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Reportaje:

Vascos y catalanes: dos caminos

Antonio Elorza

El catalanismo y el nacionalismo vasco tienen un punto de referencia común en la crisis del Estado-nación que se manifiesta en España desde finales del siglo XIX. En Francia hay catalanes y hay vascos, sin que el fracaso de los mecanismos de integración haya producido como entre nosotros la eclosión de movimientos nacionalistas. Por lo demás, son movimientos políticos muy diferentes entre sí, en la medida que responden a procesos también muy dispares de transición a la modernidad. En el caso catalán, una temprana industrialización sirve de base a lo largo del siglo XIX a una situación de clara primacía en todos los órdenes respecto de una España atrasada que, sin embargo, compensa esa inferioridad con la aceptación de un mercado reservado. "El proteccionisme que imposà un dia Catalunya", en la fórmula de Francesc Cambó, generó una comunidad de intereses regionales, compatible con la conciencia de una necesaria pertenencia a ese Estado español por lo demás ajeno y despreciado. Fórmula de orden en el plano social, de Prat de la Riba a Pujol, el catalanismo se presentó en el orden político y cultural como heraldo de la modernización de España. Contó además con la aportación de corrientes progresistas vinculadas al federalismo pimargalliano. Mayoritariamente, no fue independentista. En cambio, el nacionalismo vasco resulta de una transición muy violenta del Antiguo Régimen a la sociedad industrial, que además encuentra en la pérdida de los fueros y en la inmigración los referentes para expresar un rechazo radical de la inserción del País Vasco en España. El independentismo aquí será la expresión de la ortodoxia.

Sabino Arana estudió en Barcelona, y probablemente allí sumó a la exaltación de la pureza de raza la agresividad antiespañola
En alguna ocasión Arzalluz había hablado con menosprecio de esos catalanes que no luchan por lo suyo como los vascos

Las dos trayectorias son, pues, por composición social e ideología, muy distantes entre sí. Eso no excluyó una temprana simpatía, aunque a Sabino Arana el criterio racial le llevase a menospreciar a los catalanes, pero no su experiencia política de la Lliga Regionalista, inspiración para la Liga de Vascos Españolista cuya fundación anuncia al final de su vida. Sabino estudió en Barcelona, en la década de 1880, y probablemente allí sumó a la exaltación de la pureza de raza, inicialmente una ideología de defensa del privilegio, heredada del Antiguo Régimen, la agresividad antiespañola. Valentí Almirall, en Lo catalanisme, de 1886, veía en el español un pueblo degenerado, pero simpático; Arana aceptaba lo primero, añadiendo toda la carga de satanización de que era capaz un integrista.

Más adelante, la comunidad de intereses en la fase expansiva de la Primera Guerra Mundial unirá a las dos burguesías, la catalana y la vasca, a Cambó y a Ramón de la Sota, en la oposición al impuesto contra los beneficios extraordinarios por las ganancias de la guerra. Fórmula compartida: la autonomía política. Contra esta acomodación surgirá en 1916 la primera protesta de los jóvenes independentistas en Bilbao, reclamando un comportamiento catalán congruente con la letra de Els segadors. En la crisis de la posguerra, y del Estado liberal, esa iniciativa dará lugar en 1923 al primer intento de hacer realidad la consigna de "¡Separatistas de España, uníos!". Así, en septiembre de 1923, vísperas del golpe de Primo de Rivera, se constituyó en Barcelona la Triple Alianza, integrada por partidos vascos (PNV sabiniano), catalanes (Acció Catalana) y gallegos (Partido Nazonalista Galego e Irmandades da Fala), anticipo del nuevo proyecto de "Galeuzca", constituida en la II República, y desenterrada en 1945. Tres rasgos se desprenden de esta trayectoria. El primero, la desigualdad de los componentes en los nacionalismos periféricos bloqueó siempre hasta hoy las posibilidades de convertir esos encuentros entre nacionalistas en algo efectivo. El segundo, consecuencia del anterior, son los movimientos orientados hacia la independencia los más interesados en fortalecerse recíprocamente. El tercero, en caso de que el triple haz de partidos nacionalistas reconozca la posibilidad de un Estado plurinacional, la organización del mismo será confederal, teniendo lugar su formación a partir del ejercicio del poder constituyente por cada nacionalidad.

Tal es la fórmula que reaparece en julio de 1998 con la reunión de Barcelona en que catalanistas de CiU, PNV y BNG se ponen de nuevo de acuerdo para articular estrategias, después de dos décadas de incomunicación. El objetivo de la autodeterminación vuelve a aglutinar a los heterogéneos componentes. Pero en esa convergencia el motor es sin duda la deriva independentista del PNV, con especial incidencia sobre el catalanismo. En alguna ocasión Arzalluz había hablado con menosprecio de esos catalanes que no luchan por lo suyo como los vascos, y la fascinación ejercida por ETA pudo observarse en movimientos como Terra Lliure. Pronto el plan Ibarretxe será al mismo tiempo un toque de llamada y un desafío para los nacionalistas catalanes.

La pregunta era bien clara: si en conjunto el catalanismo tiene un arraigo mayor en la sociedad catalana que los abertzales en la vasca, ¿por qué no imitar la audacia de los nacionalistas vascos al emprender el camino de la autodeterminación? En Cataluña no existía ETA y bajo la presidencia de Pujol el avance de la construcción nacional resultaba evidente. Como compensación, el distanciamiento de las élites intelectuales respecto de España había ido acentuándose desde los ochenta. Son un buen ejemplo los artículos de Pasqual Maragall sobre Madrid, mezcla de tópicos del catalanismo arcaizante con concepción posmoderna de la nacionalidad, y reflejo de una radicalización catalanista cuyas repercusiones se observan incluso en las relaciones intelectuales a escala individual. El antiespañolismo de muchos jóvenes les hace sentirse próximos a sus correligionarios vascos, por encima de las diferencias tácticas. A la vista de ese ambiente, ¿por qué no pergeñar una nueva Galeuzca, de momento a dos, desde los demócratas independentistas de Euskadi a Esquerra Republicana de Catalunya, pasando por ETA? Tal es el objetivo de Carod, perfectamente pensado, sin "errores" ni "puerilidades", y nada mejor que la plataforma de una coalición gubernamental para llevarlo a la práctica.

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