¿Quién manda en Europa?
Hace un año, los líderes de los países europeos no pertenecientes al eje reaccionaron ante la alianza París-Berlín-Moscú con una Carta de los Ocho que reafirmaba su compromiso con el atlantismo. Esta semana, los líderes de varios Estados no pertenecientes al eje han enviado una Carta de los Seis a la presidencia de la UE, y han robado protagonismo a los tres grandes al exponer en ella sus ideas sobre la reforma económica europea, el tema principal de la cumbre trilateral del miércoles en Berlín, entre el canciller Schröder, el presidente Chirac y el primer ministro Blair. ¿En qué consistirá la carta discrepante del año que viene?
El gran juego denominado La Europa ampliada está en marcha. Es tan entretenido como el juego de mesa Diplomacy, e igual de traicionero. Nadie sabe cómo terminará. Pero he aquí una predicción: no acabará con un directorio, formada por Francia, Alemania y el Reino Unido, que diga a los demás países europeos lo que tienen que hacer. Esto no es Yalta.
Nuestras fábricas se van a China; nuestros servicios, a la India, y nuestros científicos, a EE UU. Lo importante es saber si seremos capaces de no quedarnos más atrás
Los italianos están furiosos porque se les ha excluido de la cumbre. Los españoles tampoco están contentos. Y los polacos hablan de un nuevo Yalta...
Un asesor de Chirac dice que el matrimonio franco-alemán sigue siendo fundamental para la política europea de Francia; muchos alemanes están de acuerdo
Es estupendo que los dirigentes de los tres países más importantes de Europa se hayan reunido. Entre los tres representan más de la mitad del PIB y el gasto de defensa de toda la UE ampliada, con sus 25 Estados. Cuando están en desacuerdo, Europa no puede hacer nada, como vimos a propósito de Irak. Desde el punto de vista militar, por lo menos, el Reino Unido y Francia han presentado una propuesta para hacer de la UE un peso pluma, junto al Mike Tyson de EE UU. Desde el punto de vista económico no se puede decir que Europa vaya demasiado deprisa. De hecho, la economía alemana acaba de sufrir un retroceso, y la francesa no crece apenas. Las reformas económicas de las que hablaban el miércoles nuestros dirigentes -pese a la ausencia lamentable y francamente infantil de uno de los principales defensores de la reforma, el ministro británico de Finanzas, Gordon Brown- son cruciales para nuestro futuro. Los líderes de la UE proclaman que su objetivo es convertir a Europa en la economía más competitiva del mundo de aquí a 2010. Si de verdad creen que eso es posible, son unos ingenuos.
Mientras nuestras fábricas van a parar a China; nuestros servicios, a la India, y nuestros científicos, a EE UU, lo verdaderamente importante es saber si vamos a ser capaces de no quedarnos todavía más atrás. Resulta tragicómico que el equipo de Schröder haya distribuido un libro rojo en el que explica las modestísimas reformas económicas que ya le han costado la dirección de su partido. En los años sesenta, cuando Europa estaba en plena expansión, China repartía libros rojos con las palabras del presidente Mao. Ahora es China la que florece, y Europa, la que reparte libros rojos.
Los italianos están furiosos porque se les ha excluido de la cumbre. Berlusconi ha dicho que la reunión del miércoles fue "un gran caos". Los españoles tampoco están contentos. Los polacos hablan de un nuevo Yalta, y los países pequeños levantan la voz contra los grandes que intentan dominarlos. Pero Berlusconi vuelve a equivocarse. El gran caos es la propia Europa. La cumbre del miércoles fue un primer intento de empezar a ordenarlo. Parte del caos es inevitable: está naciendo una Europa nueva, y todos los partos son embarullados.
Título jactancioso
No era inevitable que la UE elaborara un documento con el jactancioso título de Constitución y luego no consiguiera alcanzar el consenso sobre él. Ni que el presidente de la Comisión Europea se dedique a hacer campaña para derrotar a Berlusconi en las elecciones italianas, mientras otros miembros de su comisión dedican su tiempo libre a asegurarse su futuro. Pero, hasta dar con la forma de sacar adelante una Unión de 25 Estados, era obligatorio probar, avanzar a base de errores y aciertos.
La cumbre de Berlín no ha sido un error, sino un acierto. No significa que vaya a existir un directorio permanente, por dos motivos. En primer lugar, ha reunido a tres líderes políticamente debilitados, que gobiernan en unos Estados con concepciones muy diferentes de Europa y de cada uno de ellos. Un asesor del presidente Chirac dice que el matrimonio franco-alemán sigue siendo fundamental para la política europea de Francia; muchos alemanes están de acuerdo. Si continuamos con la metáfora del matrimonio, eso convierte a Blair en el amante. Y ésa es una buena razón para abandonar la metáfora, que no el trío. Las diferencias fundamentales están todavía presentes. Se vio con claridad en la rueda de prensa del miércoles por la noche en Berlín, cuando Chirac se mostró efusivo en su agradecimiento al canciller Schröder y sus elogios a la relación franco-alemana, mientras que no mencionó ni una sola vez a Blair ni el Reino Unido.
Mientras tanto, al Reino Unido le reclaman muchas otras voces: las de sus aliados en la guerra de Irak, como España y Polonia, y sus aliados en la liberalización económica, especialmente los países escandinavos; el largo brazo de EE UU y las garras aristocráticas del euroescepticismo. En cualquier caso, incluso aunque Francia, Alemania y el Reino Unido estuvieran tan unidos como las tres brujas de Macbeth, y fueran tan leales como los tres mosqueteros de Alexandre Dumas ("todos para uno y uno para todos"), los otros 22 países no harían lo que ellos les dijeran.
Berlín, por tanto, no fue más que un comienzo. La nueva Europa ampliada no funcionará si todo depende de las conclusiones de 25 jefes de Estado sentados alrededor de la enorme mesa nueva en el edificio del Consejo de Ministros en Bruselas. Sus disposiciones constitucionales están en el aire. Desde luego, no incluirán un Gobierno europeo que tome las decisiones por mayoría ni que haya un presidente europeo con gran poder personal. Lo demás es lo mismo que impulsa el proyecto europeo desde hace 50 años: la cooperación estratégica entre Gobiernos nacionales. En la vieja Comunidad Europea de seis países, Francia y Alemania eran los motores, mientras que Italia y los países del Benelux, en general, se dejaban llevar. Hoy sigue siendo cierto que si Francia y Alemania no colaboran, las cosas no marchan bien en Europa; pero ya no es verdad que si lo hacen, las cosas marchen forzosamente bien. Ni siquiera los tres grandes bastan por sí solos para garantizar ese resultado.
A partir de ahora, después de Berlín, tenemos que estudiar la forma de que Italia, España, Polonia, los Países Bajos y otros Estados miembros participen directamente en la elaboración de la estrategia para la UE. Eso significa un montón de papeleo burocrático, correos electrónicos, conferencias y, seguramente, más minicumbres, bilaterales, trilaterales, cuadrilaterales, pentalaterales e incluso hexalaterales. El resultado no debe ser un núcleo institucional, que será la manera más rápida de dividir Europa, en vez de unirla. Pero sería mucho más que la receta de caos europeo remozada por el dirigente británico conservador, Michael Howard, multidireccional, flexible y con posibilidad de que cada uno haga lo que quiera.
Propuestas estratégicas
En definitiva, se trataría de que un grupo de Estados europeos lleven a la mesa de conferencias en Bruselas propuestas estratégicas en relación con un área determinada. El grupo cambiaría según los temas; normalmente incluiría a Francia, Alemania y el Reino Unido, pero cuanto más amplio fuera, mejor. En ningún caso dicho grupo podría tomar decisiones por adelantado, en nombre de los demás. Si el asunto en cuestión se sometiera a una votación por mayoría cualificada y el grupo reuniera la mayoría necesaria, podría confiar en lograr su aprobación, pero todo tendría que someterse al acuerdo de la mesa del consejo. Otras propuestas surgirían de la Comisión y, directa o indirectamente, del Parlamento Europeo. En los grandes temas, no sujetos al voto de la mayoría, incluso los Estados más pequeños podrían decir no. No uno para todos, sino uno contra todos. Un ejemplo actual es Polonia, con una actuación espléndida aunque poco prudente, cuando todavía no es miembro de pleno derecho, a propósito del valor de los votos en la nueva constitución.
¿Funcionaría este método? No sería muy fluido. Pero si alguien puede encontrar otro mejor, me gustaría que me lo dijera.
Traducción de María L. Rodríguez Tapia.
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