista, que destellaba desde Viena. Joaquín Valverde, absorto en la trama perspectiva del renacentista Mantegna, plasmaría su saber en lienzos excelsos aquí exhibidos, como el que hizo a sus amigos la escritora Rosa Chacel, integrante ex aequo del grupo por su vínculo amoroso, y Timoteo Pérez Rubio. Éste, su compañero, también inmortalizó a la novelista en otra tela donde ella aparece ensimismada y enfundada en un manto azul cobalto. Pérez Rubio sería pocos años después, al sobrevenir la Guerra Civil, quien dirigiera la evacuación de los tesoros del Museo del Prado hacia Valencia, primero, y Barcelona y Ginebra después. Al culminar la contienda entregaría tales tesoros, intactos, al pensador Eugenio d'Ors y al pintor Josep María Sert.

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La muestra exhibe también espléndidas esculturas de Vicente Beltrán. Una de ellas, de trasunto solar, fue esculpida sobre una piedra de la Via Apia: su finura de cincel destella a distancia. En otra sala dedicada a la arquitectura se muestran proyectos de Adolfo Blanco y Emilio Moya, con perspectivas fantásticas y trazos ascensionales de asombrosa escala.

La exposición, que ha visitado ya Roma, constituye una feliz iniciativa organizada por la Sociedad Estatal para la Acción Cultural Exterior.

Roma y la tradición de lo nuevo. Residencia de Estudiantes. Calle Pinar, 23. De lunes a sábado, de 11.00 a 15.00 y de 17.00 a 20.00. Domingo, sólo mañanas. Entrada gratuita.

Emoción recuperada

Roma y la tradición de lo nuevo es el nombre de la exposición que la Residencia de Estudiantes, en la calle del Pinar, 23, dedica a estos 10 españoles vinculados a las Bellas Artes, ejemplo de amistad creadora. La muestra ha sido formada tras un laborioso trabajo desplegado por el arquitecto Adolfo Blanco.

"Fue en verdad emocionante recuperar el cuadro dedicado por Timoteo Pérez Rubio a Pilar Pérez de Guzmán, ya que se hallaba en Extremadura, donde fuera pintado, en la finca La Crespa, la casa de unos parientes lejanos míos", explica el arquitecto. Además de ese lienzo, figuran otros dos, de bellísima hechura, uno, un paisaje de rastrojos extremeño y otro, un paraje frondoso y verde con cuatro asnos, "donde Timoteo abandonó definitivamente el impresionismo". Se enorgullece cuando habla de su padre, Adolfo Blanco Pérez de Camino, quien fuera definido como monumentalista y vagamente secesionista, la escuela impulsada desde Viena por Otto Wagner. En Madrid, precisamente, quedan obras de algunos de los miembros del grupo romano, como es el caso de Emilio Moya, arquitecto que en la calle de Cervantes, 11, restauró la casa de Lope de Vega.

Dos bellísimas láminas suyas han sido traídas desde el Archivo General de la Administración, en Alcalá de Henares, donde conservan toda su luminosidad. Fue igualmente Moya quien adaptó San Gregorio de Valladolid como Museo Nacional de Escultura Policromada.

Los dibujos del genial arquitecto Francisco García Mercadal, realizados en parajes idílicos italianos como Ischia, Boscoreale, Trani o Revello, rezuman frescura. Detalle curiosísimo que cabe comprobar en esta exposición es que la fachada en mármol del restaurante Edelweiss, detrás de las Cortes, en la calle de Jovellanos, fue obra del propio Mercadal. Entonces, era una tienda de regalos llamada Retra, como Adolfo Blanco ha probado.

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