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Columna
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El Zaplanato

Miquel Alberola

Entre la avalancha de condecoraciones y reconocimientos que recibe a diario Eduardo Zaplana por sus incalculables méritos en todas las disciplinas desde cualquier sector vinculado a su influencia política, no pasa inadvertido el que le fue tributado el miércoles en Madrid, en medio de la efervescente hoguera de Fitur, por parte de la Diputación de Alicante. Por supuesto, sin reparar en gastos y a cargo del erario público, que es como marca su divisa. Con el pretexto de reconocer sus méritos turísticos, Zaplana recibió un cálido masaje colectivo de los suyos con dramatizadas muestras de gratitud, coplas de Isabel Pantoja e incondicionales respaldos frente al presidente de la Generalitat, Francisco Camps. Pero para destacar sus supuestos méritos en la materia, el jurado afín del Patronato Provincial de Turismo tuvo que desechar los de otro candidato propuesto por la Escuela Oficial de Turismo de la Universidad de Alicante: ni más ni menos que Pedro Zaragoza, el ex alcalde y artífice del turismo en Benidorm. No es la primera vez que Zaplana, o sus representantes en la tierra, tratan de barrer del mapa a Zaragoza, que, además de ser un referente incómodo por ser indomable y saber demasiado, es un serio obstáculo que se interpone en los planes de aquéllos que pretenden jalear al ministro de Trabajo como el pontífice máximo del turismo valenciano. Resulta incontrovertible que cuando Zaplana fue atraído por el aroma de la tarta de Benidorm, el turismo ya llevaba décadas establecido allí, incluso había definido el modelo que lo sustenta gracias a la apuesta de varios empresarios, que fue catalizada y desarrollada políticamente por el entonces alcalde Pedro Zaragoza. Negar eso, como ha pretendido ahora el Zaplanato Provincial de Turismo, es tanto como tratar de tapar el sol con la mano. Por lo demás, la vinculación de Zaplana al turismo, aparte de lo ganancial y de su caudillaje en la algarabía contra la marca Mediterrània, se simboliza en el solemne fiasco económico de Terra Mítica, cuya mejor caricatura está inscrita en la trayectoria de un Consell que empezó invirtiendo en proyectos privados bajo su presidencia y ahora tiene que pedir al sector privado que financie los públicos por falta de liquidez.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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