ARCO exhibición
La máquina del comercio, en su perpetuo movimiento, dio en inventar las ferias, para que los industriales e intermediarios pudiesen, en una sola visita a los centros donde se celebran, ponerse a la última de los ingenios a producir o revender, ahorrando de este modo las fatigosas gestiones e investigaciones a que obligaba el mercado más tradicional. La búsqueda de las alternativas a los productos que obraban en sus atiborrados almacenes, se simplificaba de forma notable e ir a la feria -comercial o de muestras, se entiende- amén de otorgar algunos días de disimuladas vacaciones a los feriantes, servía al fin propio para el que fueron creadas, comprar y vender, o cuanto menos, observar y aprender en aras de la economía de cada cual.
Pero existen casos en que, por razones sobre las que conviene meditar, las ferias han perdido su valor como centro de reunión de profesionales del comercio y de la industria y han pasado a ser meras exhibiciones sin valor comercial, como aquellas muestras médicas o cosméticas que se regalaban para pruebas y embellecimientos, confundiendo su finalidad e irrogándose virtudes que le son ajenas.
Algunos de los mundos que se mueven alrededor del arte tienen en su entraña la virtud de profanarlo, o al menos de modificar su objeto final. El principal de ellos es el mediático, que logra hacer popular aquello que se propone, así esté la comprensión de lo exhibido a años luz de los intereses de aquellos que lo contemplan. Sólo hay que observar, a título de ejemplo significativo pero no exhaustivo, las largas colas que se forman cuando se trata de visitar una exposición de Sorolla o de Velázquez -en Valencia o en Madrid- que haya sido pasto de los informadores, cuando los cuadros que en la misma se exponen están en los museos de las respectivas ciudades para poder ser visitados de forma gratuita, cómoda y sin apelotonamiento durante todos los días del año.
ARCO, la feria del arte contemporáneo que se celebra en Madrid en estas fechas, está sujeta a dicha condición, y en ella se confunden el museo con la cita comercial que la vio nacer. Los visitantes, que a tropel se instalan en sus salas, no acuden con ánimo comercial sino pretendidamente cultural, tal como les han informado que deben hacer, confundiendo los conceptos y mezclando los objetivos, lo que no beneficia precisamente la mirada con la que se debe contemplar la obra de arte. Porque nadie negará que, para reflexionar sobre la pintura, los autobuses de escolares mas valdría que fuesen al Prado o al IVAM, que no al mercado central.
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