Menos mal que somos aliados
El pasado 12 de enero emprendí un viaje con destino a Lima con el único fin de visitar a un familiar y hacer un poco de turismo. Pues bien, cometí el tremendo error de contratar dicho viaje haciendo escala en Miami.
Volé con una prestigiosa compañía americana, American Airlines, y al realizar la comentada escala en la citada ciudad, me encontré con la desagradable sorpresa de que al pasar el control de aduanas fui retenido en unas dependencias del aeropuerto de Miami. Me retuvieron en dichas instalaciones rodeado de policías armados hasta los dientes más de una hora, me preguntaron que si me había cambiado de nombre, que si había tenido antecedentes penales en mi país, que si había salido recientemente de EE UU, yo que nunca había pisado ese suelo y un sinfín de preguntas, como si había tenido problemas con la ley en México, etcétera.
Mi extrañeza crecía por momentos y mi miedo también; yo, que había sido bueno y me había sacado el modelo de pasaporte que recomiendan nuestros salvadores americanos. No me sirvió para nada. Después de pasar por toda esta odisea, por fin me dejaron seguir mi viaje sin darme la menor explicación.
El día 20 de enero retornaba de este viaje y en la misma ciudad me volvió a pasar la misma aventura, pero con unos policías mucho más violentos que en los del viaje de ida. Me volvieron a retener más de una hora investigando mi vida y por suerte en esta ocasión sí me dieron una explicación: mi nombre coincidía con el de un maldito buscado por la policía americana.
No creo que vuelva a pisar territorio yanqui, pero aconsejo a las personas que vayan a hacerlo que se lo piensen antes, no sirve de nada llevar pasaporte con tecnología digital ni ningún otro rollo que nos quieran contar; como tengas la mala suerte de que tu nombre coincida con el de un maldito, prepárate a pasar un rato bastante desagradable. ¡Ah!, y no sirve de nada que seamos ciudadanos de un
país aliado en sus acciones para salvar al mundo del terrorismo internacional.
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