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ANÁLISIS | NACIONAL
Columna
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Para ti la perra gorda

EN UN DESAYUNO CON LA PRENSA alicantina, el ministro de Defensa agredió el pasado lunes con una broma patosa a una periodista que le había pedido su opinión sobre las declaraciones dadas pocos minutos antes a Iñaki Gabilondo por Hanx Blix -ex jefe de los inspectores de Naciones Unidas en Irak- en torno a la infructuosa búsqueda de los depósitos de armas de destrucción masiva esgrimidos hace 11 meses como causa justificadora de la guerra. "Llevo una semana guardando el mismo euro para el que me haga esa pregunta", respondió Trillo, "y se lo ha ganado usted, querida". La aclaración de que la moneda arrojada por el ministro sobre los blancos manteles de la mesa tenía un significado chistoso añade escarnio a la befa: no es sino la versión modernizada de la humillante fórmula que suelen utilizar los malos discutidores -"para ti la perra gorda"- con el propósito de cortar un debate.

El ministro de Defensa pretende suprimir de la agenda informativa las preguntas relacionadas con la infructuosa búsqueda en Irak, desde hace ocho meses, de armas de destrucción masiva

Pero la despectiva actitud del ministro de Defensa no fue sólo una manifestación de incorrección personal hacia la periodista agraviada, sino que forma parte de una meditada estrategia del Gobierno dirigida a sacar de la agenda pública una cuestión incómoda y comprometedora. El presidente Aznar y el candidato del PP para sucederle (Rajoy fue su vicepresidente primero hasta septiembre de 2003) pasan como gatos sobre ascuas cuando se les recuerdan las reiteradas falsedades que pronunciaron en el Parlamento con el único propósito de justificar el respaldo de España a la invasión de Irak por Estados Unidos y el Reino Unido contra el parecer mayoritario del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Pero las huellas dejadas en los registros escritos y audiovisuales por las enfáticas declaraciones de Aznar y Rajoy sobre la existencia -más allá de toda duda-de arsenales prohibidos en manos de Sadam Husein y a disposición del terrorismo internacional son demasiado profundas para que sean borradas simplemente por el viento.

Sólo las formas explícitas o implícitas de censura podrían conseguir la milagrosa desaparición retrospectiva de las falsas afirmaciones de Aznar -"pueden creerme"- sobre la guerra de Irak: la resistencia de Rajoy a debatir en televisión con Zapatero y sus remilgos ante las ruedas de prensa cierran el muro de silencio construido por el Gobierno y los medios de comunicación a su servicio para ocultar su embustero pasado belicoso mediante la manipulación de la agenda informativa, la ridiculización intimidatoria de los periodistas independientes y la callada por respuesta o la negación de la evidencia dadas a sus preguntas. El engaño de los Gobiernos a la opinión pública socava las paredes maestras del sistema democrático, máxime cuando los informes amañados de los servicios secretos son utilizados como coartada de una guerra de agresión. El artículo 20 de la Constitución garantiza a los ciudadanos el derecho a recibir información veraz e impone al Gobierno el deber de proporcionársela. Aznar sigue faltando a la verdad cuando afirma que el ultimátum a Sadam Husein lanzado por el trío de las Azores dio cumplimiento al mandato 1.441 del Consejo de Seguridad o que los inspectores de Naciones Unidas acreditaron la existencia de armas prohibidas en Irak.

Hans Blix declaró a la cadena SER -ese fue el origen del maltrato dado por Trillo a la periodista- que el último informe de los inspectores de Naciones Unidas no certificaba "en ningún sitio" la existencia de arsenales de destrucción masiva en Irak, aunque el carácter inconcluso de su labor "dejaba abierta la posibilidad" de que los hubiera. En su libro Winning modern wars (recién traducido al castellano: ¿Qué ha fallado en Irak? Crítica, 2004), Wesley K. Clark, el general de cuatro estrellas jefe supremo de la OTAN durante la guerra de Kosovo, concluye que el presidente Bush invocó "erróneamente el derecho a actuar de forma preventiva contra Irak cuando en realidad este país no suponía ningún peligro inminente". Y, a diferencia de Aznar, también afirma que la guerra no ha sido eficaz -antes por el contrario- en la lucha contra el terrorismo internacional: entre otras cosas, "nunca se aportaron pruebas contundentes que vincularan a Sadam Husein con Al Qaeda".

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