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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Borra de cañón

Va detrás de dos hombres. Uno se llama Eusebio Rodríguez Salas y el otro Fidel Escorza. Va tras ellos desde hace años. A los dos los ha visto merodeando en torno al viejo edificio de Telefónica de Barcelona. Alrededor de 1937. El pintor Carlos García-Alix nacería 20 años después, pero esta circunstancia no empaña su mirada. Ahí están esos dos hombres y ese edificio, y él que va en su busca. Cuando viene a la ciudad a gestionar sus negocios pictóricos los liquida pronto, y luego empieza a revolver periódicos y trastiendas. Hace poco logró hacerse con una colección del diario La Noche. El diario del señor Pich i Pon. Según los 200 anys de premsa diària a Catalunya. Advertía, en su primer número de 1924, de que "no luciría ninguna escarapela política". Durante la Guerra Civil más que un diario fue una summa poética. Lo habían incautado los Amigos de Durruti. En 1937 La Noche combatía a Negrín: "Un gobierno del cual se ha eliminado todo elemento obrero". En la tinta de ese periódico iba Fidel Escorza. Tullido y casi enano. El jefe de seguridad de la CNT-FAI. Se mostró muy activo durante la depuración barcelonesa de 1937 y 1938. Años de renovación. Los cadáveres ya no aparecían en las cunetas de cualquier modo desagradable e inopinado, sino que empezaban a agruparse en los mataderos clandestinos. Escorza estuvo ahí. En él se cruzan los caminos del hampa y la idea. Escorza acabó en Paraguay. Esto es lo que sabe García-Alix.

Fidel Escorza y Rodríguez Salas. Y un pintor que los sigue. ¿Por qué? La respuesta también empieza en Barcelona

El otro. Eusebio Rodríguez Salas. El manco. El pintor lo ve como un hombre que caminara con un edificio sobre los hombros. Era manco, mano derecha del dirigente del PSUC Joan Comorera, y fue, como jefe de la policía, el que dirigió el asalto al edificio de Telefónica, durante los hechos de mayo de 1937. Había militado en el trotskista Bloc Obrer i Camperol y acabó siendo uno de los hombres más apreciados por Orlov, el general de Stalin en Barcelona, al que demasiados testimonios consideran el asesino de Andreu Nin.

Escorza y Rodríguez Salas. Y un pintor que los sigue. ¿Por qué? La respuesta también empieza en Barcelona. Se remonta al tiempo en que el escritor Luis Romero publica Tres días de julio y el padre del pintor lleva la novela a casa. A finales de la década de 1960. El futuro pintor tiene apenas 12 años y pasa de Salgari y el nobilísimo Yáñez a García Oliver, libertario en los gobiernos republicanos de la guerra. Se produce, quizá, un instante de confusión y de delicia que dura para siempre, y la épica guerracivilista le envenena.

El pintor pasa hoy largamente de los 40 años. Ha acumulado muchos rastros de esa épica. En Barcelona busca a Escorza y Rodríguez Salas, pero en otras ciudades busca a otros hombres. Son siempre menudos. Borra de la historia. Borra de cañón. A medida que va sabiendo de ellos el pintor va abriendo galerías. De monstruos, se dice para abreviar. Hace unos meses Carlos García-Alix publicó un libro que no entiende nadie. Rara noticia en un tiempo donde los libros suelen entenderse tanto y tan rápido que cualquier hombre se pregunta para qué los ha leído. El libro se titula Madrid Moscú. Trata de ese momento exagerado, del 7 de noviembre de 1937, cuando los retratos de Litvinov, Stalin y Voroshilov tapaban los ojos de la Puerta de Alcalá. Además es un libro que se troncha de la denominación de "pintura literaria" y que acaba saliendo por las hermosas y más insospechadas peteneras de la literatura pintada. Al pie del retrato de Margarita Nelken este hombre escribe, por ejemplo: "Llegó el invierno y comenzaron a llegarme noticias de Madrigrado. En Cibeles, en el Ministerio de la Guerra, Margarita Nelken se encontraba en la cresta de su ola roja. Juan Pujol, desde Sevilla, la insultaba con saña llamándola 'virgen loca del comunismo'. Me la encontré en una vieja fotografía fechada en noviembre de 1936. Su gesto era altivo y su pelo, antes cuidadosamente recogido, se presentaba ahora un tanto desgreñado; pronunciadas ojeras enmarcaban sus ojos y delataban sus noches de furia y cacería".

La operación es muy delicada. Vuelta a esos dos hombres. Escorza y Rodríguez Salas. Después de algunos viajes e investigaciones es posible que el pintor acabe encontrando algo más sobre ellos. Las huellas de los hombres se desvanecen menos de lo que suele creerse. O puede que no encuentre nada y tenga que conformarse con lo que tiene. Un manco, un medio enano, Paraguay, un diario de la noche, el bronco edificio de Telefónica. La operación será la misma con mucho o con poco. El pintor rebanará esos materiales hasta que juzgue que ya no es visible la costra de la historia. Sólo busca la historia para poder rebanarla. Lo que queda es como si uno pronunciara Paraguay y en vez de trópico se le llenara la boca de nieve. Ahí va Escorza, por las cunetas de la noche. Un asesino, probablemente. Pero no en la jurisdicción de García-Alix. En los dominios del pintor la ley es la primera corteza que salta. Aquí rige el mismo principio que reúne a los colores en su paleta. El mismo azar. La misma indiferencia entre contrarios. La misma ausencia de piedad por todo lo que no sea el resultado. Lo que sobresalta del pintor es que sus pigmentos sean los hombres. Breves. Un momento.

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