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Columna
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Política y moral

Resulta curiosa la facilidad y la frecuencia con que los dirigentes del PP recurren a la dignidad o, mejor dicho, a la ausencia de dignidad, para calificar las conductas de sus adversarios políticos. Esta misma semana hemos tenido ocasión de comprobarlo de nuevo con el affaire Carod Rovira. La conducta del dirigente de ERC habría sido indigna tanto a la entrada, por entrevistarse con dirigentes de ETA en Perpignan, como a la salida, por criticar al presidente del Gobierno por haber hecho uso de manera partidista de informes del CNI. En este segundo caso el reproche de indignidad se extendería también a la conducta de los dirigentes del PSOE.

No se qué entienden los dirigentes del PP por dignidad, pero es evidente que el reproche de falta de dignidad se sitúa no en el plano de la política sino en el plano de la moral. Una conducta indigna es una conducta no política sino moralmente reprobable. No creo que la conducta de Carod Rovira pueda ser calificada de esa manera. Carod Rovira ha cometido un error político de libro, ha sido desleal con los otros dos miembros del tripartito catalán y en especial con el presidente de la Generalitat, pero su conducta no ha sido indigna. Desde una perspectiva moral no hay ningún reproche que hacerle, al menos por lo que sabemos hasta este momento.

Resulta llamativo que el PP haya convertido en cruzada moral lo que debía ser sólo una crítica política

Obviamente, ello no supone justificar en modo alguno al dirigente de ERC. Su conducta es políticamente injustificable, entre otras cosas, porque es incomprensible y en democracia lo que no es susceptible de ser comprendido porque no es susceptible de ser explicado en términos objetivos y razonables no se puede hacer. Y el que lo hace comete un error del que le resulta no ya difícil sino casi imposible salir. Dentro de algunos meses será curioso volver la vista atrás y leer las cosas que se están publicando acerca del posible retorno de Carod Rovira al Gobierno de la Generalitat como conseller en cap.

Resulta llamativo que el Gobierno del PP haya convertido en una cruzada moral lo que debería haberse quedado en una crítica exclusivamente política, porque en el terreno de la moral y de la falta de dignidad de las conductas es donde se encuentra uno de sus puntos débiles. Mentir en el Congreso de los Diputados y en la televisión pública, como hizo el presidente del Gobierno respecto de la existencia de armas de destrucción masiva en Irak, sí es una conducta indigna. Mentir como hizo el ministro de Defensa en la comisión parlamentaria en relación con el accidente del Yak 62, que le costó la vida a varias decenas de militares españoles, sí es una conducta indigna. La confirmación en su puesto al jefe de Servicios Informativos de RTVE, Alfredo Urdaci, tras una condena por manipulación por parte de la Audiencia Nacional, sí es una conducta indigna. Y por partida doble: tanto por parte del periodista como por parte de la autoridad política responsable de su nombramiento.

Todos éstos sí que son casos de conductas indignas. Y conductas indignas que lo son todavía más por la ausencia de cualquier exigencia de responsabilidad política. Carod Rovira ha dejado de ser conseller en cap del Gobierno de la Generalitat. Alfredo Urdaci continúa siendo el responsable de los servicios informativos de RTVE e incluso se le premia con la entrevista de despedida del presidente del Gobierno. Federico Trillo continúa siendo ministro de Defensa y, según parece, pretende continuar siéndolo si el PP gana las elecciones en marzo. Y de José María Aznar, para qué hablar. Mientras que tanto el presidente Bush como el primer ministro Blair se están teniendo que enfrentar con el problema de sus mentiras respecto de las armas de destrucción masiva, el presidente del Gobierno español se va a retirar sin haber dado ni una sola explicación parlamentaria acerca de por qué dijo lo que dijo e hizo lo que hizo. Porque no solamente dijo que en Irak había armas de destrucción masiva, sino que, como consecuencia de ello, embarcó a España en la ocupación de Irak con el coste en vidas que todos sabemos.

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Teniendo todo ese rosario de conductas indignas en su haber no resulta fácil de entender que se elija ese terreno para la crítica política. Porque, además, el tiro puede salir por la culata, como le ha ocurrido a la presidenta del PP en Andalucía, Teófila Martínez. En el momento en que la crítica política se convierte en crítica moral, no hay margen de maniobra. Con un partido moralmente indigno no es posible tener contacto de ninún tipo, por mínimo que sea. Las relaciones hay que cortarlas de raíz. Es lo que propuso esta semana la presidenta del PP en Andalucía. Arrastrada por la cruzada moral organizada por su partido en Madrid, la presidenta regional del PP se apresuró a extraer la conclusión de que, con un partido indigno no se podía estar ni un solo minuto, porque suponía convertirse en cómplice de la indignidad. Ahora bien, resulta que el PP y ERC tienen pactos de gobierno en cinco municipios catalanes. En términos políticos, estos pactos pueden ser explicados. Si la crítica política se convierte en una crítica moral, no hay manera de hacerlo. De ahí los balbuceos de Teófila Martínez al ser interrogada tras la condena moral por el mantenimiento de los pactos políticos.

Entre la política y la moral hay una frontera, es decir, hay contacto pero también separación. La moral no puede estar ausente de la acción política, pero la política no puede reducirse a la moral. No es fácil pensar en circunstancias normales en asuntos políticos que puedan convertirse en objeto de cruzadas morales. Y debe hacerse todo lo posible por no mezclar ambos planos en la vida diaria. Porque de no hacerlo, los adversarios políticos acaban convirtiéndose en enemigos a los que hay que aniquilar y contra los que vale todo. Así no hay sistema democrático que pueda funcionar establemente.

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