Infancia
SEGÚN KIERKEGGARD, en su ensayo sobre Antígona (Renacimiento), ahora recuperado en la versión castellana de Juan Gil-Albert, el predominio, en nuestra época, del género cómico sobre el trágico se debe, no sólo o no tanto al mayor interés actual por las historias de los pobres seres mortales, sino a que la antigua tragedia se basaba en el sufrimiento, que es la aceptación de la pena incomprensible, mientras que la comedia lo hace en el dolor, donde la pena es racionalizada, si bien la relativización de ésta produce paradójicamente una mayor desesperación en quien la padece, todo lo cual lleva al pensador danés a atribuir a la infancia, y a su corolario, la inocencia, el sentimiento trágico, frente a la madurez y al conocimiento, de mejor conjugación cómica. Dos sentimientos, así, pues, antitéticos, aunque en ambos se puedan verter por igual lágrimas.
Al ser preguntado, cierta vez, Andrea Mantegna por qué no exteriorizaba su hondo sufrimiento por la reciente pérdida de su amada esposa Nicolosia Bellini, ni siquiera reteniendo su imagen por entre los personajes que pintaba, el pintor contestó, según la versión imaginada por Inger Christensen en su novela La habitación pintada (Ediciones del Bronce), que no lo hacía porque "la soledad no debe estar presente en el relato de la imagen". Más: por si aún no resultase lo suficientemente explícita su vetusta contención trágica, en otro momento, también según la misma fuente romancesca, Mantegna afirmó que "de nosotros (los artistas) no quedará nada, pero nuestros semejantes hablarán a través de nuestras imágenes. ¿Quién ha pintado a estos seres humanos? ¿Y si el arte consiste en proyectar en esta mirada necia, divina, la eternidad, como si fuera una manzana comestible? (...) Es la de los niños, que siguen viviendo con su curiosidad en lo más íntimo de la interrogación de los hombres a la muerte".
Casi al final de su amena autobiografía, significativamente titulada Autorretrato (Alba), el brillante y versátil Man Ray (1890-1976) relata su incapacidad para responder al requerimiento de una niña, que, tras mostrarle un cuadro donde reproducía con la equívoca exactitud de un trampantojo una naturaleza muerta, le espetó que le gustaba mucho, pero que deseaba saber por qué quería tener dos cosas iguales.
De manera que, trágico o cómico, más metafísico o más psicológico, el arte puede cambiar históricamente la naturaleza del sentimiento o la forma de expresarlo, pero, al final, siempre se topa con la exigencia de fundamentarse sobre la inocencia para dar una mayor hondura a la interrogación que propone; esto es: para reproducir o evocar, con toda la fuerza de su asombro, lo que un niño siente cuando mira, por primera vez, en su conjunto, el fascinante e incomprensible espectáculo del mundo.
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