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Columna
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¿Nos lo merecemos?

Joan Subirats

Me parece que no nos lo merecemos. No nos merecemos que las expectativas generadas por el Gobierno plural de izquierdas, tras 23 años de hegemonía convergente, queden en entredicho por un asunto más de forma que de fondo. El problema no es que Carod Rovira, el ex abad de Montserrat, Lluís Llach o un humilde servidor nos entrevistemos con el mismísimo diablo en Perpiñán. Nadie puede sorprenderse de ello ya que son innumerables las ocasiones en que Carod Rovira ha manifestado por activa y por pasiva su compromiso con el diálogo para contribuir a pacificar definitivamente el País Vasco. Tampoco debería ser problema que lo haya hecho sin alharacas y ruedas de prensa dada la naturaleza del encuentro. El problema es de sombrero. Lo hizo siendo conseller en cap y presidente en funciones de la Generalitat tras apenas unos días de su toma de posesión. No nos merecemos que por un evidente sentido de falta de oportunidad y de protagonismo mal entendido se pueda dar munición de tal calibre al ejército de resentidos y preocupados dispuestos a arruinar tantas esperanzas.

No nos merecemos tampoco que esas mismas esperanzas sean simple carnaza para profesionales del complot, interesados sólo en triturar las ya de por sí pocas posibilidades del PSOE para disputar la hegemonía del PP. Suena tanto a operación y a montaje de los Zarzalejo Brothers, bien situados en Abc y La Moncloa, que no nos queda más remedio que preguntarnos por qué no se aplica tamaña eficiencia en perseguir facinerosos y malhechores, y no sólo en utilizar los pingües beneficios que origina el airear oportunamente los trapos sucios de éste o aquél. ¿Se hace eso mismo en otras ocasiones menos publicitadas pero igualmente rentables? Tanto sentido de la oportunidad y tanta explotación de las ganas de Carod nos deberían obligar a ser exigentes con las condiciones de trabajo de tales fontaneros.

No nos merecemos tampoco que las ambivalencias del PSOE y su heterogeneidad interna, la lucha por el poder que se abrirá sin cuartel el día 14 de marzo por la noche a poco que los resultados electorales se acerquen a lo que señalan los sondeos, o la falta de alternativa a la política antiterrorista del PP, acaben contaminando la vida política catalana, y llenando un día sí y el otro también las páginas de los periódicos de puyazos al acuerdo de Gobierno tripartito. No es de recibo, como decía ayer Joan Barril en las páginas de El Periódico, que lo que valía el lunes por la tarde para Rodríguez Zapatero no valiera ya a las once de la noche tras recibir el aparente líder del PSOE las oportunas advertencias de Bono y cía. Al final resultará que quien marca la estrategia política del Gobierno catalán sigue siendo el PP, aunque ahora con más costes de transacción vía barones y calle de Ferraz.

No nos merecemos salir de esta crisis sin cerrarla. No era fácil. Y menos con los focos instalados en frente del Palau de la Generalitat y a pocas semanas de unas elecciones. La salida hacia delante de Carod, su planteamiento plebiscitario, la ambigüedad en relación con la identidad entre su persona y Cataluña (sonsonete que conocemos bien, pero que creíamos haber dejado atrás), su engañosa reclamación de ser la única izquierda catalana sin ataduras con otras fuerzas del resto de España, o su complejo viaje de ida y vuelta de Madrid, si bien parecen solucionar airosamente la situación planteada y permitirán probablemente recomponer unos equilibrios hoy cuestionados, pueden acabar provocando más y más contradicciones internas en el seno del tripartito.

No nos merecemos la oposición que concita el tripartito. Sin duda, siguen demasiado abiertas las heridas. Son demasiado recientes las escenas de traspaso de poderes y el hacer y deshacer maletas y cajas. Pero quizá era ésta una buena ocasión para que CiU buscara posiciones propias, actuando sin resentimiento, yendo más allá de la temprana emisión de certificados de defunción del Gobierno neonato; tendiendo puentes, a lo mejor, hacia una posición unitaria catalana en relación con el País Vasco que ayudara al PSC a clarificar un poco más su posición y aislar a la parte más recalcitrante del PP.

No nos merecemos que se nos españolice definitivamente la política catalana. Una versión de España que cada vez nos entiende menos. Ofuscada por la política partidistamente patriotera y sembradora de miedos del PP. No podemos resistir mucho más tiempo en esa visión de España que no deja que nos asomemos a Europa. Que no tolera la pluralidad ni la disidencia. Como tampoco merecemos que avance el totalitarismo. El totalitarismo al que me refiero es el aspecto anónimo, burocrático y omnicomprensivo de una concepción de la sociedad que se nos presenta como la única racional y que pretende imponerse a cualquier atisbo de vida colectiva diferenciada. Aznar tiene incrustada una idea totalitaria de España, una imagen de lo que debe ser ese país, a la que quiere someter al conjunto de la población, esté o no de acuerdo. Y para ello no duda en utilizar el terrorismo, la inseguridad, Irak o la inmigración como los espantajos en los que seguir construyendo su hegemonía.

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Nos merecemos respirar. Nos merecemos que nos dejen probar. Que nos permitan equivocarnos. Sin los mesianismos de unos y sin las amenazas de los otros. Con las complicaciones y riquezas de gobernar pluralmente, con tres voces y tres tenores. Una Cataluña plural, laica y socialmente avanzada. Nos merecemos unos gobernantes que entiendan que estamos viviendo momentos complicados en los que conviene trabajar sin atizar demasiado el fuego. Nos merecemos poder confiar en nuestros gobernantes, pero sin que esa confianza sea ilimitada. "Confiad en mí", nos dice Carod. Sería probablemente mejor que nos dijera que confía en nosotros y que hará todo lo posible para caminar juntos y no todos detrás de uno. No nos merecemos que el tripartito sea una carrera de obstáculos sin fin en la que cada dos por tres vivamos meneos como éstos. Nos merecemos y debemos exigir compostura, seriedad y afán de responder a los retos sin miedos, pero también sin audacias fuera de lugar ni plebiscitarismos recurrentes. Nos merecemos que la ilusión nos dure, al menos, unos meses más.

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