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Columna
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Un año después

Josep Ramoneda

Se cumple un año de las masivas movilizaciones ciudadanas contra la guerra y se palpa una mezcla de desconcierto, frustración y melancolía. Desconcierto porque no se acaba de entender que el rechazo a la guerra no se haya traducido en rechazo masivo al PP, frustración porque la guerra se hizo sin que tan mayoritario rechazo evitara meter a España en el conflicto y melancolía porque, en una dinámica social destinada a aislar al individuo de cualquier querencia comunitaria, los momentos en que los ciudadanos se sienten juntos son muy excepcionales y dejan añoranza. El modo embarullado en que el Gobierno tripartito catalán ha iniciado su andadura tampoco ayuda al optimismo. En una sociedad acostumbrada a comprar compulsivamente los deseos en los grandes almacenes, resulta difícil entender que las cosas necesitan tiempo.

Evidentemente, en democracia los gobernantes no deben actuar en función de mayorías sociales coyunturales. Pero cuando en una cuestión de tanta gravedad como es la participación en una guerra hay un abismo tan evidente entre la opinión ciudadana y la decisión política, algo falla. La guerra terminó formalmente, pero la violencia continúa en Irak. Las acciones terroristas aumentan, las armas de destrucción masiva no aparecen, porque están en otras partes. En este contexto la guerra empieza a pasar factura a sus promotores: Bush y Blair están acorralados por haber engañado a la ciudadanía para obtener apoyos para la guerra. La popularidad de Bush cae. Su reelección, que parecía segura hace unos meses, está ahora en el alero. Blair ha conseguido cargarse a la BBC, cosa que no logró pese a su perseverancia la señora Thatcher. Pero la sombra de las mentiras sobre Irak le persigue por todas partes, especialmente en su propio partido. Las desventuras de los guerreros de las Azores son efectos de la opinión creada en las movilizaciones de hace un año.

¿Por qué el actor de reparto, el secundario en el guión de las Azores, es el único que se está salvando de la quema? No está tan claro que sea así. Las peores señales para el PP, en las encuestas, vienen de la guerra y sus mentiras. El presidente, atrapado como siempre por su carácter, no pudo evitar en Washington la descortesía de decir ante el Congreso americano, que está investigando la actuación de los servicios de espionaje, que este debate es una manera de perder el tiempo. Es decir, para Aznar, los procedimientos democráticos que existen, entre otras razones, para descubrir las mentiras de los gobernantes son tiempo perdido. Hace ya algunos años, cuando la inmigración extranjera empezó a ser un fenómeno social relevante en este país, Aznar cortó el debate de una expulsión ilegal de inmigrantes (retornados a su país esposados y sedados en un avión) diciendo: "Teníamos un problema y lo hemos solucionado". Aznar negaba así la base del sistema democrático: la obtención de un fin no puede pasar por encima de los procedimientos que garantizan los derechos de los ciudadanos.

Naturalmente, si Aznar puede permitirse despachar con arrogancia lo que está dando tantos problemas a sus socios Bush y Blair es por la convergencia de tres factores: un control considerable de los medios de comunicación, una falta de tradición democrática y una ciudadanía que vira con cierta facilidad hacia la indiferencia, con la coartada del discurso del desprecio y la desconfianza hacia los políticos. No es posible ni deseable que un movimiento como el de hace un año se mantenga unido. Había en aquellas manifestaciones todas las gamas ideológicas, generacionales y sociales. Desde grupos instalados en el rechazo del orden establecido hasta los sectores liberales alarmados por la vía en la que Bush está metiendo al mundo. Este conglomerado no podía sino disolverse en poco tiempo. Pero ¿de aquellas movilizaciones, han salido iniciativas de participación política de diversos signos? Ésta es la cuestión que sería interesante evaluar con un trabajo empírico. Porque la defensa de la democracia, la configuración de una opinión pública europea y la apuesta por una recuperación de la política abren un horizonte de respuesta a la hegemonía conservadora. Demasiado a menudo estas movilizaciones se pierden en el rechazo de la política. Y la derecha es especialista en politizar el rechazo de la política.

El Gobierno lo tiene claro: contra el recuerdo de la guerra, el discurso del miedo. Fue la estrategia que le permitió empatar en las elecciones municipales. Ahora, más de lo mismo. El PSOE y sus coligados ("los progres de pacotilla") son presentados como una amenaza para el progreso económico y la estabilidad de España. Después de las mentiras de la guerra, las mentiras sobre la oposición. De nada sirve que Rodríguez Zapatero diga que sólo gobernará si gana las elecciones. El PP insiste en las temibles coaliciones con comunistas e independentistas.

No se puede pretender que un movimiento como el de hace un año tenga transformación política inmediata. Sin duda, algunos miles de los que se manifestaron votarán dentro de un mes al Partido Popular. Estos encuentros ocasionales, ante un acontecimiento excepcional, de ciudadanos de ideologías e intereses muy diversos nunca cristalizan en resultados electorales contantes y sonantes. A menudo, en un primer tiempo, provocan la reacción contraria de los sectores más conservadores de la sociedad. Ha sido sobradamente reconocida la importancia de Mayo del 68 como inicio de la transición liberal. Y sin embargo, un mes después la derecha gaullista consiguió la mayoría más amplia de su historia. Aquí la reacción a Aznar sólo le sirvió para empatar.

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Tampoco sería razonable esperar que la guerra decida las elecciones de marzo. Aunque las mentiras de la guerra erosionan al Gobierno, lo cual nos da pistas sobre hacia dónde tendría que apuntar lo que quede del espíritu de las movilizaciones contra la guerra: hacia la defensa de la democracia. Porque un año después, la calidad de la democracia ha empeorado. Y conforme al principio aznariano de que lo importante es solucionar un problema, no el método que se emplee, se quiere restar toda significación a las mentiras de los gobernantes. Se empieza así, se sigue recortando las libertades en nombre de la lucha antiterrorista y se acaba convirtiendo la democracia en un sistema vacío en el que la ciudadanía tiene su papel reducido al voto cada cuatro años. Si el PP vuelve a ganar, no será un fracaso de las movilizaciones de la guerra. Será porque la ciudadanía regresó enseguida al aislamiento al que la dinámica social la tiene condenada, donde el voto cada vez es menos político y más instrumental. Y será por la debilidad de la oposición y la incapacidad del PSOE de integrar una alternativa real.

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