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Reportaje:

El palacio reabre sus armeros

El museo regio amplía en una segunda planta sus fondos, con tres centenares de objetos suntuarios del XVI y el XVII

El Palacio Real de Madrid acaba de reabrir sus armeros para exponer su deslumbrante contenido en un nuevo espacio museístico que se despliega frente al Campo del Moro y a lo largo de una planta subterránea de 400 metros cuadrados. Ha sido bellamente dispuesta e iluminada para procurar el deleite del público que gusta de la contemplación de las más refinadas artes suntuarias. Sobre todo, las concernientes a las armas regias de los siglos XVI y XVII, cuya atmósfera, pareja a la que entonces las envolvía, ha sido ahora sabiamente reproducida.

Su inserción en el entorno palaciego confiere a la visita una emoción evocadora. Además, preludia los destellos de los tesoros que contendrá el futuro y contiguo Museo de Colecciones Reales, cuyo proyecto, impugnado ante los tribunales durante meses, acaba de recuperar su impulso y será una nueva realidad en menos de cuatro años, según Álvaro Fernández Villaverde, duque de San Carlos, presidente de Patrimonio Nacional.

La muestra acoge la espada de Bernardo de Weimar, conquistada por el infante Fernando

La nueva sala de armas se añade a la armería carolingia y filipina, inaugurada en 2000 en el extremo suroriental de la plaza, frente a la catedral de la Almudena. Tiene seis metros de altura, techo abovedado, paredes pintadas en rojo inglés e iluminación estudiada y bien dispuesta por el arquitecto y decorador Ginés Sánchez Hevia, quien también iluminó con mimo la planta superior del museo. La supervisión de contenidos ha corrido a cargo de Álvaro Soler, de Patrimonio Nacional, quien ha decidido incluir en la planta agregada seis caballerías ricamente guarnecidas con sus arneses y las armaduras de sus caballeros, más 20 otras corazas de combate y de parada, pertenecientes a Felipe III, Felipe IV, infantes o grandes de España, en tallas de niños o adultos, además de 300 elementos de este arte decorativo: estoques pontificios, venablos, alabardas, escudos, dagas, espadas toledanas, bardas de caballos, así como armas de fuego. Desde la Edad Media hasta mediados del XVII, este arte suntuario sirvió para guarnicionar a los caballeros en batallas y fastos cortesanos, desfiles, torneos y justas. "Las justas", explica Álvaro Soler, "equivalían a una suerte de deporte en el cual dos caballeros se embestían con sus respectivas lanzas, que hacían chocar contra las tarjas que les cubrían el pecho". Consistía en aguantar la embestida de la lanza contraria, rematada por una punta de metal que, en su impacto, se trababa en la tarja y quebraba su asta.

Soler muestra toda una panoplia de puntas, ristres, que con adargas, escudos en forma de manzana transversalmente cortada, y rodelas que protegían al caballero de las acometidas, al igual que las tarjas, en cuya decoración hallaron sustento artistas como Alberto Durero, señala Teresa Ortiz, experta en metales de Patrimonio Nacional.

Una de las joyas es el llamado Trofeo de Lepanto. Acompañó siempre a don Juan de Austria, hijo de Carlos V y hermano de Felipe II. Se vio laureado para la historia con una victoria naval contra los turcos que el combatiente Miguel de Cervantes, cautivo en aquellas aguas, definiera como "la más memorable y alta ocasión que vieron los siglos pasados". El ajuar arrebatado al bajá Alí incluye morrión y manopla de finísimo y acanalado diseño, arcos de acusada combadura y enhiestos tugh, estandartes de crines de caballo y de yak de hordas mongolas.

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Otro tesoro es una adarga recubierta con plumas de colibrí en México, con profuso relato de victorias bélicas hispanas sobre la Media Luna: Navas de Tolosa, Túnez, Granada y Lepanto. Asimismo, el museo muestra un conjunto de 28 monturas de caballos, de los siglos XVI y XVII, ricamente recamadas y ornamentadas con cenefas y alegorías; componen una colección única en el mundo.

De igual primicia son las armaduras que en 1584 trajeron desde Japón hasta el monasterio de El Escorial los primeros embajadores de aquel imperio, algunos de los cuales eran ascendientes de futuros ganaderos andaluces. Kabuto era el nombre dado allí a las celadas, en metal negro con junturas de bambú, potentes sedas y pieles de foca, según Lourdes de Luis, especialista en textiles de Patrimonio Nacional.

Testimonio histórico de primer orden es la espada de Bernardo de Weimar conquistada por el cardenal infante Fernando, hermano de Felipe IV, en Nördlingen, en 1634. Fue la última gran victoria militar española en Europa continental, que marcó la inserción de Alemania del sur en la órbita católica y el fin de la hegemonía protestante sueca.

Colección de Armas del siglo XVII. Palacio Real (calle de Bailén, sin número). Abierto, de 9.30 a 17.00. Domingos y festivos, hasta las 14.00. Precio: 3,5 euros. Miércoles, gratis.

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