_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Política y destino

El destacado economista Paul Krugman publicaba el 20 de octubre de 2002 en The New York Times un largo artículo titulado The Class Wars en el que, tras afirmar que los Estados Unidos han vuelto a las desigualdades de los años veinte en la distribución de la riqueza, advertía del riesgo de que la democracia sufra, por esta razón, de una grave pérdida de calidad, hasta convertirse, en la práctica, en poco más que un régimen plutocrático: "Es fácil imaginar -decía- que podemos convertirnos en un país en el que las grandes recompensas están reservadas para quienes tienen las conexiones adecuadas; en el que la gente corriente tiene escasas expectativas de progreso; en el que el compromiso político carece de sentido, porque al final son los intereses de la élite los que resultan satisfechos". Para ilustrar esta tesis, Krugman presentaba algunos datos contundentes: "En 1970 el máximo responsable de una empresa cobraba 40 veces el salario medio de un trabajador y en al año 2000 cobra mil veces más. En los últimos 20 años la renta de Estados Unidos creció el 30%, pero en las familias de clase media la renta sólo ha subido un 10%".

Algunos meses después Krugman pronunciaba una conferencia en Madrid en la que sostenía que los Estados Unidos no eran sino la cabeza de playa del conjunto de las desigualdades desarrolladas, dado que todas ellas avanzaban decididamente por la senda de la creciente desigualdad (EL PAÍS, 23-5-03). Si nos fijamos en el caso español, bastaría con recordar todas las noticias que en las últimas semanas nos alertan sobre nuevos episodios de deslocalización de empresas (algunas de ellas, como la que Philips plantea cerrar en Barcelona, reportando excelentes resultados financieros), sobre la creciente precarización del mercado de trabajo (el 65% de los jóvenes trabajan con contratos temporales y salarios un 45% por debajo a los que les correspondería en caso de tener contratos estables), sobre el galopante endeudamiento de las familias, sobre mujeres asesinadas por sus propietarios sentimentales tras años de aguantar violencia por carecer de medios para vivir autónomamente o, para no alargarme más, sobre trabajadores que pierden la vida al final de una larga cadena de subcontrataciones que incrementan los beneficios de unos a la par que disminuyen las seguridades de otros. Y poner todo esto al lado de otra noticia, no menos alarmante, según la cual el presidente del BBVA ganó en 2003 un total de 3,85 millones de euros (641 millones de pesetas), además de verse dotado con un fondo de pensiones por valor de 28,8 millones (4.792 millones de pesetas).

En principio, cualquiera diría que esta situación supone un contexto de oportunidad política para los partidos de izquierda. Al fin y al cabo, como señalara Norberto Bobbio en su célebre ensayo, el criterio fundamental de diferenciación entre izquierda y derecha ha sido siempre su distinta posición ante el fenómeno de la desigualdad, siendo la derecha muchísimo más comprensiva con las diferencias sociales, incluso con las más extremas. Sin embargo, no es así. La crisis que atraviesa el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), cuyo penúltimo capítulo ha sido la renuncia del Gerhard Schröder a la presidencia del partido por la oposición de la mayoría de sus militantes a las reformas sociales anunciadas por el canciller, es el antepenúltimo indicador de las dificultades a las que hoy se enfrenta la izquierda para hacer otra cosa que no sean políticas de derecha... con rostro humano. El penúltimo indicador lo encontramos en el programa electoral del PSOE, tan prudente que apenas si deja espacio al entusiasmo.

El problema estriba en que el turbocapitalismo actual nos ha convertido en empresarios de nosotros mismos (Beck), todos compitiendo contra todos, de manera que, si bien sabemos que la libertad individual sólo puede ser conseguida y garantizada colectivamente, en la práctica nos encontramos en una situación caracterizada por la privatización de los medios que aseguren la libertad individual. En otras palabras, lo que se nos propone es la imposible obligación de buscar soluciones biográficas para contradicciones sistémicas (Bauman). Y cuando todo es azaroso destino, sobra la política. En esas estamos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_