No apto para mayores
Nunca he visto un palancazo en vivo, pero me consta que para un grafitero nada hay más emocionante sobre la faz de la tierra. La aventura consiste en tirar del freno de emergencia del metro o de algún tren de cercanías (de ahí el nombre de palancazo). En cuanto el convoy se detiene, los grafiteros, que antes de tirar de la alarma se han asegurado de que no haya seguratas a la vista, tienen de tres a diez minutos para pintar el tren antes de que aparezcan los agentes de seguridad o de la policía. Imagínense el subidón de adrenalina. Desde luego, no parece un deporte apto para almas morigeradas y afectas a los pequeños placeres tranquilos de la existencia. Si los pillan y son mayores de edad, las penas pueden llegar hasta los tres años de cárcel y 9.000 euros de multa por cada vagón mancillado. Para que se hagan una idea, en Girona pescaron en flagrante a 15 grafiteros y están todos en prisión. Lo más habitual es que actúen con el rostro oculto para no ser identificados por las cámaras de vigilancia, pero siempre hay tipos intrépidos que se empecinan en pintar a cara descubierta. Así opera, por ejemplo, ZOK, un menor a quien los dos meses que tardó en reponerse de la paliza que le arrearon las fuerzas del orden no lo han disuadido en absoluto de seguir perfeccionándose en el arte de pintar trenes.
Exposición sobre 'grafiteros': menores que pintan trenes y que, en general, se 'jubilan' con la mayoría de edad
Aparte del trepidante palancazo, que en ocasiones también se hace cuando el tren está en medio del túnel, los grafiteros, armados de pico, soplete, cámping gas y botella de oxígeno, además de los preceptivos botes de pintura en pulverizador, se las ingenian para colarse desde la calle por los respiraderos del metro y acceder a las cocheras que hay al final de cada línea, así como a los talleres donde se reparan los trenes, en los que, por lo general, al menos en Barcelona, no hay mucha vigilancia.
Me hago con este alijo de edificantes conocimientos en la galería de arte H2O (Verdi, 152), que hasta el 30 de enero expone fotos de Alberto Scholz en las que aparecen grafiteros y donde además se muestra un vídeo, cuyo autor prefiere permanecer en el anonimato por razones obvias, que da cuenta de una serie de palancazos y de acciones de sabotaje pictórico a trenes en talleres y cocheras y que constituye una oportunidad única de acercarse al fenómeno. Me entero también de que por lo general lo que dibujan los grafiteros en los trenes es su tag, es decir, la firma del grupo del que forman parte y la suya propia. De hecho, como saben muchos profesores, algunos chavales pueden llegar a pasarse toda la enseñanza secundaria practicando obsesivamente su tag en la libreta cuando están en clase. En los sabotajes a trenes, además, los grafiteros siempre van provistos de una cámara de fotos para documentar la acción, pues es fundamental dejar constancia gráfica (como lo es siempre para quienes practican el arte de acción). Las imágenes se publican luego en algunos fanzines; por ejemplo, Game over y Hip hop nation. Descubro asimismo que toman la precaución de no tirar nunca los botes de pintura en el escenario del delito, puesto que la policía podría sacar de ellos las huellas digitales, y que en estos momentos hay en Barcelona 130 grupos organizados, aunque los que se atreven con los sabotajes a trenes, que casi siempre se producen por L'Hospitalet, Sants y Cornellà, son entre 8 y 13.
Mientras Joaquín Ruiz Millet, dueño de la galería, arquitecto de formación, escritor, editor y, sobre todo, agitador cultural, me ilustra con respecto a estas cuestiones, un grupo de tres amigos se deja caer por la galería. Uno de ellos se identifica como grafitero, miembro del grupo BTS. Tiene 24 años, es de L'Hospitalet y sostiene haber pintado 160 trenes, lo que puede ser indicativo de la vida activa de un grafitero. "Yo pinté desnudo un metro de la línea I a las diez de la mañana", nos dice sin ocultar su orgullo cuando le preguntamos cuál fue su actuación más memorable. "Pero ahora ya me voy a jubilar. Si tienes un trabajo, ya tienes algo que perder y no te apetece tanto el vandalismo".
Que un tipo de 24 años hable de jubilación puede parecer un disparate, pero no lo es. "La mayor parte de los grafiteros", me comenta más tarde Ruiz Millet, cuya fascinación por la cultura popular le ha llevado a seguir desde muy cerca este tipo de manifestaciones, "tiene entre 13 y 16 años. No deja de ser lógico, puesto que la ley les impide trabajar antes de los 16 y los obliga a seguir estudiando. A partir de los 18, en cambio, si los cogen tendrán antecedentes penales. Y saben que con antecedentes penales nadie les dará trabajo y ningún banco les concederá una hipoteca. Por eso muchos tienen claro que a los 18 se acaba la diversión. Son hijos de la pequeña burguesía sin conciencia de clase y en general sin ideología. Algunos de ellos son también okupas, o alternan la casa de sus padres con la casa okupada. Pero en cuanto encuentran trabajo, se jubilan de pintar trenes, y pasan del bote de pintura a casarse y pagar una hipoteca".
Con todo, la policía y la justicia no son los únicos peligros con los que tienen que habérselas. El inminente jubilado de 24 años contaba que algunos de sus compañeros se han electrocutado al subirse al techo de los trenes, aunque uno de los accidentes más frecuentes sea quedarse enganchado en las vías.
Me alejo de la galería pensando si no tendrá razón Ruiz Millet cuando sostiene que esas acciones son las verdaderas performances. "Se trata de arte popular genuino y totalmente subterráneo, máxime cuando la política del Ayuntamiento de Barcelona consiste en retirar inmediatamente de la circulación los vagones pintados y nadie los ve. Pero ellos tienen sus medios de expresión. Tienen un circuito. ¿Por qué van ser menos que los performers?".
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