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Cena indigesta

El pasado fin de semana estuvieron por aquí el candidato a la presidencia del Gobierno, don Mariano Rajoy, y el ministro raso don Federico Trillo, natural de estas tierras o adyacentes. Lo que sabemos a ciencia cierta es que el señor Trillo escribió y rindió exitosamente cuentas de una tesis doctoral en torno a Shakespeare, bajo la dirección del profesor Manuel Conejero, natural de aquí; enriquecedoras noticias para el lector distraído u olvidadizo.

La visita del ministro de Defensa tuvo amplio eco local, autonómico y nacional; y tanto que todavía anda en muchas bocas, y si huele, no es a ámbar. Romperé una lanza en favor del hombre cuya visita eclipsó a la del mismísimo don Mariano Rajoy, presidente Dios mediante y no digo más, pues por la boca muere el pez, según con probado rigor se sabe en Oriente. Coincidieron ambos, Rajoy y Trillo y más vale pronto, que se acercan las fallas y con su estruendo habitual no ha lugar para otras voces que la de los petardos; ellas son tales que según le oí a un experto algo tienen que ver con el cambio climático.

La resonancia mediática se la ganó el señor Trillo en Santa Pola, una de las patrias del langostino verídico, no de esos que consumidores indoctos en la materia valoran por el tamaño y adquieren congelados. Pero por si me lee Alfredo Argilés, ni otra palabra sobre el langostino; tanto más cuanto que acaso figurara en la cena con la que los santapoleros adictos obsequiaron al señor Trillo, ministro de Defensa. Habló éste después del festín de confraternización con colegas del partido; detalle nada nimio, pues tales eventos suelen matizar y aún trastocar el talante, cuando no remover plácidamente las aguas más profundas, de las que tanto cabría hablar que, pertinentemente, me callo; no como el lenguaraz Llamazares, quien con estos antecedentes o sin ellos se apresuró a proclamar que el señor Trillo se había vuelto loco. Los comunistas siempre tan proclives al catastrofismo inmediato como profetas a largo plazo de una sociedad tan venturosa y tranquila como la que proyecta el señor Rajoy para cuando ostente el mando; que en su caso es mañana o nunca, pues no es profetizable que le permitieran repetir lo que parecería ya intentona. Rebobinando: hubiera Llamazares mentado a Freud, ya habría sido audacia inoportuna. Pero veamos lo que dijo Trillo y comentemos sucintamente si sus palabras invitan a rasgarse las vestiduras: "A mí lo que me hubiera gustado es ser ministro de Defensa hace ocho años... pero me hubiera gustado sólo por una cosa, queridos santapoleros, para haber tomado la isla Perejil ocho años antes, y que nuestros pescadores hubieran pescado en las aguas de Marruecos, caramba".

Ahora bien, yo me doy perfecta cuenta de que este lenguaje es tabernario en su acepción estricta; en sentido lato está muy extendido por plazas y mentideros. Cuántos nos arreglan el mundo diciendo cosas como "Eso, matarlo", o "a ese tipo le cortaba yo los c...", o "colgarlo de un árbol". De modo que no cabe reprocharle a don Federico que su sentido de la justicia se halle en consonancia con el pueblo, más llano máxime en este caso concreto, en que su audiencia era gente de mar, pescadores que se escandalizan cuando afirmamos que el pescado es caro; y lo es, pero también para los troyanos. Cierto, por otra parte, que el Enrique V que nos ofrece Shakespeare, no muestra pensamientos más altos en la etapa de aprendizaje del rey, aunque el tal rey, todavía príncipe, era muy joven, mientras el señor Trillo, experto en Shakespeare, tiempo hace que vio transcurrir sus años juveniles y lo que no aprendiera entonces ya no lo aprenderá nunca, por muchas formas que adquiera; que por el más delgado hilo se saca el ovillo. Pero pase, siquiera sea como castigo a mi pesimismo. Y tanto es así que sigo con mi defensa del señor ministro.

Mi pasión ¿freudiana? por la objetividad no me permitiría obrar de otra manera sin riesgo más que inminente de que el remordimiento se sumara a los petardos de doña Rita para mantenerme insomne día y noche. A don Federico, la cena y la ferviente compañía le desataron la euforia, cosa que entendería mi gato de tener yo un gato. (Por citar el animal de compañía que menos compañía hace). Para redondear tan gratificante velada, noche de vino y rosas que le van mejor al ego que las pipas de girasol, soltó la tiradilla para atraerse todavía más a la familia política en su doble condición de votantes y pescadores. A mayor abundamiento, a mí siempre se me ha hecho que don Federico Trillo es un sentimental, aunque carezco de pruebas sobre las que asentar las posaderas de tal hipótesis. Será la cordialidad del rostro, aunque tan a menudo desmentida por las antiguas intervenciones del prócer cuando su etapa de diputado martillo de herejes. Así pues, el señor Trillo, dulcemente atufado por el yantar y el espeso calor humano, sintió desatársele la euforia y la euforia le suscitó un deseo de los que, sin embargo, no van más allá de pasearse por la mente sin pisar siquiera su periferia. Conozco a uno que sólo mató una media docena de veces a la suegra porque no hubo tiempo para más, pues ella se le murió sin necesidad de quintas columnas.

El único error del ministro fue sacarse de la manga una excusa que no se creyó ni doña Ana de Palacio, mujer ingenua donde las haya y a la que sólo saca de quicio la gramática en todos su capítulos.

Santo Cristo de la Seo. ¿Tuvo que decir el señor Trillo que su afirmación se refería al pasado? ¿Un absurdo que ni siquiera le resta gravedad al lenguaje bronco y copero? ¿Tanto pavor le inspira a los políticos el patinazo? Dispone el partido de un amplio equipo de expertos que no descuidan detalle ni hay virgo que no reparen. ¿No han aleccionado a sus acólitos en el sentido de que, en ocasiones es conveniente meter el remo, (con perdón), a propósito, para luego pedir "sinceras" disculpas en público? ¿Ganándose así la estima del pueblo, rendido ante tal exhibición de honestidad, de vergüenza torera que luego hará creíble todo dislate y de todo tamaño? Con una verdad se va a todas partes... con tal de que esa verdad sirva de apoyo a toda mentira.

Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.

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