El Santo Grial
Desde que leí hace cinco años la primera novela de Luis Manuel Ruiz (Sevilla, 1973), El criterio de las moscas, que obtuvo el apoyo, entusiasta y decisivo, de Arturo Pérez-Reverte, que vio en él si no un discípulo (que algo sí tiene de seguidor, con personalidad propia) sí alguien que tenía un concepto de la literatura de entretenimiento similar al suyo, he seguido con gusto, atención y curiosidad sus posteriores novelas, todas ellas, como esta cuarta, en Alfaguara. Una novela -me apresuro a señalar- que interesará a quien no conozca al escritor sevillano y que, sin embargo, decepcionará un poco a los que, en cambio, le hemos seguido desde sus inicios.
La habitación de cristal es, como todos sus relatos, la búsqueda del Santo Grial, del arca perdida, del ansia de inmortalidad que tiene en su imaginario colectivo el hombre. Si en novelas anteriores la búsqueda se hacía extraviándose por los laberintos de papel, por el misterio de las bibliotecas, por los riesgos que esconden ciertos libros que seducen precisamente por ello o intentando librarse de esa tela de araña que podía hallarse en la partitura de una composición musical, de una obra inencontrable que abría puertas a otras dimensiones (el escritor colombiano Pedro Gómez Valderrama tiene un cuento magistral sobre Paganini, su violín y el diablo); en esta novela, situada en 1933, en un Berlín de sombras y nieblas, de uniformes pardos con esvásticas que se reflejan en el espejo de Cabaret (el relato, el musical, la película), la búsqueda de la inmortalidad, de la sabiduría que no está al alcance de los mortales y cuya obsesión sólo produce fascinantes ángeles caídos, se realiza a través de un espejo singular, el primer espejo de cristal, el que recoge el legendario Espejo de Salomón, aquel que acaso permitiera ver el verdadero rostro de Dios.
LA HABITACIÓN DE CRISTAL
Luis Manuel Ruiz
Alfaguara. Madrid, 2004
247 páginas. 17 euros
Para ello, Luis Manuel Ruiz ha seguido la misma fórmula que en libros anteriores. Ha creado, esta vez, un inspector Menz, un antihéroe que más parece un descarte de un casting de película de detectives americanos, triste, solitario y tozudo. Aparecen -para enredar o encauzar la investigación- una (o unas) mujer(es), que tiene(n) el aire peligroso de las mujeres fatales del cine negro (hay mucho homenaje: a los clásicos, a los buenos; la visita del inspector Menz al deteriorado rumano ¿no recuerda a Bogart en el invernadero del viejo enfermo de El sueño eterno? ¿La historia del espejo mágico no es la de El halcón maltés?). Luis Manuel Ruiz controla muy bien esta fórmula de literatura entretenida, sin más complicaciones que las erudiciones necesarias para dejar al lector perdido en el laberinto, y esta novela lo es, muy entretenida, ya digo, se lee muy bien, es verdad, pero tal vez, respecto a las anteriores, le ha salido algo más plana, sorprende menos al lector (todo ese fondo de irrupción nazi no aporta demasiado a la historia, crea, sí, una atmósfera y puede tener una cierta intención simbólica y metafórica: el espejo empañado va clareándose y aparecen los símbolos nazis). Con todo, insisto, Luis Manuel Ruiz es un escritor muy interesante, que se ha hecho un hueco en esa legítima parcela de la literatura de entretenimiento y es un novelista al que quiero seguir leyendo (y encontrando de paso, como señal masónica entre él y sus lectores habituales, esas mínimas referencias a las moscas, que vienen desde su primera novela: en ésta he hallado dos referencias; me desagradaría que se me hubiera pasado alguna más; pero no creo: todo viene de una lúcida observación de Monterroso: "Hay tres temas: el amor, la muerte y las moscas"; pues eso).
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