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Columna
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Obviedades

Rosa Montero

En mi ingenuidad, creí que había cosas que ya estaban lo suficientemente claras. Creía que en España habíamos superado el nivel de aceptación de unas cuantas barbaridades evidentes, por lo menos de forma mayoritaria e institucional. Pero, para mi pasmo, compruebo que en las últimas semanas estamos regresando al Jurásico: aunque puede que, en realidad, nunca hayamos salido de allí. La Audiencia Provincial de Málaga acaba de suspender, hasta que el Tribunal Constitucional dictamine sobre el caso, la pena que se le impuso a un policía local, Cristóbal Castro, por violar a una joven marroquí. El Supremo le había condenado a dos años y tres meses de prisión y a dos años de inhabilitación, lo cual parece ya bastante menudencia. Ahora el policía no sólo ha regresado a su trabajo, sino que por lo visto le han hecho jefe de un dispositivo de seguridad, o sea, le han mejorado el cargo. Qué espeluznante radiografía social se desprende de todo esto: tribunales comprensivos que condenan poco, instituciones amistosas y tolerantes con el violador, colegas que le jalean y promocionan.

Mientras tanto, en el pueblo gallego de Toques, la muchacha que fue atacada por el alcalde a los quince años lo pasa fatal cada vez que tiene que salir a la calle, porque siente que sus vecinos la señalan. En cambio a Jesús Ares, el viejo verde abusador, se le ve la mar de orondo y seguro de sí mismo. Cinco concejales le apoyan, Fraga dijo que meterle mano con violencia a una niña en un coche era un asunto menor y el PP tardó en reaccionar un tiempo estupefactante. Detrás de todo esto se trasluce la misma canción sexista y aberrante: total, tanto alboroto por sobarle el culo o un pezón a una chiquilla, vaya una nimiedad. El cuerpo femenino sigue siendo un territorio del varón y la voluntad de las mujeres, su libertad para hacer con sus vidas lo que quieran, es considerada un capricho. Asusta comprobar que aún estamos así, de la misma manera que asusta oír decir a Maragall que Carod es un ingenuo: he ahí otro ejemplo de equivocada permisividad moral, de falta de enjundia ética. Pero ésta es otra historia, aunque igualmente obvia e igualmente plagada de verdugos y víctimas.

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