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Reportaje:CRÓNICA EN VERDE

La metrópoli insaciable

El avance de la urbe amenaza las islas de biodiversidad que atesora la vega de Granada

Visto el imparable avance de las urbanizaciones, los centros comerciales, las carreteras y otras infraestructuras características de las modernas áreas metropolitanas, hay quien da por perdida la vega de Granada. Cada año desaparecen unas 200 hectáreas de terrenos agrícolas en esta comarca. Los más pesimistas consideran que sería más útil centrar los esfuerzos de conservación en las áreas naturales, más o menos vírgenes, que se localizan a mayor distancia de la capital, renunciando a frenar un proceso que parece imparable en el cinturón rústico más cercano a la ciudad.

Este argumento podría resultar aceptable si, de manera simplista, se considerara la vega como un territorio con escasos valores naturales y esos enclaves menos humanizados como los verdaderos oasis de biodiversidad. Sin embargo, un análisis detallado de la cuestión desmonta este argumento, como se ha encargado de demostrar Francisco Tarragona en una documentada tesis doctoral.

Tarragona, profesor de enseñanza secundaria y responsable del colectivo conservacionista Buxus, ha examinado el grado de humanización que muestran los diferentes sistemas naturales del área metropolitana de Granada y qué repercusiones tiene este fenómeno en la biodiversidad de los diferentes enclaves. Un tipo de análisis no muy frecuente en Europa, advierte, "debido al escaso interés que ha supuesto para los biólogos y ecólogos los problemas y sistemas urbanos frente a los ambientes naturales".

De hecho, los pocos trabajos científicos que en España se han llevado a cabo para determinar la pérdida de biodiversidad en un área metropolitana aportaban información de un número muy limitado de hábitats. En el mejor de los casos se comparaba la situación de seis o siete hábitats representativos del tránsito entre lo rural y lo urbano, mientras que la tesis de este biólogo granadino analiza una gama de hábitats mucho más completa y gradual, en la que se incluyen 25 espacios diferentes, desde el núcleo de la propia ciudad hasta los bosques naturales más alejados.

Fauna y flora

De cada enclave se ha obtenido su estructura, así como la abundancia y diversidad de la flora y fauna que los pueblan. La riqueza de especies arbóreas, por ejemplo, disminuye desde los hábitats urbanos a los rurales debido a la presencia de especies introducidas por el hombre, y la abundancia de aves también decrece en el mismo sentido, lo que indica una gran densidad de unas pocas especies oportunistas, adaptadas a los recursos que brinda la ciudad.

En general, y en lo que se refiere tanto a la flora como a la fauna, "los hábitats que presentan un grado intermedio de actividades humanas mantienen valores de diversidad más altos". De esta manera, algunos enclaves sometidos a perturbaciones moderadas, como ocurre en los olivares, presentan valores de biodiversidad más altos que los registrados, por ejemplo, en un encinar.

Estas afirmaciones, sin embargo, requieren de ciertos matices para evitar conclusiones erróneas, ya que a veces la humanización moderada de un territorio incrementa la diversidad de flora y fauna por una simple adición de especies ampliamente distribuidas, generalistas, invasoras o introducidas, poblaciones que aumentan a expensas de aquellas otras especies exclusivas de los ecosistemas mediterráneos.

Admitiendo estos matices, no hay duda de que los espacios humanizados del área metropolitana de Granada (vega, alamedas, olivares y riberas) reúnen una notable densidad, riqueza y diversidad de especies animales y vegetales, y estos indicadores, sugiere Tarragona, "deberán ser tenidos en cuenta a la hora de diseñar el uso de estos territorios sin alterar sus valores naturales". Dicho de otra manera, "un enfoque conservacionista integral no puede atender sólo a sistemas más o menos vírgenes, sino que debe incorporar los servicios ambientales que proporcionan los paisajes culturales, aquellos ecosistemas manejados para la agricultura o la ganadería e, incluso, los propios enclaves urbanos".

La estrategia que propone Tarragona para alcanzar esta difícil combinación pasa por el uso de dos figuras de protección: la de parque agrícola y forestal, que ya se ha usado en otras comunidades autónomas, y la de corredor verde. Esta última, precisa, "permitiría restablecer la conexión natural que aportan los ríos, capaces de vincular Sierra Nevada con las vegas de Granada y Loja".

La información generada a partir de esta tesis doctoral ha servido, además, para diseñar una unidad didáctica referida a la biodiversidad urbana, que podría incorporarse a los contenidos que se ofrecen a los alumnos de 4 º de ESO.

La ciudad difusa

La tesis doctoral de Francisco Tarragona incorpora un capítulo dedicado a mostrar la evolución histórica que ha sufrido el área metropolitana de Granada, un proceso similar al que se ha manifestado en otras ciudades andaluzas y que se caracteriza por la tensión entre los modelos compactos y los difusos.

Hasta el siglo XIX, precisa Tarragona, "Granada se desarrolló como una ciudad compacta y eficiente en el consumo de suelo", comportamiento que se quebró con la introducción a gran escala del cultivo de remolacha. En ese momento, iniciado ya el siglo XX, "comienza el desarrollo de una ciudad difusa, más malversadora de suelo, que será la que ponga en peligro la conservación de la vega".

Las explotaciones remolacheras, que se presentan como la salvación del agro granadino, alcanzan su máximo apogeo entre 1925 y 1931, cuando la mitad de la vega se dedica a este cultivo y llega a concentrar hasta el 25% de la producción nacional. "Hablamos de una auténtica revolución agraria que se manifestó en importantes cambios en las técnicas agrícolas, con elevadas exigencias de agua en verano, introducción de abonos químicos y mecanización de algunas labores", detalla Tarragona.

Este suceso marca el inicio de una serie de cambios que se van acelerando con el paso de los años, hasta que la propia ciudad orienta su crecimiento hacia la vega y no hacia otros sectores menos sensibles. Entre 1960 y 1980 "nació una nueva Granada que ha duplicado, como mínimo, la superficie original urbana".

La propia evaluación numérica de este proceso no deja lugar a dudas: en 1956 la ciudad ocupaba 578 hectáreas, de las que unas 400 se localizaban en la vega, mientras que en 1990 la superficie urbana se situaba en 1.582 hectáreas, de las que 1.256 correspondían a la vega.

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