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Columna
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Calcio

A esta democracia le falta calcio, como nos faltaba a los niños de mi generación. La facilidad con que un presidente de gobierno puede mentir demuestra lo que ya sospechábamos desde la etapa socialista: que esta democracia no tiene el vigor de la británica ni la perseverancia de la estadounidense. Aquí, donde todavía no somos tan puritanos como para retirarle la confianza a un presidente que miente, se necesitan precisamente por eso más elementos correctores, controles parlamentarios que impidan convertir la mayoría en impunidad.

Esta pérdida de vigor se ha acelerado en los últimos ocho años, con la llegada a la Presidencia del Gobierno de un señor que ve la democracia como un contratiempo. Dos han sido sus contribuciones al enflaquecimiento del sistema: una, esa teoría expansiva del terrorismo que ha convertido en execrables y apestados no sólo a los asesinos sino a todos los que comparten con ellos determinadas ideas políticas, concretamente las ideas independentistas. Dos, la idea, repetida hasta la saciedad en el Congreso de los Diputados, de que la oposición socialista no está legitimada, a causa de no sé qué pecado original, para realizar su función de control al Ejecutivo.

El daño que estas dos perversas ideas están haciendo a nuestra cultura democrática ha podido percibirse la semana pasada en dos grotescos sainetes de la vida política andaluza. Y es que ya sólo la comedia, y cuanto más bufa mejor, puede mostrar lo bajo que estamos cayendo. El primer episodio lo ha protagonizado un Rojas-Marcos vesánico y quijotesco, que ha ido gritado por las esquinas frases memorables del tipo "con unos sillones no se compra nuestra conciencia". Se refería al pacto que el PA ha mantenido con el PSOE durante la pasada legislatura. Según Rojas-Marcos, el PA debe romper con el PSOE porque éste no rompe con Esquerra en Cataluña. Lo de menos es que Rojas-Marcos esté utilizando esto para maniobrar dentro de su partido. Lo significativo es que esa doctrina del PP según la cual el terrorismo no es un acto cometido por una persona, sino un virus que se contagia por las vías respiratorias, ya ha pasado a la sangre del cuerpo social; ya sirve de argumento para todo. Hoy cualquiera puede ser marginado, reprobado, apestado y apartado de los justos sólo por haber hablado con alguien que se reunió con una persona que conversó con un individuo que dijo que la negociación con los terroristas podía ser una vía para alcanzar la paz.

El segundo episodio es puramente teofilesco. Tras el derrumbe en Cádiz de cierto edificio que causó la muerte a una persona, la oposición municipal hizo su trabajo y pidió un pleno para investigar las posibles responsabilidades del Ayuntamiento. Pues bien, a la alcaldesa de la ciudad le molestó tanto este correcto funcionamiento de las instituciones, que inmediatamente después del pleno convocó otro para reprobar la reprobación de la oposición.

Sí, sí, da risa. Da risa porque parece que a Teófila Martínez se le ha ido la olla, como dicen en el Ayuntamiento. Pero Martínez no se ha vuelto loca; lo que pasa es que a Martínez, como al autoritario de su jefe, la democracia no le cabe en la cabeza.

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