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Lecturas catalanas

No es fácil hablar con serenidad de la situación producida en Cataluña como consecuencia de la entrevista de Carod-Rovira con ETA, y mucho menos cuando nos encontramos en un periodo electoral, pero habrá que hacer esfuerzos para alejar la irracionalidad de un terreno en el que sobran muchas cosas, pero sobre todo, irracionalidad.

No voy a insistir en los hechos, ni en la condena de una conducta sobre la que sobran adjetivos, y tanto me vale que fuera fruto de la ingenuidad como producto de la premeditación. Pero en ningún caso voy a afirmar que la actuación de Carod le equipare a los terroristas.

Tampoco voy a extenderme sobre la actuación del Gobierno. Creo que a fuerza de sobreactuar ellos mismos se han descalificado. Y ello por no hablar de la utilización partidista de los servicios de inteligencia, o de las declaraciones y contradeclaraciones habidas. Hablar sobre todo ello, posiblemente, haría que me alejara del compromiso de serenidad.

Hablar con serenidad supone analizar cuáles son los problemas que se han puesto de manifiesto, y tras el análisis, tratar de buscar soluciones, en lugar de agudizar los problemas. Y en ese orden de cosas, tal vez la primera de las cuestiones a plantear consista en determinar los efectos que los hechos han tenido para contribuir a liquidar el fenómeno terrorista, algo que todos -incluida ERC- deseamos.

No cabe duda que todo un Conseller en Cap de Cataluña se acerque a entrevistarse con los terroristas supone un balón de oxígeno para la banda, aún cuando no conviene exagerar. El terrorismo de ETA se encuentra agonizante, y mucho oxígeno sería necesario para que volviera a resurgir con la potencia que tuvo en el pasado. Desde luego le haría falta mucho más oxígeno que el que haya podido obtener en esa entrevista. Pero se debe ser cuidadoso con las reacciones, pues lo que los terroristas buscan, por encima de todo, es comunicar la sensación de que tienen poder de poner en jaque al Estado, y si no queremos que consigan ese objetivo, más vale no cometer la imprudencia de alimentar la polémica sobre la entrevista Carod-ETA. A bien seguro que cuando lo hacemos, ETA se frota las manos.

La segunda consecuencia consiste en un recrudecimiento del debate sobre la unidad de España. No puedo dejar de ocultar que a mi ese debate empieza a cansarme, porque considero que, en las circunstancias actuales, no existe el más mínimo riesgo de segregación de ningún territorio. Es posible que haya locos e iluminados que lo pretendan, pero a estas alturas del siglo XXI en Europa Occidental, afortunadamente, no son los locos ni los iluminados los que deciden. Puede haber momentos en los que los ciudadanos de determinadas nacionalidades históricas se sientan más cómodos que en otros, formando parte de un proyecto común, pero ni aún en los momentos en que la incomodidad aumenta, el riesgo de separación es real. Recientemente en las páginas de este mismo diario, Gabriel Tortella explicaba con argumentos económicos la imposibilidad de que Cataluña se separara de España, mientras que Mikel Buesa ha escrito sobre el costo de la separación del País Vasco, que alcanzaría tal importe que lo haría prohibitivo. Por lo tanto, razones económicas pesan, y por mucho que puedan insistir los locos e iluminados, la separación tiene tal grado de dificultad que no resulta previsible. Y en ningún caso constituye un problema a corto o medio plazo, al menos si no se cometen graves errores. Téngase en cuenta que nuestra pertenencia a la Unión Europea trabaja, también, en favor de que las fuerzas centrífugas se debiliten.

Pero, con independencia de todo ello, no conviene jugar con fuego, ni promover actitudes que terminen agudizando problemas donde, si es que los hay, no son todavía lo suficientemente graves como para quitarnos el sueño. Y en ese orden de cosas, hay algunas medidas que deben ponerse en marcha antes de que sea tarde, y en primer lugar, recomponer la unidad -si es posible ampliándola a nuevas fuerzas políticas- en la lucha antiterrorista.

Pero no sólo eso. Debemos serenar el debate sobre la concepción de España, y sobre todo tener bien presente que cierta concepción unitaria del Estado, que ahora se defiende como constitucional, es cualquier cosa menos eso, porque si alguna concepción se deriva de la Constitución de 1978 es precisamente la de una España plural. Y de esa concepción se debe deducir una mayor comprensión hacia los pensamientos periféricos, a la vez que un diálogo para resolver los problemas pendientes.

Y por último, conviene huir de confusiones y simplificaciones. No hay que confundir a ETA con quien haya cometido el error de reunirse con ella, ni es posible contaminar a todo el Gobierno catalán por el error de uno de sus miembros. Ni tampoco podemos equiparar lo que ocurre en Cataluña con aquello que algunos denominan como problema vasco. Porque si se cometen tales errores, se puede correr el peligro de crear un problema donde no lo hay, o agravarlos donde los haya.

Luis Berenguer es eurodiputado socialista.

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