ETA quema
Carod Rovira, recién dimitido conseller en cap de la Generalitat, considera moralmente justificada su entrevista de hace unos días con miembros de ETA. Puede estarlo, al menos si es falsa la información de que negociara con ellos un pacto de no agresión a Cataluña. Todos los contactos mantenidos anteriormente con ETA buscaron también una justificación moral. Incluso Lizarra los tuvo, pues en boca de sus defensores era la vía adecuada para evitar que hubiera más víctimas. Hubo incluso quienes antepusieron el valor absoluto de la vida humana a cualquier otra consideración para justificar Lizarra. Argumentos morales, por lo tanto, no faltan entre los negociadores y los dialogantes con ETA. Y en el caso de Carod es presumible que esos fueran los prioritarios, ya que no resulta fácil calibrar los beneficios políticos que pueda extraer de los avatares de la locura etarra, salvo los comunes al resto de los españoles que son, en primer lugar, morales.
Pero si algo demostró Lizarra fue la absoluta inmoralidad de toda negociación con un poder liberticida. Hablamos, por supuesto, a posteriori, e ignoro cuál podría ser nuestra conclusión si aquella delirante operación política hubiera conseguido el objetivo deseado de que ETA desapareciera para siempre. La realidad ya se hubiera encargado de poner el delirio en su sitio, y si doy aquí cabida a ese condicional hipotético es para conceder un margen a las buenas intenciones. Pero el resultado lo conocemos, y tenemos derecho a juzgar todo el proceso desde su inicio en función del mismo. El precio impuesto en aquella negociación por ETA fue la negación de la libertad, la imposición de un ideario y un proyecto políticos obligatorios y la exclusión de aquellos sectores sociales que no comulgaran con ellos. Los procedimientos expeditivos de exclusión se pusieron ya en práctica durante la tregua y se intensificaron -hasta el asesinato- una vez finalizada ésta, es decir, una vez que ETA comprobó que su tutela sobre el delirio no surtía efecto y pretendió imponerlo de la única forma que sabe hacerlo. Lizarra dejó bien al descubierto cuál es el proyecto político de ETA y que toda negociación con ésta atenta contra la libertad. Y ése no es sólo un asunto político, sino que es primordialmente un asunto moral.
Si alguna duda pudo haber al respecto, creo que Lizarra las dejó zanjadas todas de una vez. De ahí que se pueda hablar de ingenuidad moral en el caso de Carod, por muy buenas que fueran sus intenciones, que yo no se las discuto. Pero cabe también hablar de ingenuidad política -¿tal vez mezclada con mucha vanidad?- en esa actuación suya. ETA quema, mejor dicho, es ya sobre todo el gusano de la manzana, y es bien sabido que una manzana podrida contamina a las demás del cesto. Noli me tangere. Ya no caben las veleidades con ETA, y eso hemos ganado. Ermua y la posterior Lizarra establecen con claridad las pautas de actuación al respecto, y no haberse dado cuenta de ello es otra muestra de ingenuidad política. Hemos ganado mucho al reducir a ETA a gusano de la manzana, quizá incluso a mero títere instrumentalizable. Aunque hemos perdido también algo en el proceso: la instauración de la permanente sospecha democrática, la tendencia a buscar manzanas podridas en todas partes.
El nuevo Gobierno catalán era una de esas manzanas podridas en potencia. Ya en la campaña electoral se estuvo sembrando para ello y desde que se constituyó fue puesto bajo sospecha. El objetivo de esa actitud hostil no era Esquerra, sino el PSC y, a través de él, el PSOE y su secretario general. Esquerra era sólo la herida necesaria para extender el pus, y revela una inmensa bisoñez política el haberse prestado a abrir la herida para que por ella entraran los gusanos. Con ello, Carod ha puesto en peligro la continuidad del Gobierno del que era figura señera y ha sometido a la izquierda al riesgo de una crisis de consecuencias imprevisibles. ¿Pura coherencia del guión?
Carod sabía que en realidad la cosa no iba con él, y se sentía, más que fundamental, trascendental para conformar cualquier gobierno en Cataluña, de ahí que pudiera permitirse el lujo de la frivolidad. Pero ignoraba lo fundamental, lo que ya todos los partidos saben en España: que ETA, además de matar, quema, moral y políticamente, síntoma y efecto de su debilidad. Lo que igualmente sabemos es que ha hecho ya su aparición en el escenario electoral. A pesar de que la crisis catalana ha sido superada con rapidez, es muy posible que en adelante no lo abandone.
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