Paréntesis
Iba el mancebo por la calle de la Montera (más chulo que un ocho, más salido que un sesenta y nueve), cuando, de repente, le interpeló una lumi que procedió de inmediato a recitar la tarifa de sus proposiciones deshonestas, sí, pero fundamentales para la vida y el producto interior bruto. El mozo se ruborizó ante las agresivas expresiones de la pelandusca.
-Usted me confunde con otro, señorita.
-¿No eres tú el loro de Churchill? ¡Pues has ido a dar con el áspid de Cleopatra, lila!
-Me lo imaginaba. Es usted una lagarta.
-Te acabo de insinuar que soy una víbora, cariño, que pareces tonto. No, ya sé por dónde van los tiros: tú eres un capullo, mi amor.
Ante tan floridas acusaciones, el zagal se encorajinó y se puso gallito, pero ilustrado.
-No pienso hablar a tontas y a locas. Y punto.
-¿Punto dices? Tú no eres un punto, guapo, ni siquiera un punto suspensivo. Tú eres un paréntesis, como Mariano Rajoy (dicho sea sin señalar).
-No pienso hablar de política. Usted es una coma, o peor todavía, una comilla.
-Soy una cama, estúpido.
-Me trae sin cuidado su relación con los muebles. En cuanto a lo del paréntesis, no sé a qué se refiere usted, virgulilla.
-Me refiero a que la vida sería inconcebible sin algunos paréntesis, por llamarlos de algún modo.
Total, que fueron felices (o algo por el estilo) un rato, mas no comieron perdices porque el capullo de ajonjolí era vegetariano y sólo comía carne de mujer, sin llegar al canibalismo. Vivir entre paréntesis no está mal, pero sólo de vez en cuando, en plan sosegado y sabático, licencioso incluso. Al paréntesis hay que domarlo con el punto y aparte.
(Toda España está entre paréntesis hasta el 14 marzo. Y también viven entre paréntesis los 55.885 madrileños en lista de espera para intervenciones quirúrgicas en instituciones públicas).
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