Mujeres sin futuro
La gran pasión de Sultán Khan son los libros. No sólo comercia con ellos, sino que ha reunido una enorme biblioteca personal que pretende poner a disposición pública. Durante los sucesivos saqueos de Kabul por los invasores rusos, los muyahidin y los talibanes, ha salvado valiosos ejemplares de la biblioteca nacional, aunque también produce y vende copias piratas de postales y libros de texto. El librero se considera un hombre culto de firmes convicciones liberales; detesta a los fundamentalistas islámicos, considera el burka -el velo integral de las mujeres afganas que permite la visión sólo a través de una estrecha rejilla- una jaula represora, y desea que Afganistán se convierta en un país moderno, donde las mujeres puedan emanciparse. Al mismo tiempo, regenta su familia como un verdadero patriarca: explota a sus hijos de empleados y a las mujeres de criadas. No tiene reparo en deshonrar a su esposa al casarse con una adolescente iletrada y no duda en llamar "puta" a una pariente de 14 años que se vio con un chaval de su edad en un parque. Sultán Khan, por sus conocimientos y su bienestar, seguramente no es representativo del afgano común, aunque, por esas mismas razones, es el modelo de afgano en el que se fijan los occidentales, deseosos de descubrir indicios de desarrollo democrático en un país tan arruinado en todos los sentidos.
EL LIBRERO DE KABUL
Asne Seierstad
Traducción de Sara Hoyrup y Marcelo Covián
Maeva. Madrid, 2003
269 páginas. 19,50 euros
La periodista noruega Asne
Seierstad (1970), premiada repetidamente por sus reportajes sobre Kosovo y Chechenia, se instaló, después de la victoria norteamericana, durante tres meses con la familia de un librero de Kabul (al que le pondría el nombre de Sultán Khan). En una casa de cuatro habitaciones compartió comidas y conversaciones con 11 personas, acompañó a los hombres a su trabajo, a las mujeres en sus raras salidas a la calle; participó en fiestas familiares y escuchó relatos sobre otros miembros del numeroso clan familiar. Los apuntes y grabaciones que reunió en su libro muestran, siempre fiel al punto de vista de cada cual, la dura realidad diaria de una familia de clase media (si esto existe en un país de economía precapitalista), sin emitir juicios personales. Asne Seierstad evita en su impactante relato, que cautiva más que cualquier novela, la anécdota morbosa; explica cómo cocina y se lava la gente en una metrópolis en ruinas donde la luz y el agua sólo llegan unas pocas horas al día, si es que llegan. Los hechos hablan por sí solos y son espantosos. Así se contrastan las apariencias de un país liberado del régimen talibán con los hechos ignorados por la prensa occidental: las mujeres siguen encerradas en casa, esclavizadas por las tareas domésticas; los hombres siguen sometidos a los intereses económicos o de poder de los clanes.
"El deseo amoroso en una mujer es tabú en Afganistán, está prohibido tanto por el estricto código de honor de los clanes como por los ulemas. La gente joven no tiene derecho a encontrarse, a amarse o a elegir. (...) Los jóvenes son ante todo un objeto de intercambio o de venta". Asne Seierstad aporta, a su muy legible documentación, un sólido conocimiento de la historia y cultura afganas (aquí cita la antología de poesía popular de las mujeres pastún, El suicidio y el canto, publicada en España recientemente por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo) con el que dilucida las causas antropológicas del atasco de la sociedad afgana. Una sociedad que perpetúa el orden impuesto por los fundamentalistas y que ha interiorizado sus estructuras autoritarias. El mayor peso de esta disposición autoritaria cae sobre las mujeres, que viven sin futuro: el hijo mayor del librero prohíbe a su madre, de 55 años, volver a trabajar de profesora, porque no es bueno que la vean otros hombres; una pariente lejana, una chica de 18 años, casada con un hombre que vive en Canadá, es asesinada por sus hermanos porque tuvo un amante. El librero de Kabul se ha traducido a 14 idiomas y es el libro de no ficción más solicitado de Noruega.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.