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Columna
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Políticos

Rosa Montero

Me fastidia meterme con los políticos. Insistir todo el rato, como tantos periodistas solemos hacer, en su falta general de categoría, en lo hipócritas, lo interesados o lo torpes que son, puede caer en el terreno abonado de la fobia antidemocrática. El mensaje de los totalitarismos dice justamente eso, lo nefastos que son los representantes de las democracias. Franco educó en ese desdén a varias generaciones de españoles, y quizá este pasado subliminal fascista se acurruque en el fondo de nuestro actual desprecio por la clase política, que siempre sale muy malparada en todas las encuestas de credibilidad y estima. Pero hay que reconocer que muchos políticos hacen lo posible por resultar odiosos y ridículos.

Una tiene la sensación de que es un trabajo que se ha ido devaluando en las últimas décadas, y que ahora sólo se dedica a las res pública lo peor de cada casa. Una apreciación sin duda injusta: en la política hay gente muy válida. Lo que pasa es que también hay muchos aprovechados, visionarios y memos. ¡Y se les ve tanto! Para no citar a los políticos españoles, que ya están bastante aporreados, recordemos a Berlusconi haciéndose un lifting, a los correligionarios de Fox pasando un grotesco examen escolar, al siniestro Putin inhabilitando a una periodista porque le preguntó si el presidente de Ucrania podía presentarse a un tercer mandato, a Bush retratándose con un pavo de plástico... Es obvio que los ciudadanos italianos, mexicanos, rusos y norteamericanos tienen que estar, en general, muy por encima de estos dirigentes. El enigma entonces es por qué demonios los eligen.

Sea como fuere, el político democrático más nefasto es mil veces preferible al mejor dictador, porque al primero le puedes echar y porque el dictador siempre resulta ser todavía más horrible, sólo que prohíbe que sus miserias se conozcan. Yo no aspiro a que los políticos sean superhombres, sino todo lo contrario. Sueño con una honesta y modesta clase política, con administradores eficientes y poco visibles, porque las democracias sólidas son maravillosamente aburridas: bastantes sobresaltos hemos vivido ya con el franquismo, el 23-F y la transición. Sueño con servidores del Estado cultos y decentes, en vez de chillonas prima donnas.

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