La BBC en la picota
Probablemente Gran Bretaña sea el único país en el mundo en el que las Comisiones Investigadoras que nombra el Gobierno sirvan para algo. En la mayoría de los países que conozco las autoridades nombran estas Comisiones para distraer a la opinión pública de algún problema candente que la tiene soliviantada y para aplazar hasta las calendas griegas su solución. La función de estas Comisiones suele ser diluir en el tiempo un tema espinoso que podría perjudicar al poder político y presentar sus conclusiones, generalmente gaseosas y oscurecidas por una jerga jurídica fuera del entendimiento del ciudadano común, cuando ya casi nadie se acuerda del asunto por el cual se nombraron.
En Gran Bretaña no suele ocurrir así por dos razones. La primera, porque quienes presiden e integran estas Comisiones son casi siempre personas de probada integridad, a las que el Gobierno no podría manipular aunque se lo propusiera, y, segundo, porque, aunque las nombre la autoridad, ellas gozan del respaldo de las fuerzas políticas tanto gubernamentales como de oposición y de una opinión pública que acata sus informes, convencida de que éstos resultan de un trabajo serio, independiente y ejecutado con buena fe.
Esta pequeña reflexión viene en relación con el fallo del juez lord Hutton, nombrado por el Gobierno británico para investigar la muerte del científico David Kelly, que se suicidó el 17 de julio del año pasado tras revelarse que él había sido la fuente de una información difundida por el periodista Andrew Gilligan de la BBC que provocó la mayor crisis que ha enfrentado el Gobierno de Tony Blair en lo que lleva de mandato. El juez ha exonerado al primer ministro Blair y a sus colaboradores de interferencia y manipulación en los informes de los servicios secretos sobre el tema de las armas químicas en Irak y censurado a la BBC por haber propalado informaciones "infundadas", sin que los organismos de control y verificación de la entidad funcionaran a fin de atajar a tiempo la difusión de informaciones inexactas o dudosas, capaces de perjudicar a instituciones y personas. Las conclusiones del juez Hutton han acarreado una cadena de renuncias en la BBC, entre las que figuran las de su presidente, Gavyn Davies, el director general, el jefe de los servicios informativos y, claro está, el periodista Andrew Gilligan. Aunque muchas personas discrepan del fallo del juez Hutton, éste ha sido, pues, rigurosamente acatado.
Me apena por la BBC, una empresa que, muy posiblemente, como servicio público de comunicaciones radiales y televisivas no tenga parangón en el mundo por su independencia frente a los poderes políticos, económicos y militares, su calidad profesional y artística y su inequívoco compromiso con la cultura, pero me alegro por el modélico sistema institucional británico que, a mi juicio, sale reforzado luego de esta prueba. Dicho esto, varias consideraciones se imponen en torno a las conclusiones del juez lord Hutton para poder juzgarlas con conocimiento de causa y a cabalidad.
La investigación, que duró cuatro meses, se llevó a cabo con una transparencia infrecuente, sobre todo cuando los servicios secretos y material reservado de inteligencia salen a relucir. Las sesiones en las que las 70 personas llamadas a declarar dieron su testimonio fueron públicas y buena parte de ellas televisadas. También la profusa documentación revisada se puso a disposición del público, a través del Internet. La enorme simpatía que había despertado el trágico caso del doctor David Kelly -un científico de muy alto nivel y hombre bien intencionado aunque ingenuo- no fue obstáculo para que, a la luz de los testimonios y documentos cotejados, se hiciera evidente que aquél se había excedido en sus iniciativas, convirtiéndose en informante de la prensa pese a que sus funciones en el Estado lo obligaban al más estricto secreto profesional, y, sobre todo, haciendo declaraciones contradictorias cuando se vio abrumado por el escándalo. Pero, sin duda, lo más importante que se hizo evidente a través de aquella minuciosa investigación del juez Hutton es que el Gobierno de Tony Blair utilizó, sí, para justificar su decisión de intervenir en Irak, unos informes de los servicios secretos, pero sin desnaturalizar ni "embellecer" su contenido, como alegaba la oposición. Esta conclusión ha salvado a un Gobierno al que muchos veían ya en caída libre, en un país en el que, no lo olvidemos, una gran mayoría de la opinión pública ha sido y sigue siendo contraria a la intervención armada en Irak. Pero para el ciudadano británico promedio todavía el fair play (el juego limpio) sigue siendo más importante que una victoria contra el adversario político.
Cuando uno examina en detalle las "distorsiones" de las que se ha hecho responsable el periodista Andrew Gilligam respecto de las declaraciones que le formuló el doctor Kelly y por las que Lord Hutton ha censurado con tanta dureza a la BBC, tiene ganas de reírse. Aquí, en el Perú, donde paso unos meses, me atrevería a decir que no hay un solo órgano de radio, diarios y televisión que -sin siquiera darse cuenta de que lo hace en la mayoría de los casos- no coloree, oriente y aproveche cada día las informaciones de que da cuenta de manera infinitamente más subjetiva y partidista que lo hizo en sus programas el periodista inglés. Y sin embargo a nadie sorprende ni escandaliza porque "informar" se ha convertido en el Perú -se diría que hay un consenso general al respecto- en otra manera de librar las batallas políticas y de desacreditar y pulverizar a los adversarios. Me atrevo a pensar que en buena parte de América Latina y del mundo esa degradación de la objetividad periodística es un hecho consumado y acaso irreversible.
¿No ocurre nada parecido en Gran Bretaña? Este país tiene, recordemos, un periodismo amarillo que goza de una gigantesca popularidad y que se las arregla cada día para ofrecer a las hordas de lectores un nuevo escándalo que hunde una reputación y sumerge en el fango de la chismografía, la frivolidad y el voyeurisme más ruines a artistas, empresarios, políticos, funcionarios, etcétera. ¿Cómo se compaginan ambas cosas? Se compaginan porque, junto a ese muladar periodístico que vive de la maledicencia, el morbo, la suciedad, en el Reino Unido hay todavía, por fortuna, unos órganos de prensa -minoritarios, eso sí- que mantienen los más elevados niveles de responsabilidad ética y profesionalismo. La BBC está entre ellos. Es difícil para quienno haya escuchado sus noticias y visto sus programas a lo largo de años hacerse una idea exacta de lo que quiero decir. Y la razón es muy simple: en todas partes, los servicios de comunicaciones públicos aunque en teoría pertenecen al Estado y están por lo tanto al servicio de toda la sociedad, en la práctica expresan y defienden los puntos de vista del Gobierno de turno. Lo que los diferencia a unos de otros son las precauciones y técnicas de que se valen para funcionar así guardando las apariencias de la independencia y la objetividad informativa.
La BBC no. Ha sido siempre una entidad que ha defendido celosamente su independencia de todos los poderes y manifestado en sus opiniones y puntos de vista el pluralismo de la sociedad británica. Sus esfuerzos por establecer una clara demarcación entre información y opinión han sentado un patrón que han tratado de imitar -sin mucho éxito la mayor parte de las veces- las radios y televisiones públicas del resto del mundo. Y eso le ha dado un prestigio ante la opinión pública que le ha garantizado esa independencia que los gobiernos difícilmente se hubieran atrevido a violentar, pues sabían que ello hubiera tenido para sus dirigentes nefastas consecuencias ante el electorado. Esta independencia le ha permitido, por otra parte, contar con el concurso de los mejores talentos -artistas, escritores, productores, cineastas, técnicos- que no vacilaban en colaborar con un ente público sabiendo que su trabajo no sería políticamente utilizado.
Siempre recuerdo un episodio que ocurrió con la BBC durante la guerra de las Malvinas, período que yo pasé en Inglaterra. Los informativos de la BBC, que yo veía mañana y tarde, informaban con lujo de detalles sobre la evolución del conflicto en sus vertientes política y militar, llevando el empeño de imparcialidad al extremo de dedicar el mismo tiempo de pantalla a los discursos de la primera ministra Margaret Thatcher que a los del general Galtieri. Esta simetría provocó una airada reacción de parlamentarios conservadores y laboristas, que, señalando que se trataba de una guerra en la que estaban muriendo soldados y marinos británicos, reclamaron a la BBC una actitud más patriótica. Se exigió que el presidente de la entidad diera explicaciones a la opinión pública por ese intolerable proceder periodístico. El presidente de la BBC apareció, venido como de otro siglo -estoy seguro que llevaba un monóculo-, y explicó que, antes de dar a conocer su parecer, revisaría personalmente las informaciones cuestionadas. Se encerró no sé cuántos días a visionar los noticiarios sobre la guerra. Emergió al fin, en una conferencia de prensa que fue breve y definitiva. El presidente felicitó a "sus" periodistas por el excelente trabajo realizado y los exhortó a seguir manteniendo esa línea de objetividad informativa, sin dejarse intimidar por chantajes patrioteros. Fin del asunto.
El fallo de Lord Hutton y el descalabro que ha causado en los servicios de informaciones de la BBC hay que leerlo contra el telón de fondo de casos como el que he recordado. Es bueno que se exija a una institución que pertenece a todos los británicos, pues todos ellos la pagan, y en la que todos los ciudadanos tienen depositada su confianza, unas normas de conducta ética y profesional irreprochables. El periodista Andrew Gilligan, muy dentro de lo que es en nuestros días una expansiva cultura que hace de la información un espectáculo entretenido antes que una fuente de conocimiento, se permitió retocar levemente unas declaraciones porque de este modo se apuntaba un scoop y se aseguraba más oyentes. Sus jefes, acaso contaminados también de aquella fiebre, dejaron pasar la leve trasgresión a la ética profesional, esperando que, sin duda, nada ocurriría: ¿acaso, alrededor de ellos, los periódicos más leídos del Reino Unido no se tomaban a diario libertades infinitamente más grandes con la verdad y la objetividad? Esa es la gota que hubiera podido horadar la piedra y marcar el principio del fin de lo que ha hecho de la BBC la emblemática institución que es.
Gracias, señor juez, por ir contra la corriente más impetuosa de nuestro tiempo y empeñarse en exigir que el periodismo no imite a la ficción, y sea, como el buen fútbol, una estimulante exhibición de destreza, juego limpio y decencia.
© Mario Vargas Llosa, 2004. Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El País, SL, 2004.
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