Crónica de una muerte anunciada
Espero que su autor disculpe que use esta frase, pero es la conclusión que obtengo tras leer el informe sobre la violencia que ha realizado el Centro Reina Sofía.
Una de cada seis víctimas mortales de la violencia de género, término eufemístico donde se oculta el abuso del fuerte sobre el débil y el sentimiento machista de nuestra cultura, había denunciado previamente al agresor.
Sólo este hecho nos obliga a hacer algo, pero que en dos años el número de casos de mujeres agredidas por su pareja haya aumentado un 52% debía de bastar para que, además de grandes frases y vanas promesas, la opinión pública forzase al poder político a poner pie en pared ante tan escandalosa situación.
Se están haciendo esfuerzos para dotar a la mujer de una formación no sesgada, que la libere de falsos prejuicios que durante siglos permitió al varón una falsa superioridad y un injusto derecho de pernada, pero esto no basta.
A diario, en bares y cafés, en oficinas y demás lugares de trabajo, el chiste machista, la secreta complicidad o el miedo a señalarse, consienten que el cavernario de turno abuse del piropo grosero, de la obscenidad y trate a la mujer como un objeto de usar y tirar.
Tenemos de una vez por todas que asumir en toda su dimensión el regalo de nuestra libertad y renunciar al privilegio, para conseguir la igualdad que nos convierta en auténticos ciudadanos de un Estado de derecho.
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