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Reportaje:FUERA DE RUTA

Flamencos en las lagunas del altiplano

San Pedro de Atacama, en Chile, sorprende por su desierta inmensidad

La carretera hacia San Pedro de Atacama sube rectilínea hacia la cordillera. Si no fuese por los cadáveres de neumáticos y dos o tres envases de coca-cola, uno no estaría del todo seguro de estar en la tierra. El cielo, que sólo se nubla 10 días al año, no hace nada para remediar el vértigo de una inmensidad que está todo el tiempo diciendo que no te necesita.

De pronto, hasta la radio del coche se pierde junto con la señal del teléfono móvil. El perfil del valle de la Luna, cerros como costillas de toros muertos, valles laberínticos que la sal trató de rasguñar inútilmente, invaden tu mirada. Hablar se hace inútil, y respirar a 2.500 metros sobre el nivel del mar se torna una apuesta difícil. Hasta que por fin, cuando ya no parece haber esperanza, aparece en todo su esplendor el oasis de San Pedro de Atacama.

San Pedro es un pueblo blanco en medio de un arroyuelo. Cinco calles polvorientas en medio de vergeles, jardines y hoteles de lujo. Lo fundó Diego de Almagro, el conquistador manchego, y durante siglos ha vivido del tráfico con la vecina Bolivia. A mediados de los años sesenta el padre Lepaige, un jesuita belga, construyó un notable museo arqueológico.

Y eso, junto con una pequeña iglesia de adobe blanco del siglo XVII, comprende la zona monumental de este pequeñísimo poblado indio en medio de una vieja ciudadela inca. Y gracias al espectacular y variado panorama natural, la aldea se ha transformado en recorrido obligatorio de miles de mochileros del mundo. Y dándoles la espalda a los silenciosos y morenos lugareños, los restaurantes de la iluminada calle principal -todos acogedores, todos con su fogón de rigor para completar el ambiente de desértico chic- sirven comida naturista y californiana para franceses en año sabático, neozelandeses tostados por el sol y norteamericanos haciendo una parada chilena antes de seguir rumbo norte a Machu Picchu o a las lagunas bolivianas y argentinas.

Alrededor de las fogatas que tratan de calentar la helada noche se escucha a Manu Chao y Compay Segundo. En San Pedro de Atacama no hay un solo cajero automático, ni hospital, ni del todo agua corriente; pero sí que hay cinco cibercafés, tres casas de cambio, dos bibliotecas de libros en inglés, varias agencias ofreciendo tours del desierto en todoterrenos y un puñado de tiendas de alimentación donde se pueden conseguir los sobrecitos de mate de coca para combatir el mareo. El desierto, sin embargo, es un elemento desinteresado y tampoco perdona tan fácilmente a sus optimistas visitantes del Primer Mundo. La soledad del paisaje y los impenetrables habitantes terminan por hacer mella hasta en los más superficiales pasajeros. El desierto, o te cambia o te mata; pero, en general, hace las dos cosas. Ese viaje a la tierra de nadie te obliga a volver a ti mismo, a armarte y amarte.

Porque es difícil no pensar en profundidades existenciales en medio del Salar de Atacama, extensión ilimitada de sal interrumpida sólo por pequeñas lagunas de agua en las que chapotean unas solitarias bandadas de flamencos rosados con la cabeza en el agua, inmersos en su eterna busca de partículas microscópicas de plancton. Siente uno que le roza la esencia misma del silencio al contemplar el suelo blanco y las algas cobrizas. Después, al levantar la vista hacia la montaña, las nieves eternas señalan allí otro mundo inabarcable para el ser humano, sin creador, un mundo que no perdona mediocridades, donde las dudas y sarcasmos son irrelevantes.

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La única forma de enfrentar el desierto es no parar. No darle tregua, no dejar tiempo para que su lengua de sirena te cante al oído. Por eso, sin inmutarse, muchos de esos turistas atraviesan las sendas deshabitadas en bicicleta para, después de subir una enorme colina de arena, contemplar el atardecer sobre el valle de la Luna. El sol rosado que toca las costillas de los cerros, las rocas blancas, los valles, las quebradas... Y, de pronto, de nuevo la luz de la luna internándose en las sombras de la roca. A primera hora de la mañana, una visita a Toconao, un precioso poblado aymara aún no explotado por el turismo. Su iglesia, con su techo de paja y campanario de adobe; los niños en la plaza, y, más allá, el valle de Jerez, con sus vergeles y sus arboledas que rompen con la uniformidad parda y gris del desierto. Más allá aún, las lagunas de la altiplanicie, con esmeraldas y saladas aguas bordeadas de nieve a 4.000 metros de altura.

A la luz de la luna

Ya acostumbrado a respirar el aire enrarecido, sin pensarlo dos veces te dices que hay que hacer esto a caballo, y siguiendo a un guía local te internas en el valle de la Muerte a la luz de la luna. Los caballos andan con precisión entre los laberintos escarpados y rompen a galopar cuando llegan a la duna abierta, avanzando en la oscuridad hasta que lo único visible es la luz que desprende el marlboro encendido por el cowboy atacameño que te ha guiado por esta bella e inhóspita tierra. Al día siguiente, las camionetas de las varias empresas turísticas del lugar hacen su recorrido de los hoteles y albergues del pueblo -a las cuatro de la mañana- para llevar a la gente por las escarpadas cuestas hasta los géiseres del Tatio, el géiser más alto del mundo, a 4.321 metros. Ahí, salida al viento fresco y cortante para contemplar el amanecer en la cima del volcán enterrado que escupe agua y vapor. Verdosas lagunas en medio de la nieve, el agua hierve entre el suelo de barro y roca (y en la que unos australianos ponen a endurecer unos huevos). Bajando por la misma carretera después de este espectáculo matinal, en dirección a San Pedro, esa misma agua se convierte en una maravillosa cascada tibia en los baños termales de Puritama. Un río salvaje domesticado en ocho pequeñas piscinas naturales escondidas detrás de hierbajos y totoras.

Flotar en esa agua a una temperatura absolutamente soñada es el único descanso que permite el desierto. En la bajada hacia el valle, de nuevo la huella de un bosque de tamarugo y el pueblo que se cuelga de los postes y los arbustos para no desaparecer en la arena. Al final del valle, los Pukará de Quitor, fortalezas indias que se pueden recorrer también a caballo. Sólo cuando ya estás marcado a sangre y fuego, cuando el desierto ha limpiado las palabras y las culpas que sobraban, San Pedro de Atacama te deja escapar. De nuevo, por el camino que el sol aplasta, hasta Calama, la ciudad minera. Un avión sobrevuela de pronto la falange de los cerros. La arena, más que una geografía, parece una piel humana en la que puedes leer tus propias certezas y la enormidad de tus dudas.

- Rafael Gumucio (Santiago de Chile, 1970) es autor de las novelas Memorias prematuras y Comedia nupcial (Debate).

Una procesión en el poblado aymara de Toconao
Una procesión en el poblado aymara de ToconaoISIDORO MERINO

GUÍA PRÁCTICA

Datos básicos

Prefijo telefónico: 00 56 55.

Situación: a 1.670 kilómetros al norte de Santiago de Chile. Moneda: peso chileno; un euro = 745 pesos. Población de San Pedro de Atacama: unos 3.000 habitantes. Documentación: pasaporte.

Cómo ir

- Iberia (902 400 500; www.iberia.com) tiene vuelos directos de ida y vuelta entre España y Santiago de Chile desde 591 euros, más tasas (27,96 euros) y gastos de emisión (18 euros; 15 con billete electrónico ), con reserva anticipada de un mes.

- Lan Chile (915 59 72 95). Vuelos de ida y vuelta a Santiago desde 776,96 euros, tasas incluidas. Esta compañía también vuela a diario entre Santiago y Calama (el aeropuerto más cercano). La tarifa más económica, ida y vuelta, es de unos 100 euros.

Dormir

- Hotel Altiplánico (85 12 12). Domingo Atienza, 282. San Pedro. Habitaciones dobles por 80 euros.

- Tambillo (85 10 78). Le Paige, s/n. San Pedro. Unos 40 euros.

- Hostería San Pedro (85 10 11). Solcor, s/n. San Pedro. 47 euros.

- La Casa de Don Tomás (85 10 15). Tocopilla, s/n. San Pedro. Unos 66 euros.

- Hotel El Tatio (85 10 92). Caracoles, 219. San Pedro. 39 euros.

- Hostal Casa Adobe (85 12 49). Domingo Atienza, 582. San Pedro. Seis euros. (Todos ellos organizan excursiones por el desierto de Atacama).

Comer

En las calles Caracoles y Toconao existen varios cafés y pequeños restaurantes con menús por menos de 10 euros.

Internet

- www.sanpedroatacama.com.

- www.sernatur.cl.

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