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Columna
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Santo padre

En desacuerdo con los obispos de España, no creo que la brutalidad en los hogares sea cosa nueva, fruto de la libre evolución de la sociedad occidental. En contra de las estadísticas y los noticiarios, y a pesar de los repugnantes y al parecer contagiosos casos criminales de maldad masculina, creo que antes abundaban más los padres pegadores, los maridos bestiales. En los años sesenta y setenta se oía cómo algunos hombres se jactaban de no ponerle la mano encima a su mujer. ¿Lo normal era ponérsela? España entonces era más católica que nunca. Los hombres mataban a las mujeres y casi no pasaban por la cárcel, pues se trataba de un crimen pasional, como se decía en aquel tiempo, un arrebato probablemente justificado por el que no cabía penar a un hombre habitualmente sereno.

¿Es el crimen contra las mujeres un fruto amargo de la revolución sexual, como sostienen los obispos católicos? Creo que no. La revolución sexual, es decir, los anticonceptivos, la separación de procreación y sexualidad, han contribuido a que las mujeres salgan de la casa familiar, trabajen en la calle, se libren de la tutela económica del padre o del marido. El contrato de matrimonio ha funcionado casi siempre como contrato de trabajo doméstico, y al marido le tocaba el puesto de jefe. ¿Cómo me tienes la ropa? ¿Y la comida? ¿Y la cama? Cuanto menos dinero entraba en la casa, mayor era la sujeción de la mujer, más sometida a la división sexual del trabajo, es decir, al encierro hogareño.

Esta situación no contradecía a la Biblia, viejo libro maravilloso. Están en el Antiguo Testamento las palabras de Dios a Eva, la mujer: "Tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos: con dolor parirás los hijos. Hacia tu marido irá tu apetencia, y él te dominará". ¡Bendito sea! San Pablo, en el Nuevo Testamento, les recuerda por carta a los corintios que el hombre no debe cubrirse la cabeza pues es imagen y reflejo de Dios. La mujer es reflejo del hombre. "He ahí por qué debe llevar la mujer sobre la cabeza una señal de sumisión...", dice el apóstol. Son costumbres de sumisión y servidumbre que pertenecen a un fabuloso mundo antiguo, pero la Iglesia católica, sociedad jerárquica, sigue considerando distintas a las mujeres; y a los hombres, que pueden llegar a sacerdote, obispo, cardenal, Santo Padre, Vicario de Cristo.

En otras sociedades menos exigentes las mujeres llegan a ministro, o a diputado, como la ministra de Cultura y candidata al Congreso por Granada, Pilar del Castillo, una de las dos personas que, a mi juicio, más habrán influido en España a su paso por el Gobierno (Rodrigo Rato es la otra). Del Castillo le ha devuelto a la religión católica algo del esplendor que tuvo en la escuela franquista. "Ninguna confesión tendrá carácter estatal", dice la Constitución de 1978, que no permite la discriminación por razones religiosas, pero ahora, gracias a Pilar del Castillo, la presencia exclusiva del catolicismo en los planes estatales de estudios discrimina a todos los españoles que profesen cualquier otra religión. ¿Le quitará votos a Del Castillo su visión preconstitucional de la Constitución? No lo creo. Veo muy católica a Granada, mi ciudad.

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