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Columna
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Despedida

Aznar se va. ¿Qué imagen nos quedará de él? La huella que deja en la vida española quizá sea más duradera que el recuerdo de su figura política. Es verdad que se ha labrado con firmeza una imagen de político duro; no hay quien se lo niegue, pero eso no ha sido lo peor. Más que dialogar y debatir con los adversarios, prefirió disciplinarse en el arte del desprecio y la caricatura. Los problemas quedaron reducidos a una discusión tajante entre buenos y malos, dirigentes responsables y demagogos de pancarta, españoles de bien y malos españoles que se merecían un insulto en vez de un argumento. Pero eso no ha sido lo peor. Lo hemos visto agitar su cuerpecillo en diversas tribunas, poniéndose de puntillas espirituales sobre un bigote de los que encogen el alma, para levantar el aplauso de su público, sus diputados, sus radios, sus televisiones, sus periódicos, mientras evitaba con una desfachatez barriobajera a una oposición que, al menor descuido, aparecía como cómplice del terrorismo vasco o de los tiranos más peligrosos de la barbarie internacional. Pero eso no ha sido lo peor. Para nuestra propia vergüenza, y sin ninguna necesidad, nos hemos visto obligados a aclarar una y otra vez en las conversaciones que no somos partidarios del tiro en la nuca. Pero eso no ha sido lo peor. Convirtió la democracia, las leyes y la Constitución en espacios impuros de manipulación al servicio de los intereses partidistas. Pero eso no ha sido lo peor. Ha destrozado la política internacional de España, dejándola sin dirección en Europa, Hispanoamérica y África. Pero eso no ha sido lo peor. Y, si faltaba algo, a fuerza de mentiras, llevó al país a una guerra ilegal, injusta, miserable, de la que no se arrepiente, aunque los acontecimientos y los muertos hayan demostrado las dimensiones de su equivocación. Es penoso recordar ahora las desmelenadas intervenciones de Aznar y de su ministra de Exteriores pidiendo sangre, urgiendo a la guerra, alertando contra el peligro de una amenaza inexistente. Pero eso no ha sido lo peor.

Y tampoco ha sido lo peor aguantar la rabia de sus mentiras, querer que bajase a la calle a discutir cuerpo a cuerpo, para comprobar si tenía el valor de mantener la chulería y el "carisma" sin la ayuda de sus guardaespaldas mediáticos. Eso es lo que ha comprado Aznar, guardaespaldas mediáticos. Pero eso no ha sido lo peor. Porque cuando su imagen de político crispado se deshaga en el recuerdo, seguiremos pagando la factura de su irresponsabilidad económica. Eso es lo grave, la huella que dejará en la vida española. Mientras nosotros discutíamos de otras cosas, su triunfalismo economicista ha consistido en aprovechar una época de crecimiento irrepetible para construir minuciosamente un país más injusto. Así de simple. Por unas circunstancias históricas que tienen poco que ver con las gestiones del Gobierno, la economía española ha disfrutado durante estos años de una prosperidad notable. Esta riqueza coyuntural no ha servido para acercarnos a Europa en la democratización de los servicios sociales, ni para consolidar los fundamentos productivos del país, ni para dignificar las condiciones laborales. Todos los esfuerzos se destinaron a hacer más ricos a los ricos. Eso es lo peor.

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