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Columna
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La religión y su sombra

Antonio Elorza

Entre las múltiples actividades previstas para el Foro 2004 en Barcelona se encuentra una reunión del Parlamento de las Religiones, en la cual altos dignatarios y teólogos de las seis principales religiones del mundo buscarán conjuntamente "senderos de paz", practicando "el arte de saber escuchar". A más religión, más espiritualidad.

Hasta aquí nada que objetar. La llama del anticlericalismo está apagada, aun cuando pueda ser reavivada ante textos como el reciente de la Conferencia Episcopal vinculando la libertad sexual y los malos tratos. Por lo demás, la evocación del episodio no resulta inútil, ya que viene a mostrar que en el día de hoy el problema religioso no ha desaparecido, si bien se plantea en términos bien diferentes a los de hace cien años. En las sociedades democráticas no tiene vigencia ya la pugna abierta entre la hegemonía clerical y el libre pensamiento: incluso los sectores religiosos más atraídos por el poder, como el Opus Dei, ponen en juego sus mecanismos de ascenso capilar sin una confrontación abierta con las instituciones laicas. El problema consiste hoy en la incidencia de los credos religiosos sobre las formas de conflicto, con un balance desolador en demasiadas ocasiones.

Por mucha fraternidad que desplieguen en Barcelona unos rabinos y unos pensadores del islam, hurgando en los puntos de encuentro entre estas dos grandes religiones monoteístas, esa no es la cuestión, sino explicar por qué y cómo la lógica de destrucción encomendada al pueblo elegido por el Levítico y por el Libro de Josué, es aplicada hoy por el Gobierno de Sharon, o cómo el principio de agresión ilimitada contra el infiel y la exaltación del mártir en la yihad inspiran el terrorismo integrista sin que prácticamente se dé en ninguno de los dos casos una condena tajante por parte de ambas comunidades de creyentes. Como sucediera con el catolicismo en la España de los años 30, al iniciarse el siglo XXI los integrismos en general, y el islámico en particular, suponen amenazas reales para la paz y el respeto de los derechos humanos a escala mundial (como la variante Bush del imperialismo americano, por supuesto). De tales religiones de salvación, sálvanos, Señor. Por solidaridad corporativa, no se hablará sin duda de ello en el Foro 2004, amnésico respecto de los valores del laicismo.

Donde sí se ha tomado conciencia de esa dramática situación ha sido en Francia, en el curso del debate de la llamada "ley antivelo". Lo que hace quince años era una contienda simbólica se ha transformado en algo mucho más intenso. El velo o pañuelo, como la svástica o la estrella de David, símbolos todos muy diferentes entre sí, no expresan una opción individual, como quieren hacer creer los creyentes adversarios de la ley, al ser signos de intimidación desde o contra un colectivo. Inferioridad de los portadores (estrella de David), presión sobre las falsas creyentes que no lo llevan (el hiyab en las sociedades occidentales). El integrismo islámico es un totalitarismo capilar que busca afirmar el poder de la comunidad de los hermanos creando una microsociedad altamente cohesionada. La visibilidad del vestido islámico es su símbolo por excelencia de la hegemonía en la esfera de las costumbres. "¿Por qué te vistes como una prostituta francesa?", le dicen en el metro de París los jóvenes creyentes a la familiar de un profesor amigo, española de tez morena, ojos oscuros y pelo negro, a la que toman por magrebí y que como es lógico va sin hiyab. Para opinar de la ley antivelo, conviene leer su base, el Informe Stasi, donde se relata la tragedia que ha supuesto el imperio del velo para las jóvenes en el cinturón de París, allí donde hace sólo quince años la religión era asunto individual. Las manifestaciones islamistas contra la ley también han sido elocuentes, tanto por su escaso eco, como por el claro desprecio mostrado a las instituciones democráticas, con el "renovador" Tariq Ramadán a la cabeza. Afirmaban un contrapoder, y ello explica el voto casi unánime del proyecto de ley en la Asamblea. Una lección que conviene aprender en España antes de que emerja el conflicto, no por un velo de más o de menos, sino por la conveniencia de controlar los mecanismos de difusión de la mentalidad integrista. Pensemos en el imam de Fuengirola, al que llegamos a conocer por un libro, no por años de predicaciones.

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