Catalanista de trastienda
Antes de llamarse Gallina Blanca, los mágicos cubitos de caldo de ave se llamaron Gallina d'Or. Fue en los primeros compases de la compañía familiar Agrolimen, cuando su fundador, Lluís Carulla i Canals, y su esposa, Maria Font, empaquetaban cubitos en la pequeña sede de su industria pionera. El matrimonio instaló su empaquetadora en los bajos del número 53 del paseo de Gràcia, en el sótano del elegante Salón Rosa, que en los años del foxtrot rindió culto al kitsch de la sociedad bienpensante de la época.
Ajeno al ajetreo mundano de los de arriba, Carulla, primero en el paseo de Gràcia y más tarde en la segunda sede de la calle de Aragó, empacó miles de cubitos y sobre todo inventó -fue el punto de partida del know how de la moderna industria europea del caldo- su contenido, gracias en parte al oficio heredado de sus padres y abuelos, farmacéuticos de Liñola, emigrados a L'Espluga de Francolí, su pueblo natal. Un poco antes, el joven Carulla, licenciado en Derecho, compaginó el ejercicio de la abogacía con el trabajo de dependiente en la farmacia de su padre, en la Gran Via de Barcelona. Tuvo que abandonar las oposiciones a notario, a causa del estallido de la Guerra Civil, y el día que el leguleyo se convirtió en granítico emprendedor, esbozó su consigna comercial: "Todo lo que gano me lo gasto en publicidad". Dio la campanada el 28 de noviembre de 1937, día en que La Vanguardia dedicó toda su portada a los cubitos Gallina Blanca, que entonces contenían carne de Argentina, legumbres y hortalizas, tal como detalla el profesor y experto en sagas industriales Francesc Cabana en su libro 37 anys de franquisme a Catalunya. Desde entonces fue un no parar, empezando por el invento del Avecrem, hoy convertido en un genérico para denominar el caldo de sopa, sea cual sea la especialidad o la marca. En la década de 1940 Carulla creó concursos de radio, entre ellos uno muy especial, titulado Medio millón, que en una ocasión premió a un participante con 500.000 pesetas por responder correctamente a 12 preguntas sobre Puccini.
A la celebración del centenario del nacimiento de Lluís Carulla asistió ayer la élite industrial y académica de Cataluña
La obra de este pionero empezó con una paradoja. "En pleno 1936, cuando todo se colectivizaba, él creó una empresa", narró el ex vicepresidente de Gobierno, Narcís Serra, en la conmemoración del centenario del nacimiento de Lluís Carulla i Canals, celebrado ayer en el Palau de la Música Catalana. Serra cerró las presentaciones con la semblanza del empresario que forjó una empresa familiar, con presencia hoy en 130 países, una facturación de 1.500 millones de euros y una plantilla de 10.000 empleados.
Antes que el político socialista, se dirigió al auditorio -unas 600 personas que resumían de forma fiel la élite industrial, humanística y académica del país- el escritor Joan Triadú, quien, durante muchos años, colaboró estrechamente con Carulla en Òmnium Cultural, Editorial Barcino, la revista juvenil Cavall Fort -ideada por Joan Tremoleda-, asi como también en diversas colecciones literarias en lengua catalana, en una etapa de persecución y catacumbas, a las que el empresario dio un toque de humor al ponerles nombres como Selecta, Excelsa, o Perenne. La semblanza de Carulla a cargo de Triadú fue emotiva y contundente: "El Carulla que yo conocí no era un regionalista, sino un catalanista arquetípico, un hombre que entendía el catalanismo como el eje del bien al servicio de nuestro país". En otro momento de su intervención, Triadú habló del "sentimental enérgico", y añadió que el empresario había sido "un catalanista ilustrado de trastienda". Emparentó su obra, salvadas las distancias de especialidad, con la de otros catalanes universales, como el arquitecto Antonio Gaudí y el filólogo Pompeu Fabra, cuya esfinge grabó en "mil monedas de acero fundido".
A la celebración del centenario de Lluís Carulla asistieron ayer el alcalde de Barcelona, Joan Clos, el consejero de Economía, Antoni Castells -representó a Pasqual Maragall, ausente por enfermedad-, el ex presidente Jordi Pujol y varios miembros del Gobierno tripartito actual.
El pionero de Agrolimen, aunque tocado por el estigma de la discreción, nunca dejó de dar la cara. Fue un enamorado de la publicidad, y aunque evitó convertirse en hombre marca, al estilo de mítico Lee Iacocca de General Motors, fue capaz de ilustrar él mismo las paredes de sus famosos cubitos de sopa y de participar en los diseños de sus primeros anuncios televisivos.
De los comienzos de la empresa familiar a la plenitud actual de Agrolimen han pasado 70 años. Por el camino, los Carulla se unieron al grupo norteamericano Ralston Purina y recompraron después la totalidad del negocio. En cualquier caso, el proyecto germinó lentamente, y cuando estalló el éxito, Carulla aceptó el reto de revertir en la sociedad gran parte de sus ganancias. Fundó el Òmnium en 1961 junto a otros hombres de empresa, como Fèlix Millet i Maristany, agitador cristiano, director de El Matí -un diario creado bajo el signo del catolicismo social- y primer presidente del Banco Popular de los Previsores del Porvenir. Millet, que presidió el Orfeó Català y fue secretario general de la Comissió Abat Oliba, organizadora de la entronización de la Mare de Déu de Montserrat -una de las primeras manifestaciones públicas del catalanismo después de la guerra-, fue el primero en desempeñar la presidencia del Òmnium, acompañado en la junta del organismo por el propio Carulla; Joan B. Cendrós i Carbonell, de Ediciones Aymà y Proa y fundador de Banca Catalana; Joan Vallvé i Creus, y Pau Riera i Sala, hijo de Tecla Sala i Miralpeix, que había recibido la herencia del emporio textil creado por su padre, Pau Sala.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.