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Columna
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Suicidas

José Luis Ferris

A pocas horas de dar comienzo la campaña electoral, uno se percataba de que falta entusiasmo. La gente, esa mayoría apabullante y natural, tiene los ideales en el subsuelo de la nostalgia, junto al ratoncito Pérez, el póster de Norma Jean (o de Redford) y algún que otro fracaso de semejante hechura. Vivimos un tiempo malo para la lírica y óptimo para la decepción, aunque -también es cierto- cada cual subsiste como puede y se busca un punto de apoyo que justifique el equilibrio y la existencia. De todos modos, la supervivencia física y emocional es difícil a veces. Hay quien no resiste un pulso con lo que le ha tocado en suerte y opta por autoenviarse al más allá, borrarse de la lista y ahí te quedas, mundo amargo. Las estadísticas de la OMS son contundentes: cada 40 segundos hay un suicido en el planeta, y cada 3, un intento fallido; en 2002 se quitaron la vida 3.500 personas en España (el 70% jóvenes de entre 15 y 25 años, el resto, ancianos mayores de 75); el 50% de los suicidas había expresado su intención de hacerlo; el 95% de los suicidios está relacionado con algún tipo de trastorno psíquico; el 15% de la población ha pensado en algún momento en poner fin a su vida, el 3% lo ha llegado a intentar y 9 de cada 100.000 personas lo han terminado haciendo. ¿Razones? Sin duda, hay donde elegir. Los jóvenes y adolescentes se acogen al fracaso escolar, rupturas amorosas o causas relacionadas con drogas y alcohol. Los ancianos enferman de soledad y de desesperanza.

Si no cambian mucho las cosas, los expertos auguran que una enfermedad como el suicidio, de no atajarse con las adecuadas medidas preventivas, será la segunda causa de enfermedad en el mundo hacia el 2020. De momento, si alguno de ustedes ha pensado alguna vez en desapuntarse de esta historia, busque algún amigo, abrácele bien fuerte y acuérdese del axioma: La vida no vale nada, pero tampoco hay nada que valga más que la vida. Ahora vote si quiere el próximo 14 de marzo; algún resto de ideal le quedará por ahí para meter en un sobre y soñar en voz baja. No se amargue. El desencanto sólo sirve para escribir poemas y alojar arrugas en la frente.

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